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El futuro ya no es lo que era

30 de octubre de 2017
Nº24
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Nuestro entorno más cercano se divide entre dos tipos de personas, aquellas que están apasionadas por las innovaciones tecnológicas y  otras que se sienten apabulladas por un mundo que creen les supera. No necesariamente se dividen a partes iguales, tampoco parece que sea nada del todo ajeno a nuestra naturaleza. Todavía recordamos con sorna a aquellos amigos que manifestaban, sin lugar a la duda, que jamás tendrían un teléfono móvil. A regañadientes o por convicción firme, el mundo a nuestro alrededor se transforma así como también nuestros hábitos más cotidianos, nosotros con él. Es conveniente estar alerta sobre la dirección de esos cambios. A ello se ha dedicado en los últimos años Marta García Aller (Madrid, 1980) periodista en El Independiente y que ha publicado recientemente “El fin del mundo tal y como lo conocemos” (Planeta, 2017). 

Los predicciones tienen mala prensa y un libro cuyo título ya arranca con una es una apuesta arriesgada.

“En realidad lo planteo más como un libro de preguntas, hacia dónde nos dirigimos y comprobar si estamos a tiempo de decidir qué hacer  con todas aquellas tecnologías que van a transformar nuestras vidas. De lo que no cabe duda es que no paran de evolucionar, así que en el libro se analizan por sectores para concluir que con algunas cabe ser más optimistas que en otras”.

Entre esos capítulos hay algunos que parecen presentar un resultado más inminente, por ejemplo, el dinero. 

“Sin dar una fecha sobre su fin, no hay muchas dudas de que se trata de una tecnología obsoleta cuyo uso se ha ido reduciendo en países como Suecia, donde ya tiene fecha de caducidad. Con lo que supone, el dinero siempre ha estado ahí y algunos países ya han decidido dejar de usarlo”

De todos, ¿cuál cree que es el más apasionante y cuál el más inquietante?

“En general me apasionan todos estos cambios, desde el fin del dinero a la pérdida de privacidad pasando por el reloj biológico de las mujeres. Me inquieta la pérdida de la conversación, es algo cotidiano que ya está aquí y lo vemos en nuestro entorno. Los móviles han sido unos depredadores digitales de muchos otros dispositivos como las calculadoras, los relojes, los periódicos, las cámaras de fotos o las radios. Han desaparecido muchos elementos de nuestra vida cotidiana pero no reflexionamos lo suficiente sobre lo que supone la desaparición de la comunicación entre nosotros, ahora nos escribimos pero hemos prescindido de mirarnos a la cara y dedicarnos el 100% de nuestra atención. Esto me ha hecho reflexionar mucho, también sobre si la amistad es algo que se puede apagar o encender como las notificaciones pero es evidente que ha cambiando nuestra forma de hablarnos o querernos. Aleja a los que están cerca y acerca a los que están lejos, es cierto. Dicho eso, el móvil es algo que cambia nuestras vidas, solo digo que hay que observar los pros y contras”.

No deja de tener gracia. Hay quien sostiene que no deberíamos apasionarnos con la tecnología, a fin de cuentas no dejamos de darle vueltas a un invento con más de 150 años de vida: el teléfono.

“Lo que pasa es que para lo que menos usamos el teléfono es para hablar. Los más jóvenes se extrañan cuando ven uno antiguo de teclado que no puede enviar fotos o mensajes. Para ellos la voz y la imagen están conectadas, es el mismo tipo de tecnología aunque la imagen tenga más importancia que la voz. Y esto es una forma de desafiar la forma en que tenemos organizado el cerebro. Para mí el libro era interesante por lo que supone de diálogo intergeneracional. Lo que más sorprende a mis alumnos del IE Business School es cómo estudiábamos con enciclopedias, llamábamos a la casas o al telefonillo, nos desplazábamos en coches que no tenían ni cinturón de seguridad ni aire acondicionado. No hay una gran diferencia de edad pero nada de eso lo han vivido y para ellos ya resulta habitual pensar en coches que se conducen solos o drones que traen la comida del supermercado, eso no les sorprende. Por su parte, los padres me comentan que les sirve para entender mejor a sus hijos y que puedan dialogar sobre esto. Sin negar que los padres siguen siendo reticentes a la tecnología, a las redes sociales de imágenes porque no las terminan de entender, ellos vienen de cámaras analógicas”.

Hay un capítulo dedicado al fin de la muerte. Vamos, que no le falta de nada. 

“Tratado con todo respeto, hay quienes sostienen que estamos asistiendo al fin de la muerte y son pensadores que buscan provocar y lo consiguen. Personas que trabajan y estudian con acceso a una serie de ideas que presentan de manera llamativa. Pero, al tiempo, también he hablado con catedráticos e investigadores con notabilísima reputación que acuden al método científico para explicar lo que sabemos y las líneas de investigación que hay abiertas, cuidándose mucho de pronunciar la palabra imposible. Estamos viendo como las ideas, tecnologías o cosas de las que nos hemos rodeado toda la vida tienden a desaparecer y es una de las razones por las que el libro comienza con una cita del libro de Alicia en el País de las Maravillas (la que termina diciendo que a veces he creído hasta seis cosas imposibles antes del desayuno)”

Advirtiendo sobre los riesgos, ¿no damos pábulo a los luditas (seguidores de Nerd Ludd que destruían telares en la revolución industrial por provocar el despido de trabajadores)?

