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Arquitectura milagrosa

1 de diciembre de 2016
auditorio
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El conocimiento reciente de unas afirmaciones que en privado realizó Santiago Calatrava sobre la Isla de Tenerife ha generado el lógico revuelo. Un libro, “Queríamos un Calatrava” escrito por Llátzer Moix desvela los caprichos, cuando no la irresponsabilidad con la que despacha sus asuntos el arquitecto e ingeniero valenciano reconocido mundialmente. En la isla picuda se le adjudicaron dos contratos, el primero para la ejecución del Recinto Ferial y posteriormente para el desarrollo del Auditorio de Tenerife. Entre medias, adquirió fama internacional lo que se tradujo en nuevos caprichos y exigencias. Sin que pueda disculpársele, ese sería el contexto donde cabría enmarcar su poco cariñosa afirmación, respondiendo al responsable de proyectos singulares del Cabildo de Tenerife, Enrique Amigó que “para que te quede claro, tú me estás hablando de tu isla, que está en el culo de Europa, y yo te hablo desde Zúrich que es su corazón. Tu isla no me merece”. Obviamente, el merecimiento no es gratis y la factura que Calatrava pasó al cobro superó los 12 millones de euros por un proyecto que siendo originariamente presupuestado en algo más de 25 millones terminó en el entorno de los 100 millones. 

¿Es más grave la opinión que Calatrava expresó por la isla y su anatómica ubicación geográfica que haber despilfarrado millones en obras faraónicas? No parece que se haya reflexionado mucho sobre el particular y desde luego, si se han realizado estudios sobre el impacto económico que ese tipo de infraestructura ha podido aportar, no se han publicitado para general conocimiento. Todo lo más, como consecuencia del décimo aniversario de la inauguración del Auditorio, el entonces Consejero de Cultura Cristóbal de la Rosa afirmó que “las empresas vinculadas al sector turístico han ingresado en estos primeros años de Auditorio de Tenerife más de 4,9 millones de euros, mientras que la inversión económica (sic) ha generado 1,6 millones de euros a la Hacienda pública canaria, en concepto de IGIC”. Una inversión de 100 millones de euros posibilita, en el mejor de los casos, casi 500 mil al año como atractivo turístico. 

El efecto Guggenheim en Bilbao

Es probablemente el ejemplo que todos nuestros dirigentes se empeñaron en reproducir. Las cifras allí no admiten discusión porque se convirtió desde su inauguración en un éxito, dotando a la ciudad de un atractivo que no puede soslayarse. Desde su inauguración en 1997 más de un millón y medio de visitantes anuales triplican las previsiones efectuadas en el momento de su proyección, pasando la capital de Vizcaya de 29 hoteles a 53, de cero cruceros a 38, de organizar 88 congresos a 981, en cifras del año 2008. Según cálculos de la Diputación Foral de Vizcaya, cubrió en solo dos años el retorno económico bruto de los 23.000 millones de pesetas que había costado (más de 138 millones de euros).

Con esos antecedentes, no resulta extraño que todos quisieran algo de esta arquitectura milagrosa que revitalizaba ciudades tan degradadas como era Bilbao. El entonces portavoz de la oposición en el Cabildo de Tenerife, Melchor Núñez, reconoce a La Gaveta Económica su discrepancia original con el concepto de ciudad y de isla de quien fuera presidente de la Institución, Adán Martín, “por un lado, reforzar la condición de Santa Cruz como capital de la isla y de Canarias frente a Las Palmas, y dos, desarrollar urbanísticamente el frente marítimo de Cabo Llanos a modo de una especie de downtown local. Ello requería obras arquitectónicas “emblemáticas”, expresión que escuché por primera vez a Adán Martín, y de arquitectos de prestigio internacional. Santiago Calatrava fue el elegido para el Recinto Ferial y el Auditorio, nuestra discrepancia estaba fundamentada en que, si eran necesarias esas dotaciones, nunca con esas dimensiones y precios. El Recinto ferial es una obra rígida inapropiada para la finalidad buscada, cuyo desarrollo generó problemas y encarecimientos, no los suficientes para disuadir de adjudicarle el auditorio”. Benicio Alonso, por su parte, también se incorpora al Cabildo en la oposición con las obras en funcionamiento pero no se muestra más partidario que el propio Núñez, “estaban todo el día buscando la forma de poder afrontar los sobrecostes que iban surgiendo, además de ser casi imposible saber cómo se estaba gastando el dinero, de ahí que aun esperando incrementos de costes, nunca imaginamos que se multiplicasen por cuatro”. Alonso afirma tener dudas “de que el Auditorio tenga licencia de primera ocupación por parte del Ayuntamiento, me atrevo a decirlo porque la luz está a nombre del Cabildo cuando lo normal sería que estuviese al de la sociedad que lo gestiona, Auditorio de Tenerife, SA”. Mientras que Alonso se muestra crítico con Calatrava y disgustado por el desprecio a la Isla “llegó a decir que no reconocía el Recinto Ferial como obra suya porque le habían incorporado elementos que no proyectó. Y eran barandillas de seguridad de acuerdo con las normas”, Núñez entiende que “el arquitecto defendía lo que consideraba suyo con más o menos finura, pero el problema fueron las concesiones que le hicieron y los errores de concepto y de dirección política de la isla en la década de los noventa del siglo pasado”. 

