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30 años de la caída del Muro de Berlin

9 de noviembre de 2019
Muro de Berlín
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Este 9 de noviembre de 2019 se cumplen 30 años de la caída del muro de Berlín, una fecha histórica que no solo puso en marcha la reunificación alemana sino que arrastró a la Unión Soviética hacia su disolución. Sin embargo, algunas de las ruinas del totalitarismo comunista no fueron retiradas y continúan oprimiendo a países enteros con el aplauso de los nostálgicos de la utopía diseñada por Carlos Marx. Aquel acontecimiento es, tres décadas después, un faro de esperanza para todos los pueblos que permanecen subyugados bajo la bota de los regímenes comunistas y un recordatorio del fracaso de la planificación económica.

El muro de la vergüenza

El muro que dividió Berlín en dos comenzó a erigirse un 12 de agosto de 1961 entre eufemismos de los dirigentes socialistas de la República Democrática Alemana (RDA) que lo bautizaron como “muro de protección antifascista” destinado teóricamente a proteger a los berlineses orientales de las agresiones e injerencias occidentales. Mucho se había especulado sobre la construcción de una infraestructura similar hasta el punto de que tan solo dos meses antes de que se levantara la primera piedra del muro el presidente de la Alemania Oriental, Walter Ulbricht, declaró que no tenían intención de erigir ningún muro tras la insistente pregunta de un periodista. La realidad, sin embargo, distaba mucho del relato oficial de la nomenklatura y es que entre 1949 y 1961 la ausencia de una frontera física en Berlin había supuesto la fuga de unos tres millones alemanes orientales hacia la República Federal Alemana (RFA), casi el 20% de su población.

Aunque en un principio se vendió a la opinión pública como una medida provisional el muro se levantó con una celeridad impropia de los sistemas burocráticos y no dejó de complementarse, construido con hormigón armado, estuvo rodeado por un foso y una alambrada, llegó a tener hasta 4 metros de altura y 155 km de perímetro que aislaban por completo Berlín Oeste de la RDA. Mientras estuvo en pie unas 5.000 personas consiguieron cruzarlo por diferentes medios aunque al menos otras 3.000 fueron detenidas cuando intentaban huir del paraíso comunista y unas 200 perdieron la vida entre los disparos de los tiradores y las minas del lado socialista. Tal y como apuntó el filósofo Jean Français Revel fue la construcción del muro en 1961 y no su caída en 1989 lo que marcó el fracaso del comunismo ya que se trataba de un síntoma de debilidad de un régimen, el comunista, que no era lo suficientemente apetecible para su propia población hasta el punto de que estaban dispuestos por millares a jugarse la vida.

Todo pese al empeño que pusieron los dirigentes de la RDA que no se podían permitir la fuga masiva de su población en el que debía ser el escaparate del sistema comunista, una capital europea que tenía la oportunidad de mostrar al mundo la cara amable del comunismo soviético y las supuestas ventajas de la economía planificada frente a los fallos de mercado o la igualdad más allá de las clases contrapuesta a la desigualdad de la libre competencia.

El fracaso del socialismo económico

La Unión Soviética destinó 12.800 millones de euros a la reconstrucción de Alemania Oriental solo en 1938 y no dejó de inyectar recursos directamente en Berlín Este para que su economía no se derrumbara. No obstante, el problema económico no era algo puntual, se encontraba en la misma concepción de la planificación y dirigismo que se hacía de la economía socialista. Los planes quinquenales promovidos por el Partido Socialista Unificado de Alemania se sucedieron a lo largo de los años con reformas agrarias que limitaron la extensión de las propiedad agrícolas a tan solo un kilómetro cuadrado, se redistribuyeron terrenos entre pequeños campesinos y se crearon granjas estatales. El sector industrial tampoco se dejó en manos del libre mercado y además de las nacionalizaciones de muchas empresas en los planes quinquenales se establecían cuotas de producción que no obedecían a las necesidades reales de la economía sino a las decisiones que tomaban los dirigentes socialistas en sus despachos. Sobre el papel los números parecían cuadrar -no es que hubiera pleno empleo, es que la tasa de paro declarada era del 0%- y se establecían precios máximos mientras que en la calle había desabastecimiento al existir un descuadre entre oferta y demanda que desencadenó un extenso mercado negro de productos básicos.

