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La mala salud de hierro del comunismo

22 de mayo de 2023
Careta comunista
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La extrema izquierda ha presentado su penúltima marca política para este año electoral. No será la última, el partido de Yolanda Díaz es el enésimo intento de la izquierda más radical para esconder sus viejas ideas en nuevas siglas con el ánimo de rascar votos entre quienes jamás votarían al Partido Comunista. Debemos reconocer el arte con el que los comunistas son capaces de disfrazar su marca política, ahora en un rojo desteñido tirando a un rosa más amable que en realidad no aporta nada nuevo de lo que ya era Izquierda Unida, una amalgama de partidos extremistas de izquierdas que tienen diferentes matices pero comparten los mismos cimientos ideológicos. Sumar es poco más que una plataforma política para presentar una nueva candidatura con los partidos de siempre que se unen una vez más sin importar las veces que cambien de nombre y color. 

La caída del muro de Berlín dejó huérfana a la Izquierda poniendo a la vista todas las miserias del comunismo, un sistema político que los votantes repudian y del que los ciudadanos que viven bajo estos regímenes totalitarios tratan de huir. Sí, muchos jóvenes llevan camisetas con la cara del Ché pero muchos no saben quien fue y tiene más que ver con el arte pop que con la ideología. Sin embargo el comunismo continúa gozando de buena prensa entre las élites, sus fracasos se juzgan por sus supuestas buenas intenciones en lugar de tener en cuenta sus dramáticos resultados y sus dirigentes aprovechan esta superioridad moral para mantener vivo un proyecto político superado por la historia. Así, con una mala salud de hierro el comunismo sobrevive entre nosotros enmascarando su programa real en palabras más cordiales y propuestas parciales que nos encaminan de una forma más pausada y menos directa hacia un modelo de sociedad planificada y colectivitizada. El riesgo, por tanto no es menor sino mayor porque en ocasiones quienes no comparten estos fines son capaces de aceptar ir en esta misma dirección y aunque teóricamente vivimos en sociedades libres y democráticas la realidad es que hemos aceptado como natural niveles muy elevados de intromisión política en áreas que hasta hace pocos años estaban reservadas a la esfera privada. A nivel personal, con un nuevo puritanismo de izquierdas de lo políticamente correcto pero también a nivel empresarial con regulaciones que están asfixiando la libertad de empresa. 

La estrategia no es mala y de hecho les ha funcionado perfectamente. No solo porque han avanzado normalizando un plan radical sino porque les ha permitido vivir de los presupuestos públicos todo este tiempo. Los partidos nacionalistas también son expertos en este arte carnavalesco de la política en el que las siglas se camuflan en otras como en una matrioska, esa muñeca rusa que esconde una muñeca dentro de otra hasta llegar a una minúscula pero que es en esencia la misma. La política es el arte del engaño y estos partidos la dominan y manejan hasta el punto de que unas ideas que en un principio no tenían ningún apoyo social pueden convertirse en dominantes, no porque hayan cambiado de parecer sino porque son capaces de modular sus mensajes y estrategias. Desde la distancia se asemeja más a un circo cansino que se repite una y otra vez como el día de la marmota. Debe alabarse su perseverancia pues cuando fracasan cambian de chaqueta con rapidez hasta el punto de que incluso políticos que llevan viviendo décadas al calor de los presupuestos públicos se presentan como noveles. Al fin y al cabo la política es, sobre todo, un buen negocio para quienes se dedican a la política que los contribuyentes tenemos que pagar queramos o no. Y que siga la fiesta de la democracia.