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Vintersol, precursores del turismo sanitario

1 de junio de 2016
Bengt Rylander
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Son tantos y tan frecuentes los debates que se abren sobre el territorio, los lugares comunes frecuentados y las ideas erradas a las que tanto apego muestran algunos que normalmente se piensa que las zonas Sur de las Islas siempre estuvieron ahí y que es conveniente mantener un juicio severo sobre su desarrollo. Parten, quienes así piensan, de un error común e hiriente, tal resulta considerar que cualquier relación del hombre con el entorno se salda con una relación de ganadores y perdedores, donde los humanos obtenemos un lucro indebido a base de machacar una naturaleza indefensa e imposible de restaurar. No cabe duda de que es inevitable que así se reflexione desde alguna cómoda cátedra pero no tiene una correlación tan evidente. En primer lugar porque debemos buena parte de nuestra prosperidad a la visión que algunos empresarios tuvieron en su momento, capaces de observar que el futuro pasaba por abrirnos al turismo, acondicionar nuestros espacios y brindarlos para el solaz y disfrute de los que nos visitaban. Salió bien, por más que la cosa no fuese ni rápida ni sencilla. Muchas de estas cosas pasaron hace apenas medio siglo y pueden decirse que, pese a algunos esfuerzos, no han sido narradas.

Incluso el caso que nos ocupa en este número es anterior porque no es sencillo imaginar las razones que llevaron a un sueco desvalido a estacionar en el Sur de la Isla de Tenerife. Parece que su propio estado físico ayudaría a entender los motivos, pero también habría que sumar ciertas convenciones de la época que, quizás, ayudaron a persuadir a aquel personaje. Se trataba de Bengt Rylander, un veterinario enfermo de esclerosis múltiple, convencido -como sus coetáneos- de que el clima templado aliviaba sus padecimientos. Un mal entendido fruto de la escasez de datos de la época, conforme miraban hacia el Sur en los mapas veían una menor prevalencia de la enfermedad, probablemente fácil de explicar si se atendía a la ausencia de datos o incluso a la menor longevidad de los habitantes de esas zonas. Pero en la búsqueda de donde sobrellevar mejor su mal, llegó el popular Benito -así le conocían en Los Cristianos- hasta Nigeria donde enfermó. El regreso, penoso y largo, le llevó a Tenerife y el reposo aconsejado le dejó un tiempo en el Sur de la Isla, un descampado en el que apenas existía el Hostal Reverón y un puerto de Pescadores, con una población escasa que apenas superaba las 300 personas. No se repara lo suficiente en que, de acuerdo a nuestros modos de vida de entonces, se preferían los terrenos de medianía por su facilidad para el cultivo que los de costa, que eran menospreciados. Lo cierto es que compró una pequeña casa y su estado, objetivamente, mejoró, podía bañarse todo el año y cuidarse en condiciones distintas a la su país natal. Encontró un lugar de ensueño, con gente amable y colaboradora, que le facilitaban su vida. Persuadido de la bondad del lugar, llamó a un reconocido neurólogo para que hiciera un informe, que efectivamente certificaba que el clima era benigno y que resultaban evidentes las bondades para las personas afectadas de estas enfermedades crónicas. Se subrayaban las deficiencias de la zona pero se hacía hincapié en que eran subsanables. Ese escrito de Tore Broman jugaría un papel importante de cara al futuro. 

