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Aporofobia

21 de junio de 2022
aporofobia
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Todavía no hemos recuperado el volumen de turistas previos a la pandemia pero los enemigos del progreso ya han vuelto a las andadas. Quizá el caso más extremo sea el de Palma de Mallorca en la que los políticos han limitado el número de cruceros que pueden atracar a diario en su puerto y han apostado por el “decrecimiento” de plazas turísticas. Extraño planteamiento apenas un año después de que este sueño se hiciera realidad con el cierre de fronteras y una pérdida de más del 20% de su PIB. Ningún político en estos dos años ha temido ni sufrido las consecuencias de estas restricciones pero han sido muchos los empresarios y trabajadores que han perdido sus ahorros… y su futuro. Ajenos al baño de realidad perseveran y chapotean en eso que se ha dado en llamar “turismofobia” tanto en Baleares como en Canarias y que se extiende por toda la sociedad exigiendo que lleguen menos turistas pero que gasten más. La cuadratura del círculo que difícilmente se puede conseguir y que tras una apariencia bienintencionada se asienta sobre la xenofobia y la aporofobia. No tengamos miedo a decirlo ni a desenmascarar razonamientos débiles que suponen una amenaza ya no para el desarrollo económico sino para no ir cerrando esa sociedad abierta que tanto nos ha costado levantar.

El extranjero, en este caso el turista, como origen de todos los males no es algo novedoso y ha servido de comodín como chivo expiatorio ante un  fracaso o crisis interna para alivio de cualquier gobierno mediocre. No es necesario extenderse en este punto, sin embargo estamos menos acostumbrados en la actualidad a que alguien muestre en público su desprecio por los pobres como sí ocurría en el pasado. Eso es precisamente lo que implica aborrecer al turista de clase media que menos gasta, suspirando por cambiarlo por otro que, aunque extranjero, venga a gastarse más dinero en nuestra ciudad, y es lo que se ha extendido como una mancha de aceite en el acervo popular sin atisbo de revisión crítica por quienes repiten este argumentario. Por lo visto viajar es bueno si se tiene la cuenta corriente bien abultada pero indeseable si se viaja con un presupuesto ajustado. ¿Solo pueden viajar los ricos? ¿Y si nos aplican el argumento de vuelta impidiendo que viajemos a ciudades más prósperas que las nuestras? ¿Por qué lo que es bueno para nosotros cuando viajamos no lo es para quienes nos visitan? Si nos ponemos en la piel del otro el razonamiento ya no parece ni tan convincente ni tan agradable aunque continuará encontrando entusiastas partidarios en ciertos sectores empresariales que se sienten cómodos en la reducción de la competencia pensando que a largo plazo no saldrán también perjudicados. De hecho choca frontalmente con ese igualitarismo predominante y el buenismo en todo lo que se refiere a los “migrantes”.

Es llamativo como aquellos que han enarbolado históricamente la bandera de la igualdad y la lucha de clases son los mismos que ahora se descubren como los más vehementes partidarios de discriminar a la gente por razones de renta anhelando algo así como un turismo censitario donde se pueda elegir a aquellos que pueden visitarnos. Igualdad para qué y para según quién, por actualizar lo que escribiría el mismísimo Lenin. No deja de ser una forma de clasismo, un esnobismo que solo pueden permitirse los hijos de las sociedades más prósperas que supieron abrirse al turismo y a todas las ventajas tanto sociales como económicas que nos ha traído el turismo y que tan rápidamente hemos olvidado a pesar de que los confinamientos impuestos por los políticos para tratar de detener un virus nos lo hayan recordado tan vívidamente. No somos capaces de aprender y olvidamos con demasiada facilidad, pero los viejos fantasmas que no han dejado de perseguir a la humanidad son exáctamente los mismos de siempre.