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El sudor de la frente de los otros

9 de julio de 2020
lluviadinero
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Está en la Biblia y desde entonces ha sido un mandato que todos hemos seguido. “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente” le dice Dios, como castigo, a Adán, después de que este comiera el fruto del árbol prohibido. Pero ese castigo ha sido reinterpretado con el correr de los siglos y de maldición divina ha pasado a ser una bendición humana. En especial, en tiempos en que los puestos de trabajo no solo no sobran, sino que disminuyen, como sucede en España en nuestros días. Trabajar ha sido, además, el paso inaugural que los jóvenes dan en la vida de los adultos, el requisito imprescindible para emanciparse o, en otros tiempos, unas de las cosas que primero preguntaban los padres a sus hijas cuando les contaban que se habían puesto de novias: “¿De qué trabaja este muchacho?”.

Pero vivimos tiempos convulsos y extraños, donde la escala de valores parece estar invirtiéndose. Entonces, lo que antes era bueno pasa ahora a ser malo y viceversa. Al menos para algunos, que cada vez tienen más poder. No de otra forma puede entenderse el júbilo desatado en ciertos sectores ante la aprobación, en el Congreso de los Diputados, del decreto del ingreso mínimo vital. Sus impulsores quieren que sea percibido como un éxito, cuando es en realidad la constatación de un fracaso. Tener a miles de personas, si no millones, pendientes de que se les dé un dinero sin haber hecho absolutamente nada para merecerlo es todo lo contrario a la denominada cultura del trabajo y a aquel sudor de la frente del que hablábamos al principio. Cuesta entender que se vea como un logro y una reivindicación lo que es una enorme claudicación.

Más aun cuesta encuadrarlo en una presunta lucha de clases, cuando en los orígenes de las fricciones entre pueblo llano y aristocracia siempre estaba presente la voluntad de disponer de lo propio, del fruto del trabajo de cada uno. En aquel momento, no se entendía que hubiese algunos que no tuvieran necesidad de mancharse las manos con el trabajo, y así fue que de una nobleza extractiva se pasó más tarde a un gobierno extractivo, etapa que dura hasta hoy y que traza la verdadera lucha de clases de nuestro tiempo: la de los que producen contra los que no producen nada pero viven de los primeros. En la discusión sobre la renta básica o este ingreso “vital”, es desconsolador observar cómo se soslayan este tipo de consideraciones y solo se centra el debate en el cálculo acerca de si es financieramente sostenible la medida. No parece haber interesados en la cuestión central: si es moralmente aceptable pretender vivir de ese dinero por el que no es preciso trabajar, que es “gratis”, pero que al fin y al cabo procede del trabajo de otros, arrancado vía impuestos.

Debemos prepararnos para las noticias que en el futuro nos anuncien cuánto ha aumentado la cantidad de beneficiarios de esta paga y encima pretendan que les aplaudamos por ello, debemos prepararnos para un aumento de deuda y de impuestos acorde con la necesidad de pagar este nuevo gasto y debemos prepararnos para ser acusados, todos los que defendamos la inmoralidad de este programa, de ser personas de escasa sensibilidad social, cuando no lisa y llanamente de fascistas, que es el insulto comodín a falta de más amplio vocabulario. No menos angustiante será ver cuán solos estaremos en ese momento los que pensamos así, algo de lo que tuvimos una muestra hace tres semanas, en el momento de votarse en un Congreso sin votos en contra. Si recibimos algo a cambio de nada, difícil será frenar el deseo de permanecer en ese grupo de beneficiarios de cada vez más personas, más si cabe cuando tendrán de su lado toda una visión del mundo impulsada desde los poderes públicos en la que se los disculpará y se los postulará como la muestra de una sociedad más equitativa, menos desigual. Cuando la verdad será que los habrán convertido en hombres y mujeres mucho más dependientes de otros, una clientela zombi que retribuye ya no con el trabajo sino con el voto a los candidatos correctos.