‘Quisimos cerrarnos tanto que nos quedamos sin aire para respirar’. No es mal diagnóstico de lo que ha ocurrido en la Isla de El Hierro. Se le debe a José Carlos Avila Quintero, miembro de la patronal herreña (APYME) y empresario desde hace más de treinta años. Comenzó con un taller y su expansión le llevó a otro tipo de negocios, complicados en los últimos años por culpa de una crisis que se alarga más de lo que le gustaría y alguna decisión burocrática causante de un quebranto patrimonial notable y un escarmiento que le llevará a cuestionarse inversiones futuras. Define la economía de la isla como ‘un poquito de todo y un mucho de nada’ propiciado por una escasa población que decrece año a año. No es el único que explica en la baja densidad de población los problemas de la isla pero sí sería conveniente analizar si es causa o consecuencia de lo que ocurre en la actualidad. Ni siquiera el boom vivido entre 1996 y 2007 consiguió poblar la isla de una forma apreciable. Tampoco parece que haya acuerdo a la hora de determinar el número aproximado de habitantes, 10.979 para el Instituto Canario de Estadística, o una cifra que oscila entre los 6 y 8 mil según a quién se le pregunte.
La escasa población es evidente que no juega en favor de un mejor y más equilibrado desarrollo de El Hierro. Apenas si se produce especialización y no cuenta con la ventaja de los sitios más densamente poblados, la división del trabajo y del conocimiento. Pero no se ha llegado hasta ese exacto punto por una especie de conjura del resto de islas contra la más pequeña, esa que indefectiblemente es pronunciada por cualquier interlocutor cuando se le pregunta si conoce todas las islas: ‘Me falta El Hierro’. Podríamos recordar, con Borges, aquello de que todos los pueblos son iguales, incluso cuando se consideran únicos. Quizás El Hierro sea la más notable excepción y esa singularidad la han defendido con ardor en los últimos cincuenta años. Asustados por los desarrollos urbanísticos de las zonas sur de las islas turísticas, se conjuraron para no vivir el mismo tipo de futuro, entendido como una condena y valoraron desde los inicios un desarrollo sostenible capaz de convertirse en la clave de su éxito ante los visitantes. No puede decirse que no hayan tenido éxito, el 60% de los apenas 15 mil turistas que reciben afirman viajar pensando en el reencuentro con la naturaleza, el mundo rural y la tranquilidad. Pero es a todas luces insuficiente y no puede alegarse desconocimiento o premeditación. No en los resultados, sí en los errores que han llevado a limitar tanto el crecimiento de la Isla.
El Hierro vive en una eterna etapa preturística y los intentos por revertirlo siempre se encontraron con unos dirigentes y pobladores hostiles al desarrollo. No solo por esa querencia natural por el paisaje y la tierra, también por miedos ya comentados o por intereses no del todo claros. Ocurre con la misma instalación del Parador de El Hierro, cuya idea original data del año 1964 y que pasaba entonces por ubicarlo en la zona costera de El Tamaduste. Gozaba de toda lógica, una forma de aprovechar un terreno yermo y cuyo desarrollo habría de corresponder al Ayuntamiento de Valverde. Pero existía, al tiempo, la intención de construir una ciudad de vacaciones, aprovechando la mejora de las condiciones económicas y el éxito que algunos emigrantes habían tenido en el exterior, presentándose incluso una maqueta del proyecto -en un acto en Santa Cruz de Tenerife- con el fin de hacer atractiva la inversión. Sin embargo, lo que ocurrió fue que precisamente esa aspiración no nata sirvió de base para no construir el Parador allí, alegando que una norma de 1952 impedía la construcción de ese tipo de establecimiento público en las proximidades (10 kilómetros) de otros análogos. Sorprende la explicación, la norma se hizo para que operara en sentido contrario, se impidiese la construcción de otros alojamientos privados cerca de los Paradores. Después de haber concedido que sería El Tamaduste, se decide cambiarlo y el lugar elegido es Las Playas, según las crónicas (citadas en el trabajo ‘Evolución del sistema turístico de la isla de El Hierro’ del profesor Carlos Santiago Martín Fernández) por decisión final del Ministro de Turismo, Manuel Fraga Iribarne, sin descartar otros intereses particulares. ¿Se puede mostrar menos interés en el turismo y su desarrollo que eligiendo la zona de Las Playas para ubicar el que sería más grande alojamiento de la Isla? ¿Es compatible interés con enviar una construcción ambiciosa de 104 camas a una zona inaccesible, remota y desapacible? ¿Puede servir para algo un edificio sin nada en su alrededor, sin playas o infraestructura alguna? Lo peor, con todo, fue que un proyecto nacido en 1964 se empezó a construir diez años después por culpa de las necesidades de servicios esenciales en la zona (incluso hubo de construirse un túnel) y no se terminó hasta 1976. Pero lo mejor, por desidia no entró en funcionamiento hasta los primeros años 90, por falta de adecuación de las instalaciones anexas, advertidos por los responsables de que quizás, de continuar el abandono, jamás recibiría a un solo huésped.