La producción no estaba orientada a las necesidades de la gente sino a lo que sus líderes políticos pensaban que debían necesitar. La experiencia de esta economía planificada confirmaba la teoría enunciada por el economista Ludwig Von Mises sobre la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo ya que la información que se encuentra dispersa en el mercado libre entre millones de individuos que a través de sus acciones individuales según sus necesidades particulares toman decisiones de compra o venta sobre recursos escasos no puede ser sustituida por un sistema donde estas decisiones se toman de forma centralizada como ocurre en el socialismo. Prueba de ello, por ejemplo, es el registro de la compra-venta de unos buques que supuso un coste de 133 millones de euros para la economía de la RDA por los que la Unión Soviética tan solo pagó 41 millones. Puede parecer anecdótico pero las relaciones comerciales de Alemania Oriental se realizaban básicamente -un 65% del total- con otros estados comunistas y para que sirva de comparación en 1988 las exportaciones de la RFA excedieron los 291.000 millones de euros frente a los 28 millones de la RDA en el mismo año.

La macroeconomía se trasladaba al bolsillo de la gente corriente, marcada por diferencias tan notables como que el Producto Interior Bruto per capita de los alemanes orientales era de 9.400 euros frente a los 22.000 euros de los alemanes occidentales. O lo que es lo mismo, los alemanes orientales eran casi un 60% más pobres que los occidentales. Pese a la idea romántica que en ocasiones se ha tratado de dibujar de la vida en Berlín Este, su población vivía bajo penurias y se mantenía pobre viendo cómo sus vecinos que habían quedado al otro lado del muro prosperaban. Mientras el discurso oficial de la RDA alertaba de los peligros del consumismo y los vicios inherentes del capitalismo su población tan solo quería salir adelante y soñaba con pasar de preocuparse por comer a preocuparse por tener qué elegir qué podían comer. Aunque oficialmente todos tenían trabajo muchos de estos puestos no tenían sentido económico y la economía oriental tenía una productividad que no llegaba a la mitad de la que ofrecían los países capitalistas.

La caída del muro aceleró el colapso de la economía de Alemania Oriental con el desplazamiento libre de la mano de obra hacia el lado occidental, capital y otros recursos. De ahí que el proceso de reunificación, anhelado por los alemanes, fuera tan rápido como necesario. Menos de un año después, el 1 de julio de 1990 la RDA se disolvió e integró en la República Alemana que hoy conocemos, también económica y monetariamente.

Las cicatrices económicas del muro

Los esfuerzos de la nueva Alemania por paliar la maltrecha economía del Este fueron notables desde la misma reunificación monetaria con el marco alemán que finalmente se cambió en una relación 1:1 con los marcos de la RDA (con algunas limitaciones para la retirada de ahorros), a pesar de la debilidad de esta moneda con el fin de no empobrecer todavía más a los alemanes orientales. La inversión pública fue otro de los puntales, entre 1993 y 2004, los estados orientales recibieron 94.500 millones de euros para construir nuevas infraestructuras como carreteras, modernizar edificios obsoletos o revitalizar ciudades en franca decadencia. Para ello desde el año 1991 los alemanes de los estados occidentales pagan un impuesto llamado “de solidaridad” que supone un 5,5% del impuesto de la renta que no será eliminado hasta, al menos, en el año 2021 pero que tendrán que seguir pagando las rentas más elevadas. Y es que pese a que el sistema socialista demostró su fracaso su huella permanece en pequeños detalles tales como son los impuestos elevados o la redistribución de la renta a través del Estado, entre otras medidas que intervienen y distorsionan el funcionamiento normal de la economía.

Estas medidas estuvieron acompañadas de una transición desde una economía planificada a una de libre mercado en la que tuvieron que privatizarse muchas empresas que habían sido nacionalizadas por los comunistas, otras fueron directamente clausuradas. El equilibrio era complicado y todavía levanta suspicacias entre los alemanes ya que los muchos de los antiguos habitantes de la RFA consideran que este rescate de la economía oriental supuso un empobrecimiento y un lastre para ellos mientras que los de la RDA estiman que se aprovecharon de su situación para contratar mano de obra de barata ante la situación de necesidad en la que se encontraban.