Tenerife contaba con un proyecto de auditorio encargado a Antonio Fernández Alba que originariamente iba a ubicarse en El Ramonal. Posteriormente se descarta ese emplazamiento y se decide buscar uno nuevo, pensándose en El Chapatal todavía con aquel proyecto. 

Algo más tarde se traslada la idea a Cabo Llanos y que, aparte de la función cultural, debería constituir un hito arquitectónico, con lo que se desdeña el proyecto de Fernández Alba. Entra en escena Calatrava. La parcela original no era en la que finalmente se ubicó, sino una próxima al actual Palacio de Justicia. Todo esto provocó nuevos sobrecostes, negociaciones y retrasos, creyendo que convertir el edificio resultante en una nueva versión del Palacio de la Ópera de Sídney sería una buena idea. Solo que ese nuevo solar obligó a una cimentación más compleja y cara, teniendo que recurrir a micropilotes. Cabría preguntar si esto se hacía sin que los políticos objetasen, dando la impresión de que todo lo que pretendía el afamado arquitecto era atendido sin dilación por una solicita y entregada clase política. Algunas de estas ideas sí que se le intentaron vetar, lo que no era bien aceptado por Calatrava, y están explicados en el libro citado. Aunque era más usual actitudes como las de Dulce Xerach Pérez, quien en la misma publicación reconoce que “había dinero y pudo hacerse. No era como ahora, que no lo hay. Decíamos que sí a todo lo que considerábamos conveniente y lo íbamos encajando”. Llátzer Moix califica de rumbosa la actitud del cliente pero más parece un ejercicio de entregada frivolidad. 

El Recinto Ferial o el Auditorio de Tenerife son dos edificios de los considerados emblemáticos y llamados a alterar el paisaje urbano de la capital tinerfeña. Pero ambos, gestionados por empresas púbicas dependientes del Cabildo Insular, son ruinosos y alejados de cualquier objetivo accesible, más determinado por la ilusión que por la realidad. Hoy el Recinto Ferial, al margen de asuntos que tendrá que determinar la justicia, pierde más de 700.000 euros al año, con un uso alejado del óptimo, trasladando la idea de que sobra edificio por todos lados. El Auditorio no le va a la zaga, sus pérdidas son también elevadas (más de 1.100.00 euros) y la sociedad está siempre en problemas. Algo que no resolverá sus pretensiones de cobrar por las imágenes que se obtengan al estar sujetas a copyright y sobre lo que es preciso advertir. 

En Gran Canaria han sido más prudentes que en Tenerife, quizás porque la única obra que puede incluirse en el capitulo de “arquitectura milagrosa”, su Auditorio Alfredo Kraus encargado a Oscar Tusquets,  tuvo unos costes más contenidos y los problemas derivados de los originales dificultades acústicas parecieran vacunar a sus administraciones de este tipo de arriesgada apuesta. 

No solo existen proyectos de Calatrava en Tenerife, por más que sus disparatadas facturas finales le hayan dotado de una repercusión mayor. También se hicieron el mismo tipo de operación en otras obras que deberían haber contribuido de una manera decisiva al relanzamiento de Santa Cruz de Tenerife, de haber sido esa la idea. La zona de la Plaza de España y el museo del TEA (54 millones de euros y un espacio inmenso infrautilizado) se adjudicaron a Herzog y De Mouron o el edificio de Perrault en la Playa de las Teresitas, de infausto final, son otros elementos de ese tipo de arquitectura milagrosa. Aunque pudiera parecer objetable que desde el Cabildo sus presidentes aspiren a convertirse en los alcaldes de las capitales, tal pareció siempre el caso de Tenerife, no es el único municipio recipiendario de este tipo de obra mágica. También es el caso del Palacio de Congresos Magma de Adeje, encargado a un estudio local conformado por Martín Menis, Pastrana y Artengo pero con comportamientos igualmente desprendidos a la hora de la ejecución. La obra, inicialmente prevista en 8,2 millones de euros, terminó costando más de 42 millones. 

