cabecera_new

Antes de que sea tarde

1 de febrero de 2018
dineroplantado
Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on linkedin
LinkedIn

El análisis de los textos económicos que se estudian en Bachillerato es desolador. En algunos textos se llega a cuestionar los resultados de la revolución industrial. Es sencillo entender el revuelo en las redes sociales cuando Amancio Ortega hace donaciones para equipamiento sanitario. En los manuales hay mucha más literatura dedicada a hablar del consumo que del ahorro o la inversión.

La crisis que no hemos terminado de dejar atrás tuvo también algún curioso capítulo que sería conveniente subrayar. Tras los iniciales reproches a los que se consideraba responsables de no contar con un buen instrumental analítico capaz de prever tsunamis como el vivido, los economistas claro está, pronto se presto atención a lo que estos profesionales tenían que decir. De pronto, todas las televisiones con programas de información general incorporaron economistas para que ayudaran a desentrañar lo que iba ocurriendo, las más de las veces alternando cuando no enfrentado a las distintas escuelas de pensamiento económico. Algunos empezaron a ser famosos y mediáticos, asistencia a las televisiones, libros, conferencias jugosamente retribuidas…, tal era el interés en torno a lo que tenían que aportar. La radios se contagiaron, las grandes cadenas preparaban sus espacios monográficos, los periódicos de color salmón se han mantenido en los kioscos a pesar de la crisis que el sector ha sufrido, la revista Actualidad Económica se apresta a celebrar este año su 60 aniversario y hasta esta publicación que tiene en sus manos se beneficia de ese inusitado interés en torno a la economía. La directriz de todos ha estado clara, no se dirigen a un público especializado, más bien es el ciudadano curioso y con interés el objetivo. En la pelea por captar la atención, se hizo un esfuerzo descomunal por resultar accesible, siendo los que más éxito tuvieron aquellos que siguen manteniendo elevado nivel de seguidores y rotundas ventas en las librerías. 

Sin embargo, en no pocas tribunas se han defendido tesis un tanto extravagantes sobre el origen y la causa de la crisis reciente, encontrando un sospechoso habitual al que cargar el mochuelo: el capitalismo de libre mercado. Nada se explica del papel de los Bancos Centrales disparando la oferta monetaria y manipulando a la baja los tipos de interés que obligó a muchos ahorradores a buscar elevadas rentabilidades sin entender del todo el riesgo que asumían (o sí pero ahí estaba el estado para rescatarlos). Siendo así, nada debe extrañar que se buscara poner a buen recaudo la formación de los más jóvenes y que, tras una inicial tentación de educarlos para que no cometieran errores idénticos a los de sus padres, pronto se elevaron diques para que tal situación no se produjera. Muchas veces, las más, no por maldad, solo por prejuicios ideológicos porque habrá de reconocerse la superioridad de la izquierda a la hora de manejar ciertos mensajes y la no menos insuperable mojigatería de la derecha española, incapaz de contar con un plan educativo que no contraríe a la Iglesia, su única preocupación. Hubo algún atisbo de cambio, coincidiendo con otro fenómeno menos deslumbrante que el anterior pero elevado a categoría de plaga, cuando cientos de mentores, coaches y gente similar que jamás ha emprendido nada, se empeñaron en que la mejor solución para atacar los problemas gravísimos de empleo en este país pasaba por convertir a todo el mundo en emprendedor. El Gobierno incorporó algunos cambios, el Banco de España hizo un esfuerzo educativo adicional y hasta algunas entidades privadas creyeron llegado el momento de explicar con detalle el funcionamiento del mundo real. 

Sin embargo, la mejora de la situación desactivó muchas de aquellas justificadas alarmas y la prioridad de los dirigentes ha sido recuperar el empleo público perdido (disparado en los primeros años de la crisis, no fue hasta el 2010 cuando se empezó a recortar) con lo que el emprendedor ha empezado a recuperar su pasado lugar en las agendas de este país, entre la más absoluta indiferencia y la más abierta hostilidad. 