Retrasado tanto como fue posible el funcionamiento del Parador, El Tamaduste tampoco se desarrolló como estaba previsto. El retraso en la puesta en marcha de aeropuerto (1972), la crisis del año siguiente y los miedos existentes ya entonces, sirvieron para que en el Plan General de Valverde se pusiera sordina al crecimiento de la zona: “no se trata de despreciar las inversiones de la iniciativa; se trata de orientar el desarrollo turístico hacia alternativas específicas acordes con la realidad herreña y ponderadas con la realidad general del sector. Su sensibilidad a las rentabilidades a corto plazo y su factor de fuerte acelerador económico con los consiguientes riesgos de desequilibrio y caída deben ponderarse más allá de los índices macroeconómicos, contemplando los perjuicios para las clases trabajadoras y obligándose a controlar los niveles de oferta, con el realismo de las iniciativas, y los compromisos a establecer”
Se puede observar como el dirigismo político y el uso del suelo para condicionar el desarrollo de la isla tienen en El Hierro una larga data. Se debe insistir en que en temprana fecha se habla desde sus instituciones de proyectos estratégicos que condicionarían el futuro de su economía. Quizás podría pensarse que la agricultura y ganadería servirían de auxilio de una población pequeña y sin grandes necesidades. La decisión podría tener lógica pero resulta aberrante, con unos burócratas tomando decisiones cuyas implicaciones ellos no han de asumir. Pasado el tiempo el sector primario ha quedado convertido en marginal pero siempre, desde la misma burocracia, se encuentra un chivo expiatorio en el exterior. Así y en el Plan Territorial Especial de Ordenación Turística Insular El Hierro (PTTh) se dice: “la productividad/rentabilidad del sector primario es cada vez menor, debido a la competencia (desleal) de gigantescas empresas transnacionales que utilizan prácticas de máxima explotación y mínimo gasto … el pequeño agricultor y ganadero de El Hierro tampoco puede competir con estos, y, según los datos, ya no se produce relevo generacional en el campo; en un plazo de veinte años empezarán a quedar baldíos, sin nadie que los atienda” (Área 2006). Si uno se toma la molestia de hablar con los escasos empresarios que mantienen sus actividades en pie, observa que existen explicaciones distintas a la existencia de poderosas multinacionales deseosas de acabar con la ganadería y agricultura de una pacífica población atlántica. Es lo que comenta Terencio Acosta, co-propietario de los Supermercados Terencio -emplean a 50 personas- quien ha visto como el incremento de normas, decretos y leyes (regulaciones diferentes que exigen etiquetados a productos que no los tuvieron nunca) impiden a pequeños agricultores ganarse una renta adicional elaborando productos tales como quesos, mieles y demás. Es decir, que la burocracia simplemente crea problemas y luego decide culpar a otros. Es razonable pensar que el abandono del campo tiene mucho más que ver con la incapacidad de producir allí que a poderosas corporaciones que no han entrado nunca en El Hierro.
Casi todas las personas con las que uno puede hablar de la economía de la isla coinciden en el análisis. Difieren, eso sí, en las soluciones. Problemas, en un pequeño territorio y con una población escasa existen hasta cuatro administraciones locales. El mayor y más potente, el Cabildo Insular con unas herramientas de planificación a su alcance que ha conseguido paralizar cualquier desarrollo. Pero luego existen tres ayuntamientos, el último de los cuales fue creado justo en el momento en que se desató la crisis que seguimos viviendo. El Ayuntamiento de El Pinar maneja un presupuesto de algo menos de tres millones de euros al año y destina al pago de salarios de sus trabajadores casi un millón cien mil euros.