¿Se podría haber hecho de manera distinta? Es preciso señalar que los costes deberían formar parte de la más elemental prudencia a la hora de acometer infraestructuras y entender claramente que aquello que no puede provocar un retorno razonable debería ser pospuesto. Que el dinero tiene usos alternativos y que, por más que puedan habernos intentado persuadir de lo contrario, destinar recursos escasos a la construcción de un auditorio de 100 millones de euros supone dejar de usarlos en otros fines igualmente importantes, ya sea hospitales, colegios, carreteras o cubiertas de aeropuertos, sin contar en que mucho mejor podría resultar dejar ese dinero en los bolsillos de sus legítimos propietarios para que lo destinen en función de sus preferencias, gustos o prioridades, ya sean de consumo cultural o no. 

Por eso hemos preguntado a distintos profesionales si tiene sentido económico, estético o de atracción turística arriesgar tal cantidad de recursos. También si es pretender mucho mantener bajo control los costes de ejecución de las obras y si corremos riesgo importante ante un inminente repunte de la situación económica que pueda invitar a nuevos ejercicios de arquitectura milagrosa. 

El coordinador de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Europea de Canarias, Pablo de Souza, defiende que la “arquitectura, como arte, es una expresión de la actividad humana, de tal suerte que las sociedades se sienten identificadas, representadas en su entorno urbano y arquitectónico, en sus construcciones emblemáticas que han sabido dar forma a cada momento histórico. Un buen proyecto urbano y arquitectónico puede convertirse en un polo de atracción no solo turístico, sino cultural, un hito que marque un camino de renovación de un entorno urbanos obsoleto o degradado”. Javier Molowny, arquitecto y fundador de Arquideas, cree sin embargo que “este tipo de encargos responde a un desconocimiento del ámbito arquitectónico por parte del cliente, generalmente Administraciones Públicas. Muchas veces se busca el arquitecto estrella o mediático para conseguir un icono en una determinada ciudad como reclamo turístico o germen de regeneración pero al final esos arquitecto son prisioneros de su propia arquitectura”. Federico García Barba, de Consultores de Planeamiento, Paisaje y Arquitectura, estima que “hoy vivimos en un entorno enormemente competitivo en el que lo espectacular tiene un valor muy importante. Y, en eso, los lugares pugnan generando imagen de marca, entre otras cosas, mediante la producción de arquitectura icónica. Este tipo de arquitecturas tiene un valor importante en el aumento del atractivo de los lugares. Sobre todo para aquellos que viven de la industria turística. Desde luego, su contribución a la cultura local es ínfimo y estéticamente sus valores son totalmente irrelevantes. No creo que pasen a la historia como piezas de arte valiosas”. Gonzalo Melián, urbanista director del master de planificación urbana y director del Máster de Diseño Empresarial del Centro de Estudios Superiores Manuel Ayau de Madrid, comenta “ la idea de algunos políticos de conseguir que algún arquitecto de renombre construya en su ciudad un hito arquitectónico está ligada con el concepto de city marketing. El marketing de ciudades puede surgir espontáneamente o puede ser planificado desde los poderes públicos. En este caso estaríamos hablando de un marketing planificado. De esta forma, los poderes públicos buscan a través de la construcción de un edificio singular firmado por un arquitecto de renombre promocionar su ciudad con el fin de atraer distintas actividades que terminen dejando rentas. En muchos casos se pretenden crear nuevas marcas o identidades que puedan ser vendidas. Esto suele generar conflicto con las identidades preestablecidas y creadas no a través del mandato político sino de la evolución social de mercado. Sin embargo, para poder saber si estas operaciones, que mueven muchos millones de euros, producen riqueza o no, habría que analizar si con los recursos disponibles se podrían hacer otras cosas que reportaran más riqueza a la sociedad. Cualquier acción de city marketing, además de plantear conflictos urbanos en algunos casos, siempre viene ligada a un coste de oportunidad”.