Armados con ese informe, la fundación Vintersol que agrupaba a una serie de enfermos neurológicos, se moviliza para conseguir edificar lo que hoy es la clínica Vintersol. Comenzaron su construcción en el año 1962 y para 1965 pudo entrar en funcionamiento. La propia fundación fue la primera gestora del centro y para elevar la edificación recurrieron a diversos actos que les permitiría allegar los recursos necesarios que proceden de las aportaciones particulares de los propios enfermos, la contribución de algunos Club de Leones, el Estado sueco y una organización que existe en aquel país que lejanamente podría compararse a nuestro  Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, salvando las distancias como es pertinente hacer cada vez que se intenta buscar un equivalencia entre España y cualquier país civilizado (Suecia tiene 24 regiones y 275 ayuntamientos). La fundación se crea ex profeso con este fin, existiendo al tiempo otras que inician emprendimientos similares en otros lugares para afecciones distintas. Diera la sensación que la recomendación de una pudo abrir una puerta para que otras fuesen creadas igualmente. Para el caso de Tenerife se encomienda al cónsul general de los países escandinavos, Peder Larsen, la compra de los terrenos. Es él quien habla con la propietaria de la finca sobre la que se ubica hoy la clínica, Amalia Frías, a quien traslada la pretensión de unos suecos de crear una clínica. La señora Frías, ajustándose las gafas, le preguntó por el estado de salud mental de esos señores pero sin dejar pasar la oportunidad, intenta que la venta sea por los 100 mil metros cuadrados que tenía, para evitar estar segregando el terreno. Larsen se niega, dice que le habían pedido 10 mil metros cuadrados y eso es lo que cerraría. El propio Larsen volvió muchas veces por la Isla antes de su fallecimiento producido hace unos años y siempre pensó en lo que habría pasado de haber forzado la negociación. 

Para los primeros años el Estado hace algunas aportaciones a la fundación que se encarga de su explotación pero no es sencillo. Si algo sabemos, sea en Suecia o en España, es que las empresas públicas o sostenidas por razones distintas a las estrictas relacionadas con su actividad, adolecen de los adecuados incentivos para ser eficaces. Así que pasado un tiempo se decide modificar la gestión y se cede a una empresa de capital y gestión mixto, público-privado, con la importante participación de algunas asociaciones de enfermos de otras patologías y que gestionaban otro centro. Los problemas relacionados con esa otra actividad recomienda abandonar la gestión del de Tenerife y se vende en el año 1994 a una empresa, ahora sí completamente privada y propiedad de un canario que se había marchado a Suecia en una época pretérita, regresando a principios de los noventa para ponerse al frente de la clínica como Director General. 

Pablo González López nació en Gran Canaria y estudiando económicas en los primeros años setenta terminó en Suecia llevado por ese impulso irrefrenable de jóvenes con aspiraciones, imposibles de contener cuando hacen preguntas para las que la España franquista carecía de respuestas. Unas vacaciones por Europa, la lectura de un ensayo escrito por el italiano Enrico Altavilla y titulado “Suecia, infierno y paraíso” (En España se editó en 1974, Plaza & Janes) le terminaron por persuadir de que el destino era aquel país, más pensando en las razones en que hacían de Suecia el paraíso que su contraria: Aquel mito construido con el pródigo Estado del Bienestar por protagonista, una democracia envidiable para un país como el nuestro todavía en blanco y negro y la leyenda de las suecas. Se encandiló con lo que encontró, se puso a trabajar y estudiar, aprendió sueco y convino que habían muchas más cosas buenas que malas, lo que le retuvo allí. Las malas, por supuesto, un clima extremo que ya es duro para los nativos, cuanto más para un canario que decide quedarse en la zona. Eso lleva a Pablo González a reflexionar sobre lo poco que valoramos el clima que tenemos en las Islas, quizás porque es algo dado y a lo que terminamos acostumbrados pero “que es un bien de una potencialidad enorme”. Tras unos años de trabajo en el sector público local, ya casado y con hijos, lee en un periódico sueco una oferta de empleo para Vintersol, ya con rango de director de la empresa. Decide que una estancia aquí de un par o tres de años le vendrá bien a toda la familia, particularmente a sus hijos para perfeccionar el español. Claro que esa decisión, secundada por toda la familia, encuentra oposición superado el plazo originario, cuando de tan acostumbrados que estaban al sur de Tenerife descartan el retorno. Surge la posibilidad de comprar la empresa que gestionaba la clínica, que sigue siendo propiedad por única actividad de la Fundación que se financia del alquiler del inmueble, y a ello se encomienda. Y es cuando se crea Humlegården, la empresa que hoy sigue ocupándose de la actividad. Una decisión empresarial que le lleva a asumir riesgos, la firma de préstamos,  noches sin dormir y algún susto de salud.