Una constante, las administraciones son las principales (¿acaso las únicas?) empleadoras en la isla y la iniciativa privada es escasa y de pequeña entidad, sin que esto pueda revertirse a corto plazo. La Ley de Espacios Naturales impide prácticamente cualquier acción sobre el terreno y queda todo en manos de lo que decidan ls políticos y funcionarios. Un ejemplo de esto lo encontramos en el testimonio de José Carlos Ávila, quien guiado por la necesidad de aumentar la capacidad alojativa de la isla, se embarcó en el proyecto de construcción de un hotel cuidadoso con el medio ambiente e integrado en el paisaje. Después de evacuar consultas, le animaron a seguir adelante y compró (en sociedad) más de 125 mil metros cuadrados para algo más de 200 camas. En el momento de avanzar se les dijo que no, que corría riesgo de desprendimiento de rocas sobre la construcción y hoy el solar sirve de pasto para las cabras. Con esos antecedentes, es difícil que nadie se atreve a emprender en la Isla. No solo por la competencia que pueden ejercer las propias administraciones, es que se limita tanto la creatividad empresarial que es complicado pensar que las soluciones puedan venir de la parte privada de la economía. Con ello, ¿puede aspirarse razonablemente a soluciones desde la política? Casi todo el mundo coincide con dar un margen de confianza a la nueva presidenta del Cabildo Insular, Belén Allende. Destacan que escucha a todo el mundo y que parece muy interesada en apoyar iniciativas que pongan a la isla en el mapa. Pero en entrevista con La Gaveta Económica afirma que cree que el futuro pasa por una mejora del sector primario, incluso ‘incorporando a jóvenes a trabajar en el campo, a los que habría que formar y ayudarles a innovar con el fin de convertir la isla en un laboratorio en el que testar productos y políticas’, la apuesta energética -en referencia a Gorona del Viento- y por mejorar la oferta turística, creciendo en los próximos cuatro años gracias a la definición de nuevos productos (senderismo, parapente, etc), duplicando para ello la capacidad hotelera. No parece que sea función de ningún político señalar los sectores que deben desarrollarse y sí más bien quitar los frenos que impiden nuevas inversiones. Caso sintomático resulta el campo de golf, que en su día era solicitado para encuadrarlo dentro de la oferta y que se abandonó ante las quejas de determinados sectores sociales. Como ocurriera antes con la lanzadera de minisatélites o el radar de Malpaso. No hay nada nuevo en el discurso de la presidenta, nos muestra que, como dijera Frederic Bastiat, ‘cambian los planes pero los planificadores son todos iguales’. En 1987, la Oficina Insular de Urbanismo y de la Vivienda ya parecía tener una idea de lo que debería ser el futuro y pensaban en cuatro patas esenciales para la economía: agricultura, ganadería, pesca y el nuevo turismo. No parece que acertasen en sus previsiones ni dictámenes, lo cierto es que la isla está cada vez más despoblada, más envejecida, más funcionarizada y más dependiente. Incluso, en esto coinciden todas las personas con las que hablamos para la realización de este reportaje, una oportunidad como la erupción del volcán marino cerca de la Restinga la malograron por una pésima gestión política que reprochan al anterior equipo rector del Cabildo.
El Hierro solo presenta a día de hoy un éxito en el que todo el mundo parece coincidir. La Central Hidroeólica de Gorona del Viento. Pero tampoco está exenta de crítica, al contratarse buena parte de la mano de obra en su construcción y puesta en marcha en el exterior, lo que ha restado trasferencia de conocimiento tecnológico, esencial para la población local. Al menos eso considera un empresario de la construcción, Pedro Nicolás Padró, afectado por la parálisis económica. Otros muchos consideran que es una extraordinaria máquina propagandística, que permite muchos minutos de publicidad gratuita en los principales medios de comunicación del mundo y la presencia, con alguna frecuencia, de investigadores que desean conocer su funcionamiento. Lo más sorprendente es preguntar a nuestros interlocutores en qué se benefician directamente y ninguno fue capaz de dar una respuesta exacta. Quizás Terencio Acosta fue quien más se aproximó al considerar que el Cabildo podrá vender esa energía y obtener recursos con los que financiar sus políticas. Pero incluso en esa caso, resulta pertinente preguntarse si no habrían notado en un lugar con las carencias de El Hierro esos 82 millones de euros que han sido necesarios para financiar Gorona de una forma mucho más notable.
El problema que habrá de enfrentar la Isla, a pesar de las buenas intenciones de la Presidenta, es que requieren de soluciones inmediatas y rápidas. El desarrollo de infraestructuras es costoso, deben financiarse y los recursos no dependen del Cabildo. está por ver, además, que una mejora del aeropuerto, por ejemplo, se traduzca en un inmediato interés por visitar la isla sin antes contar con una oferta alojativa y de servicios apropiados.
Por eso, le preguntamos a Zachary Cáceres lo que puede hacerse en una zona como El Hierro para provocar un inmediato progreso. Con un pequeño grupo de colaboradores trabaja en el StartUp Cities Institute asesorando a espacios que desean construir nuevas posibilidades gracias a la tecnología pero no solo con tecnología. No es sencillo, pero el grado de autonomía con el que cuenta un Cabildo Insular es un buen punto de partida. Entiende Cáceres que lo primero es que fuese una necesidad genuina apoyada por las élites económicas pero es difícil identificar algo así en la isla del Meridiano. Una buena forma de arrancar sería bajando -incluso eliminando- impuestos y rebajar regulaciones en zonas concretas con el fin de crear oportunidades para empresarios. Es importante hacerlo bien, ‘no se trata de bajar impuestos, esto se ha hecho en muchos sitios sin garantía de éxito, incluso se han producido fracasos totales’. La idea pasa por crear un producto de emprendimiento, un ecosistema en el que las empresas y sus trabajadores deseen instalarse, ofrecer la oportunidad de que las empresas compartan servicios o incluso alojamiento para los trabajadores de esas firmas que deseen instalarse. Un funcionamiento burocrático real de ‘One Stop Shop’ (ventanilla única), que permita una moderna y ágil conexión entre administración y empresas.
Martín Padrón, por su parte, empresario que preside la CONCAP (Federación Canaria de Asociaciones de la Construcción), cree necesaria la combinación de múltiples acciones en transportes, planes generales e inversiones públicas como el motor que ayude a despegar a la Isla.
Son visiones contrapuestas de un futuro que no termina de llegar nunca.
Artículo publicado en el número 2 de La Gaveta Económica. Puede leer el resto del contenido de la revista aquí.
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