Con todo lo anterior, a nadie puede ni debe extrañar que el Colegio de Economistas de Madrid publicara el pasado mes de septiembre una monografía en la que analizaba los textos de economía, empresa e historia económica que son utilizados en el bachillerato español, un trabajo a cargo de los académicos Francisco Cabrillo, Rocío Albert y Amelia Pérez Zabaleta, dirigidos por Jaime Requeijo, que sigue la estela de otros publicados con anterioridad, como el que en su día escribiera el desaparecido economista Manuel Jesús González para el Círculo de Empresarios titulado “El empresario y la empresa en los libros de textos” (2003) y otros más recientes. Lo interesante del que nos ocupa es que revela que pasados vicios no han sido desterrados de nuestras aulas y que la insuficiente educación financiera que reciben nuestros hijos se acompaña de una truculenta visión de la economía, de la historia económica y, especialmente, del capitalismo de libre mercado. 

Los autores de esta monografía reconocen en la introducción que algunos de los libros que analizan son buenos, con un enfoque “ponderado y técnicamente correcto y solo en ocasiones cometen algunos errores sobre determinados conceptos”. Una vez se procede a detallar los libros que resultan analizados, uno empieza a llevarse las manos a la cabeza, a fin de cuentas y como también se explica en la introducción del trabajo, éste es en muchos casos el único contacto de determinados estudiantes (dos cursos de bachillerato, uno de economía general en el primer curso y otro de economía de la empresa en segundo, con edades entre los 16 y los 18 años) con la materia. Cabe añadir, con ese tipo de formación, ¿quién habría de querer ser empresario?. Desde el inicio se aventura alguna conclusión interesante., “La visón que algunos manuales -no todos, ciertamente- ofrecen de la evolución económica del mundo occidental está claramente sesgada en contra de los principios de la economía de mercado, a la que considera responsable de los problemas de todo tipo; y no se reconoce, en cambio, que el desarrollo económico del mundo occidental -es decir, el tema fundamental de los apartados dedicados a la historia económica-tiene su base en los principios de la economía de mercado y que el nivel de vida alcanzado en occidente – y, en la actualidad, en muchos países en vías de desarrollo, habría sido imposible sin ese conjunto de instituciones que, con mayores o menores defectos e insuficiencias, permiten el funcionamiento de nuestro sistema económico”.

Algunos ejemplos

En La Historia del Mundo Contemporáneo de Luis Álvarez Rey (Vicen Vives, 2015) se destaca la dureza de las condiciones de trabajo en las primeras etapas de la industrialización, sin remarcar en ningún momento que las condiciones de vida y los salarios de los obreros eran superiores a los que obtenían anteriormente en el campo, aun siendo bajos. En La Historia del  Mundo Contemporáneo de Luis Enrique Otero (SM, 2015) se dice que el librecambismo generó cuantiosos beneficios, presentado de manera confusa a lo que contribuye de igual manera lo que sigue: “no se prestó atención suficiente a los problemas sociales derivados de la industrialización, en el convencimiento de que, al extenderse la prosperidad al conjunto de la sociedad, acabaría eliminándose la desigualdad”, dando a entender que la desigualdad es producto de la revolución industrial como si no hubiese sido mucho más aguda en la sociedad estamental que la precedió. Sobre este asunto -desigualdad-, un tema espinoso que ocupa un lugar de privilegio en la agenda política actual, es bueno recordar lo que se publica en otro manual, el de Economía, de Antonio Belso y David Perales (Pearson, 2010) en que admitiendo que en el capitalismo se asignan los recursos de forma más eficiente, se le puede reprochar la falta de equidad mientras que el socialismo es menos eficiente pero más equitativo. Como bien se detalla en el monográfico del Colegio de Economistas, “no se explica, en primer lugar, que las democracias desarrolladas son economías mixtas, con notables impulsos redistributivos. Y tampoco se dice, en segundo lugar, que la presunta equidad de los regímenes de planificación central estaba lejos de ser modélica y que en todos los países comunistas  se creó pronto una clase afecta al poder (la nomenklatura en Rusia) que disfrutaba de todas las ventajas que se hurtaban al ciudadano de a pie”. Tontean también con esa idea Juan Torres y Ana María Castillo (el primero autor de uno de los programas económicos de Podemos, junto a Vicenç Navarro)  quienes sostienen en Economía de la Empresa (Anaya, 2009) que “en el capitalismo se da una permanente contradicción entre los intereses de los trabajadores y los propietarios del capital”. Un asunto que no se toman la molestia de explicar, máxime cuando lo que la evidencia muestra es justa la relación contraria, a mejores condiciones de las empresas mayores salarios y mejor ambiente laboral. 