El hecho de encontrase ubicada en una parcela sin posibilidad de expansión plantea dudas sobre el futuro de la clínica. Cerrarse a comprar más terreno, con la excepción de otros dos mil metros, provocó el encajonamiento de las instalaciones, más si cabe al ser impelidos a ceder parte de su espacio para construir lo que hoy constituye sin duda un agradable paseo por la Playa de las Vistas. Por si fuera poco, no existe posibilidad alguna de acometer una reconstrucción del inmueble porque el Ayuntamiento consideró que esa historia merecía especial recuerdo y en vez de entregar una metopa de reconocimiento decidió proteger todo el edificio, comprometiendo seriamente los derechos de propiedad y las posibilidades futuras de la empresa. 

Los tiempos cambian y los negocios también. La historia de los suecos arrancó porque el clima era benéfico pero también porque esto resultaba baratísimo en comparación con lo que podría encontrarse en Suecia, diferencias abismales en los costes para los mismos procesos de rehabilitación. El progreso de las Islas ha supuesto una mejora de las condiciones laborales hasta equipararse, al punto de que los fisioterapeutas con distinta nacionalidad reciben los mismos emolumentos, con la salvedad de que al sueco se le abona el billete de avión. La diferencia, por tanto, de los costes de rehabilitación dejaron de ser apreciables y la ventaja competitiva puede explicarse en el mayor tiempo que se atiende al paciente, la intensidad y que al estar todo lo preciso concentrado en un escaso espacio es más barato que hacerlo en Suecia. Es decir, con el conocimiento científico del que hoy disponemos, estas enfermedades crónicas lo seguirán siendo por lo que la mejora de los pacientes se pueden conseguir combinado el tratamiento farmacológico con una atención preferente, lo que brinda la posibilidad de contar con la mejor calidad de vida posible.  Y un ahorro para todos, personas que se incapacitan para cinco meses pero que en uno pueden notar una mejora apreciable, volviendo a hacer vida normal. Los pacientes que son atendidos en Tenerife son en parte privados o cuentan con seguros pero también los derivados por el sistema sanitario sueco, a los que se accede mediante concurso público.  

Suecia siempre fue reconocida por su generoso Estado del Bienestar. Pero allí se vieron abocados a su transformación cuando descubrieron que resultaba insostenible. También lo han percibido en Vintersol, que pasaron de atender entre 35 y 38 mil estancias, expresadas en términos turísticos, a principios de los años noventa a  apenas superar las 18 mil de la actualidad. Aquello se solucionó porque se trabajó con una determinada idea de país y de futuro, se ajustaron y los impactos se notaron sobre todo al principio pero sin manifestaciones constantes en sus calles. Hoy, como sucede en muchos otros de esos países idealizados por los europeos del Sur, casi todos los servicios sanitarios cuentan con copagos, tanto farmacéutico como de atención médica. Cierto es que tienen una elevada presión fiscal pero es que al tiempo implementaron un amplio margen para la decisión individual e introducir competencia con el cheque sanitario o educativo, modificaron el sistema de pensiones para su garantía y permitir que le gente disponga de una elevada renta disponible (lo que queda cuando se descuentan los impuestos). 

Tenemos un cachito de Suecia en nuestro territorio. Precursores del turismo sanitario, se instalaron en tiempos en que las diferencias socioeconómicas resultaban abultadas antes de que nadie hablase de globalización. No se generó problema alguno, la integración pudo hacerse sin dificultades. Hoy es un negocio veterano, que ha superado su primer medio siglo de vida y que, pese a un beneficio económico que apenas supera el 2% anual, aspira a mantenerse de forma exitosa durante muchos años más.

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