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Todo público como solución

4 de mayo de 2021
todopublico
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Los éxitos del capitalismo son superiores a la planificación económica hasta el punto de que los políticos que defienden el intervencionismo tratan de apropiarse de los logros que solo se dan en las economías de libre mercado. Con argumentos poco elaborados y una lectura en diagonal de la obra de la economista Mariana Mazzucato, célebre por defender la innovación y el emprendimiento del Estado -ejem-, se lanzan a explicar que los teléfonos inteligentes no serían posibles sin la investigación pública y con el mismo atrevimiento proponen la creación de un Netflix público, de una farmacéutica pública o de un Amazon público.

Tratan de vender estas ocurrencias como sesudas reflexiones sin reparar en que el desarrollismo industrial y tecnológico de los Estados fue un invento… fascista. En España se creó el Instituto Nacional de Industria en los albores del Franquismo a imagen y semejanza del que había puesto en marcha Mussolini en Italia unos años antes. De aquella fallida aventura nos queda hoy la SEPI con participaciones en diferentes sociedades públicas ruinosas a pesar de gozar de la financiación casi ilimitada que permiten nuestros impuestos y la deuda pública sin contar con posiciones de monopolio. Ahí están RTVE, Navantia e incluso Correos. 

Precisamente las mentes pensantes y “cobrantes” de Correos (200k es el sueldo anual de su presidente) trataron de poner en marcha una especie de Amazon público con el fin de “fomentar el consumo local y de proximidad”. Una contradicción en sí misma porque lo que es local y próximo no necesitaría ser enviado por un intermediario de paquetería que ha resultado, además, un fracaso anunciado tanto por su nula repercusión como por los problemas legales que les han llevado a retirar de la venta los productos de alimentación de sus oficinas ya que no contaban con los permisos pertinentes. Más valdría que una organización con casi 60 mil empleados, privilegios monopólicos y más de 300 años de experiencia, se dedicara, al menos, a realizar el reparto de cartas y paquetes con una mínima diligencia tal y como hacen otras empresas del sector con menos de una cuarta parte de sus trabajadores. Tampoco parece una idea muy novedosa proponer un servicio de televisión en streaming cuando en España no solo contamos una televisión pública estatal sino que está acompañada por sus hermanas autonómicas menores -no siempre en presupuesto y personal en relación a su territorio o espectadores- que no dejan de perder audiencia a pesar de sus abultados presupuestos con una factura total que ronda los 2 mil millones de euros. Lo que sí podrían emular es su forma de financiación y que estas televisiones públicas se descolgaran de los presupuestos públicos para depender de cuotas asequibles como hacen las plataformas audiovisuales que admiran -y miran- nuestros próceres.

Los ejemplos de los fracasos históricos son tantos, tan notables y alrededor de todo el globo, que abochorna que en el siglo XXI haya políticos con el atrevimiento de recuperar tan rancias y fallidas ideas. Pero es que ni siquiera cabría esperar a ver el resultado práctico ya que parten de un error intelectual de base en el que supone que desde lo público se puede innovar cuando, como mucho, pueden llegar a copiar, y cuando lo consiguen llegan tarde, lo hacen mal y a un coste muy superior al que logran las empresas. No importa, claro, porque pagan los contribuyentes tanto directamente como el coste de oportunidad de ese dinero malgastado que podría haberse invertido en otras materias que de verdad produjeran un mayor progreso y avance social. 

No, el emprendimiento solo puede darse allí donde hay libertad en todos los aspectos para que tanto las ideas como el capital puedan volar libres y se abracen, no por imposiciones desde despachos sino porque ambas partes lo ven conveniente. Este proceso de descubrimiento no siempre fructifica, pero aprende de sus errores y termina abonando un campo en el que florecen innovaciones de todo tipo que favorecen tanto la acumulación de conocimiento como de capital generando un círculo virtuoso. Lo contrario, esperar que un empleado público encorsetado por la burocracia innove en algo cuando lo cierto es que no tiene capacidad para decidir ni siquiera el color del sello que debe estampar en alguno de los cientos de formularios que exigen a los ciudadanos, es puro pensamiento mágico que, normalmente, queda superado durante la adolescencia.