Costes contenidos

El libro citado es muy crítico con Calatrava por la poca funcionalidad de su obra, la escasa originalidad dada su tendencia a copiar y repetir sus modelos y por el disparatado salto presupuestario al que obliga a sus clientes, desde la concepción original hasta que termina entregando la obra. Entre nuestros entrevistados hay unanimidad en cuanto a la necesidad de tener controlado en todo momento los costes. De Souza subraya que esto es lo que ocurre en la inmensa mayoría de casos de promoción privada en países avanzados donde “han sabido ajustarse al presupuesto sin perder la capacidad de promover diseños novedosos, atractivos y sostenibles” citando ejemplos de Japón, Corea, Dinamarca, Holanda o Singapur. Pero, subraya, “también es posible en proyectos de promoción pública como ocurre con los de nuestro arquitecto más prestigioso, Fernando Menis, docente de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Europea, que ha firmado algunos de los mejores proyectos en las Islas ajustándose a los presupuestos y vinculándose a los procesos productivos y los recursos materiales de cada lugar”. Menis fue partícipe de los proyectos del Magma y del edificio de Presidencia en Santa Cruz, quizás la escuela que le ha permitido ajustar los costes en obras muy reconocidas como el Auditorio CKK “Jordanki” de la ciudad de Torun en Polonia. Molowny admite que existen sorpresas en la ejecución pero “es inconcebible que una obra presente una desviación presupuestaria como las que hemos conocido. Eso denota que el proyecto no estaba controlado desde el inicio y que muchas decisiones quedaron supeditadas a la obra, con el riesgo que conlleva”, lo que parece coincidir con la tesis del libro de Moix. García Barba va un paso más allá y cree que los arquitectos de estos edificios de comportan de forma irresponsable, “solo les preocupa la generación de imágenes fantasiosas que causen admiración y los costes no les preocupan lo más mínimo. Por ello, en caso de aceptar la realización de este tipo de infraestructuras poco funcionales y que son proyectadas constructivamente con cierto descuido se debería precisar con mucho detalle en los contratos a los arquitectos y a las empresas constructoras a quien corresponde esa responsabilidad económica para garantizar que los posibles desvíos no repercutan a la sociedad que pretende obtener retornos”, señala. Melián  sienta de inicio la diferencia entre edificios públicos o privados y cree que “mientras el marketing de ciudades y la construcción de este tipo de construcciones sea guiada a través de decisiones públicas difícilmente se va a poder controlar dichos costes, lo que hace que sea más cuestionado aún si estas operaciones públicas son económicamente positivas o no. Además, dada la importante cantidad de dinero público que hay en juego, surgen multitud de capturadores de rentas en estas operaciones”.

Futuro

¿Estamos prevenidos para que si las cosas mejoran ostensiblemente no se vuelva a incurrir en errores del pasado? Los arquitectos consultados son cautos: De Souza lo fía a que hoy estamos más concienciados como ciudadanos que no aceptamos malas prácticas por parte de los gestores públicos. “No es de recibo que las administraciones nos embarquen en proyectos faraónicos mal presupuestados, mal planificados y mal gestionados” y pide que se cuente con los colegios profesionales para que asesoren con equidad en la convocatoria de concursos abiertos cuando se trate de promover la construcción de un equipamiento público, cultural, sanitario o educativo” subraya . La idea de la experiencia la comparte también Javier Molowny, de Arquideas, “es deseable que no se dejen deslumbrar por arquitectos estrellas y convoquen concursos públicos y abiertos a todos los profesionales del sector, incorporando a miembros del jurado con criterio solvente a la hora de tomar la decisión final”. No tan optimistas se muestran García Barba o Gonzalo Melián, para el primero “en muchas ciudades y regiones del mundo se sigue confiando obras de este tipo a arquitectos con capacidad de atracción mediática. Sin embargo, creo que dedicar recursos públicos a estas cuestiones de imagen es actualmente una irresponsabilidad en un entorno de escasez de medios materiales y crecientes necesidades colectivas. Me parece muchísimo más importante atender a la dotación y mejora de los servicios públicos para toda la población, en áreas como la asistencia social a las personas de mayor edad y los jóvenes, sanidad, transporte colectivo más extenso y eficiente, mejor educación y acceso a las expresiones culturales de calidad y, finalmente, provisión de vivienda para aquellos que hoy no tienen capacidad para acceder a ella. Esto último, algo muy olvidado por nuestros responsables políticos” nos dice. Por su parte, Melián es categórico: “En cuanto los políticos, burócratas y grupos de interés vuelvan a tener liquidez para poder llevar a cabo este tipo de operaciones que el votante las premia en la elecciones, no me cabe la menor duda. Sin embargo, en mi opinión, lo ideal sería que la creación de marca urbana e identidades puedan ser creadas espontáneamente a través de los procesos competitivos de mercado guiados por el beneficio. Sin embargo, esto es totalmente incompatible con el actual sistema de planeamiento teledirigido desde los poderes públicos. Para mi esa sería la mejor forma de controlar los costes, aumentar la riqueza y, a la misma vez, crear nuevas formas urbanas que todavía hoy no se conocen”.

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