Lamentablemente a pesar del tiempo y de la reunificación, Alemania quedó marcada por la frontera que dividió el sistema capitalista del comunista. Así, si observamos un mapa del Producto Interior Bruto territorializado a simple vista se comprueba una linea divisoria entre lo que fueron ambos modelos. Los habitantes del este de Alemania tienen todavía la mitad de la renta que sus compatriotas del lado oeste pese a los esfuerzos del país por corregir las desigualdades que dejó la fractura de las dos Alemanias. De hecho se acuñaron términos como “germanoesclerosis” para referirse a la maltrecha economía alemana que el semanario británico The Economist llegó a definir como “el hombre enfermo de Europa” cuando no fue capaz de cumplir con los límites de déficit marcados por el Tratado de Maastricht allá por la primera década del siglo XXI. 

Las diferencias económicas entre las dos Alemanias todavía se perciben en la actualidad, aunque la linea divisoria ya solo es imaginaria su peso se deja notar en diferentes indicadores económicos como el nivel de renta o desempleo. Una huella que delata el empobrecimiento que el socialismo puede someter a una sociedad y que en Alemania se visibiliza como en pocos lugares: un país devastado que fue separado en dos mitades, una prosperó con el sistema capitalista y la otra arrastra la ruina del socialismo. Y es que el socialismo no solo devasta la economía de un país sino que destruye instituciones vitales para el buen funcionamiento de una sociedad próspera como el principio de la propiedad privada, la responsabilidad individual o el espíritu emprendedor. Cualquiera puede levantar un edificio o una empresa pero lo verdaderamente importante es el capital humano, su formación y sus valores. De esta forma, y pese a que los alemanes celebran estos días el treinta aniversario de la caída del muro de Berlín, el fracaso socialista dejó unas heridas en el tejido social y económica que tardarán en cicatrizar por completo.

Los herederos del muro

El muro de Berlín cayó un 9 de noviembre de 1989 por error. Los dirigentes de la República Democrática Alemana no tenían intención de abrirlo pero un miembro del politburó del Partido Socialista Unificado de Alemania llamado Günter Schabowski se expresó mal al comentar una reforma de la ley sobre viajes de forma que se entendió que el muro ya había sido abierto y las ansias de libertad del pueblo berlinés hicieron el resto. La gente acudió en masa para cruzar hacia el oeste. Los tiradores no dispararon y el muro empezó a sucumbir ante los mazazos. Las celebraciones se sucedieron a ambos lados del muro, familias que habían vivido separadas pudieron reencontrarse de nuevo y se abrió un futuro de esperanza para toda el continente que por fin comprobaba que el “telón de acero” descrito por Winston Churchill se había rasgado de forma que ya nada volvería a ser igual. Georgia, Ucrania, Bielorrusia, Moldavia o Uzbekistán, entre otros, siguieron a la reunificación de Alemania marcando el camino de la disolución de la Unión Soviética a finales de 1991, apenas dos años después de la caída del muro de Berlín.

Los restos del muro que todavía se mantienen en pie solo lo hacen como reminiscencia de aquellos terribles años de aislamiento. Un recordatorio de los horrores del socialismo que pese a su fracaso ha conseguido levantar y apuntalar otros muros que se mantienen en pie en la actualidad. La frontera de Corea del Norte tal vez sea el caso más llamativo pero no debemos olvidar que la isla de Cuba continúa usando el mar Caribe como frontera natural para que su población no pueda escapar del paraíso socialista ideado por el difunto Fidel Castro. Y lo que todavía es más preocupante, el socialismo real no solo resiste en forma de vestigios de regímenes extemporáneos sino que en Hispanoamérica países prósperos como Venezuela han caído en los últimos bajo el totalitarismo del socialismo del siglo XXI y tiene un buen ejército de defensores que justifican las dictaduras comunistas, presentes y pasadas, al mismo tiempo que pretenden llevar de nuevo a los países europeos a recorrer este camino de servidumbre que bajo el pretexto de redistribuir equitativamente la riqueza nacional termina destruyéndola y solo consigue llevar a cabo un reparto equitativo de la pobreza.

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