“Es un asunto interesante pero que requiere de una advertencia. El ludismo es oponerse al desarrollo, no dudar de él. La innovación es buena pero ayuda mucho tener un pensamiento crítico sobre aquellos aspectos que no sean tan positivos. Esto no es ludismo, es plantear con toda crudeza los riesgos que tiene el mundo que está por venir. Pero ha pasado siempre. Los plásticos o el hielo incorporaron cosas positivas y negativas, las intoxicaciones alimentarias sin ir más lejos. Cada tecnología tiene riesgos pero eso no las inhabilita, solo es cuestión de saberlo. Lo coches del futuro no tendrán volantes, serán autónomos. Sus apóstoles dicen que se evitarán millones de muertos en las carreteras pero tiene implicaciones para las que la sociedad no está preparada todavía. Para tener preguntas inteligente o bien formuladas tendremos que saber un poco más sobre el futuro. Me he reunido para el libro con cientos de expertos de campos diversos porque juntando sus visiones tenemos un puzzle mucho más fundamentado. Si pudiera pedir un deseo relacionado con el libro sería, sin duda, que los lectores terminen con más preguntas de las que tenían antes de empezar a leer”

No deja de ser, por otro lado, natural que quienes se sientan amenazados por la irrupción de las máquinas vean todo con mayor prevención.

“Con independencia de las diferentes visiones que podamos tener es cierto que las administraciones deberían estar pendientes de lo que va a pasar con el mercado laboral. Se destruirán muchos puestos de trabajo que es algo que ha pasado antes. La historia económica nos enseña que se pierden muchos pero que se crean otros muchos puestos de trabajo mejores. Pero, de ahí la pregunta: ¿hemos vivido tantas cambios a la vez y a una velocidad tan vertiginosa? No parece que sea lo mismo que cuando llegaron los coches y los herreros ya no podían trabajar con los caballos, cambiaban de actividad y ya está. Vivimos tiempos en que los cambios son muchos y al tiempo, afectan a todos los órdenes, desde los abogados a los repartidores de pizzas. ¿Dónde se va a colocar la gente en el corto plazo? Como sociedad afrontamos un enorme desafío, aceptando que en el largo plazo la innovación trae más progreso”

Es profesora y se relaciona con jóvenes que aprenden de forma distinta a los de generaciones anteriores. ¿Estamos preparados para ese cambio?

“Una vez que entrenas la mirada para detectar cambios posibles te das cuenta que podría haber hecho un libro de 500 páginas, pero la editorial no me dejaba. El mundo está lleno de cosas que se acaban o que cambian de forma radical. La educación superior es una de ellas, primero porque no es algo que te afecte al principio de tu vida, sino que te deberá acompañar siempre, es previsible que el mundo del año 2050 no se parezca nada al de hoy. Esto nos convierte en nómadas del conocimiento. Pero por otra lado, la universidad presencial desaparecerá como también lo hará el estudio memorístico para dar paso a otro tipo de enseñanza, más on line orientada a analizar y relacionar conceptos. Memorizar hoy, estando todo a tiro de Google, no tiene mucho sentido” 

Habla de muchos campos distintos que desaparecerán pero no hay una referencia explícita a la administración y en la medida que se verá afectada.

“Pero es un pronóstico que sí me atrevo a hacer. Va a cambiar muy lentamente, por definición, siempre irá por detrás de las leyes e intentando ponerse al día. Es posible que hagan un enorme esfuerzo para digitalizarse pero a una velocidad inferior a la que necesitamos los ciudadanos. Intentarán incorporar la tecnología disponible para la prestación de servicios aunque son grandes inversiones que terminan acortando el gasto”

Pero el reproche que se puede hacer es precisamente si debe seguir prestando servicios que la tecnología convertirá en prescindibles.

“A los liberales os gustaría el fin de la administración pero no encuentro razones suficientes para afirmar eso, que implicaría un cambio notable que no creo que se produzca. Siempre habrá una necesidad de organizar una serie de servicios públicos, una organización política y social que será más digital y con tendencia a facilitar nuestras relaciones con la administración. Lo que decidamos en el futuro no tendrá tanto que ver con la tecnologías como con las opiniones políticas sobre la forma de organizarnos en sociedad”. 

Pero sí que parece claro que habrá que revisar el papel del estado, vamos a vivir más tiempo, en mejores condiciones, así que habrá que cuestionar las prioridades contempladas en nuestro estado del bienestar.

“Es que el estado del bienestar se construyó sobre unas ideas que hoy han sido sobrepasadas. Las jornadas de ocho horas, librar los fines de semana o las propias pensiones que fueron establecidas cuando la edad promedio de vida era 65 años y eran consideradas una especie de premio a la supervivencia. No cabe duda de que esto se ha quedado obsoleto, hoy no es inaudito encontrar personas con vidas muy largas. Los científicos con los que hablé estudian y luchan contra enfermedades degenerativas, y por primera vez conciben el envejecimiento como una enfermedad y no como una ley natural. Tendremos, parece claro, que revisar todo el sistema y creo que el fin de la jubilación no debería ser un problema si el premio es vivir bien con 90 o 100 años”.

Siento no ser muy original pero debo preguntarle por el futuro de la prensa en papel.

“Es la pregunta que todos nos hacemos pero me parece que cada vez está más claro que el papel es una tecnología importante y fantástica, no se queda sin batería, no le entran virus y no hay que dejarla cuando le da el sol. Así que es muy posible que siga existiendo, quizás no como acompañante del desayuno para ver las últimas noticias, donde es cierto que ha ido perdiendo relevancia, pero sí como objeto de experiencia o de placer. Ahí es posible que tenga futuro”.

Artículo publicado en el número 24 de La Gaveta Económica. Puede leer el resto del contenido de la revista aquí.