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El retorno del fútbol

13 de junio de 2022
futbol
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Siendo como soy aficionado al fútbol, debo reconocer sin embargo que cada vez me siento más alejado del fanatismo por una camiseta, que se parece bastante al nacionalismo, y empiezo a sentirme identificado con esos bichos raros a los que les resulta indiferente el deporte del balón. Quizá sea por eso que en los últimos tiempos me resulta muy difícil creer en las supuestas bondades para el conjunto de la sociedad que traen los grandes dispendios asociados a este deporte. Periódicamente, se plantean estos asuntos en el debate público y en general se lo hace de una manera a todas luces acrítica, dejándose llevar por las tripas o por el bolsillo. De algunos pocos.

En Canarias tenemos ahora dos casos de este tipo, uno en cada isla capitalina. En Tenerife, ha surgido la idea de construir un nuevo estadio para el equipo local, amparándose en justificaciones varias, algunas tan poco consistentes como que “corren nuevos tiempos” y entonces se necesitan nuevas instalaciones. No es momento de justificarlo en la necesidad de ampliar la capacidad, puesto que el equipo, pese a que está haciendo una buena campaña, ha sido incapaz de llenar las poco más de 20.000 localidades cada quince días. Bueno es recordar que se trata de un equipo y no de un club sricto sensu, porque el destinatario del amor por la camiseta blanquiazul en realidad es una sociedad anónima deportiva, como tantas otras en España, por más que se mantenga a veces la tradición de la pañolada como repudio a los directivos, una reliquia de otros tiempos.

Nadie debería oponerse a la posibilidad de este nuevo estadio si fuera esto una decisión de los accionistas de la empresa que rige los destinos del Tete, pero sucede que al igual que ocurre con el Heliodoro Rodríguez, que es propiedad del Cabildo Insular, ese nuevo estadio me temo que lo pagarían con sus impuestos tanto los aficionados como aquellos que no lo son.

Por el lado de Gran Canaria, la idea es albergar en la isla una sede del mundial de fútbol de 2030, en el caso de que España sea uno de los anfitriones, algo sobre lo que todavía no hay certezas, ya que es solo una candidatura. Se habla de la histórica presencia de ciudadanos de Gran Bretaña, Alemania y Suecia en la isla, lo que les convertiría en aficionados de sus seleccionados en el caso de que jugasen en el estadio de Siete Palmas. O de la conveniencia para el espectáculo de la temperatura suave que reina en verano, en contraste con el tórrido mes de julio que tendrían los partidos en las sedes peninsulares.

Diferencias aparte, en ambos casos se apela a la justificación tradicional para estos proyectos faraónicos: que las inversiones necesarias se recuperan a través del enorme retorno que significa la sola presencia del fútbol de élite en la isla. No hemos llegado a esa fase aún, pero si es necesario se suele adjuntar algún informe de parte donde se habla de “millones de euros que mueve” un evento multitudinario. Cabe la duda acerca de que esto sea cierto.

De los últimos mundiales de fútbol, solo el de Alemania no fue deficitario. Y esto sucedió porque si bien las inversiones fueron millonarias, mayormente las sufragaron inversores privados y, en menor medida, el sector público, según el balance final de la Oficina Federal de Estadística alemana. Al revés de lo que es costumbre en Canarias, donde el gasto siempre es público.

Hay suficiente bibliografía sobre el mito de que los grandes encuentros deportivos crean riqueza y mueven el empleo. El economista Michael Leeds se ha preocupado por reunir las datos en su libro La economía del deporte, donde cita varias fuentes y explica que “se ha encontrado poca o ninguna evidencia de que las instalaciones y los equipos deportivos afecten el nivel de empleo, los ingresos fiscales, la riqueza o los salarios en una ciudad”.

Sin embargo, me temo que seguiremos oyendo que este enorme gasto del dinero de nuestros impuestos revierte en nuestra economía y que beneficia aun a aquellos a los que no les gusta el fútbol. Quizá sería deseable –aunque también improbable– que dijesen sin tapujos que estas cosas se llevan adelante solo porque, al igual que en Roma, se sigue proveyendo de pan y circo a las masas y que además permite hacer nuevos negocios a los amigos del poder. Al menos serían más sinceros.