A Pedro Sánchez le ha costado varias elecciones y hasta seis sesiones de investidura pero finalmente, lo ha conseguido. Presidirá un gobierno de coalición que, en sus propias palabras no le dejará dormir tranquilo ni a él ni al 95% de los españoles. La hemeroteca del presidente es la mejor enmienda a su propio gobierno así que ahora solo queda ver qué medidas concretas serán las que no nos dejarán conciliar el sueño.
No hay que perder de vista que se trata de un gobierno de coalición con una mayoría parlamentaria circunstancial debido al apoyo de pequeños partidos regionales que aspiran a alguna regalía, de País Vasco a Canarias pasando por Teruel. Han proliferado también ministerios, vicepresidencias, secretarías de Estado, subsecretarías, asesores y comisiones para dar asiento a los dos partidos que formarán la coalición donde el mayor progreso será para sus señorías que de esta forma pasarán de hacer escraches a integrarse de pleno derecho en la casta.
Pero esto solo será el comienzo: la primera letra de una hipoteca que Sánchez tendrá que ir pagando consejo de ministros en consejo de ministros si quiere aunar alguna mayoría para sacar adelante su programa. Y es que en cuanto el gobierno decrete medidas anunciadas como la subida de pensiones el gasto público se disparará. Así que si quiere cumplir el equilibrio presupuestario, como reza el acuerdo de coalición y tanto la Constitución como la Unión Europea obligan, no quedará otra que subir impuestos, que es la única forma que tiene el Leviatán público para alimentarse. Eso también lo han prometido, aunque sobre el papel solo afectará a “los ricos”. A estas alturas ya somos mayorcitos para saber que los ricos terminan siendo todos los contribuyentes porque pagar más por la electricidad, los carburantes, las bebidas azucaradas o el IVA. No es necesario imaginarlo, esta coalición de progreso ya lo ha puesto en práctica allí donde gobierna como en Canarias donde han subido desde el IGIC hasta el macabro impuesto de sucesiones. No podrán decir que no sabíamos lo que votábamos.
Con escaso margen de maniobra presupuestario y económico al gobierno no le quedará otra que dedicarse a lo político. Es decir, a la nada. Medidas ideológicas pero sin coste directo aunque a largo plazo su incidencia también pueda terminar erosionando instituciones elementales para el progreso de una sociedad en libertad como el libre comercio o la propiedad privada. Cualquier cosa se puede esperar de un gobierno con ministros abiertamente comunistas que han ensalzado a dictadores como Fidel Castro y recuerdan con nostalgia el muro de Berlín. Elevar el salario mínimo puede ser letal para un sistema laboral que no levanta cabeza, sobre todo en algunas regiones con tasas de desempleo estructurales por encima del 14%; el control de los alquileres podría elevar su precio como ya ha ocurrido en otros países europeos; y no hay que despreciar las implicaciones internacionales de nuevas alianzas con repúblicas bananeras así como la erosión de la propia soberanía nacional ante las demandas nacionalistas.
Así que el principal problema de este gobierno no será solo el reparto de un pastel presupuestario entre un mayor número de comensales sino que las perspectivas de que los ingredientes puedan menguar en los próximos años son elevadas. Lejos de recaudar más las subidas impositivas pueden expulsar a las rentas más altas del país, desincentivar la inversión y frenar la contratación elevando costes. Más impuestos, menos recaudación, menos trabajo y más grupos políticos exigiendo compensaciones históricas. No se equivocaba Pedro Sánchez cuando decía que los españoles no podrían dormir tranquilos
Pese a todo hay margen para el optimismo. Al fin y al cabo no debemos descartar que Pedro Sánchez sea fiel a sí mismo y traicione también a quienes le han llevado a la Moncloa. De uno en uno o a todos a la vez, si algo ha dejado claro el presidente es que su ambición está por encima de promesas, acuerdos y principios. Llegado el caso volveremos a tener un gobierno maniatado en el Congreso, prácticamente en funciones sin capacidad para decretar nuevas leyes ni subir impuestos. Triste esperanza porque presupone la falta de palabra del presidente del gobierno y en el mejor de los casos no nos libraremos del deterioro institucional. Lo único que podemos dar por seguro es que no dormiremos tranquilos y si las próximos años no terminan en pesadilla ya podremos darnos por satisfechos.
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