El balance que se hace, balance histórico ojo, es demoledor y así no tiene empacho Luis Enrique Otero en explicar, como rasgos sociales distintivos de la industrialización que “la asunción de postulados librecambistas sobre la inhibición del Estado en asuntos económicos  fueron deteriorando las condiciones de vida y trabajo de muchos trabajadores…las condiciones laborales quedaban reflejadas en jornadas que se prolongaban hasta catorce horas al día, sin derecho a días de descanso y durante los cuales los trabajadores carecían de las más elementales garantías de seguridad e higiene. La abundancia de mano de obra y el empleo de trabajadores de escasa cualificación facilitaban aún más la explotación que alcanzaba sus cotas más elevadas en el caso del trabajo infantil”. Insistamos una vez más, aunque las condiciones no fuesen precisamente homologables a la nuestras de hoy, no puede establecerse esa conclusión final sin resaltar al tiempo lo que dejaban atrás, en el campo sus condiciones fueron siempre mucho peores y sin posibilidad de progreso. Como no puede concluirse, tampoco, que las ciudades eran un horror frente a un bucólico campo, las primeras en las que “proliferaba la marginalidad, cuyo reflejo más grave era el alcoholismo, como también la proliferación de focos de delincuentes y prostitución en los barrios bajos de las ciudades europeas y americanas”. Álvarez del Rey, por su parte, establece una curiosa relación entre industrialización y paro, asunto recurrente y que podría ayudar a entender esa visión ludita que sataniza la robotización por entender que destruye puestos de trabajo; “La industrialización no solo deterioró las relaciones laborales sino que también provocó una pérdida de puestos de trabajo” lo que acredita con el cálculo de que el número de fábricas de tejidos redujo el número de tejedores de 800.000 a 200.000 en Gran Bretaña entre 1820 y 1834. El error en el que incurre es elevar la anécdota a categoría, cierto es que se pueden producir pérdidas de trabajo en determinados sectores pero la ganancia resultante es superior para el conjunto de la sociedad con mejores empleos y más productivos. Así ha sido históricamente, así es más que probable que vuelva a suceder en los atribulados tiempos que vivimos. 

El capitalismo es constantemente atacado sin caer en la tentación de someter a idéntico juicio a su antagonista, el comunismo. Torres escribe que “la búsqueda incesante del beneficio que amparan las leyes y estimula la cultura del capitalismo lleva a permitir que cualquier actividad humana pueda mercantilizarse. La cultura, la amistad, el juego, el sexo… que debieran ser actividades dirigidas a la satisfacción espiritual y el perfeccionamiento humano están cada día más motivados y organizados en función de ganar dinero”. Como se ve, es un sistema cuyos principios más sobresalientes son la avaricia, la explotación y un comportamiento moral detestable por parte del empresario. En consecuencia, son ellos los que causan los ciclos económicos y la publicidad está orientada a “crear necesidades en los consumidores de forma artificial, con lo que el mercado no funciona libremente, ya que las empresas son las crean demanda y no los consumidores” . No contentos, tras toda suerte de tropelías en las descripciones que intentar ajustar como un guante a sus particulares sesgos ideológicos, se añade que “en general, los llamados partidos de izquierdas suelen favorecer las políticas sociales y los de las derechas la desregulación de los mercados” (Torres), un desatino que compadece mal con los tiempos en los que existe un amplio consenso socialdemócrata donde el estado del bienestar no es cuestionado por ninguno de esos dos posicionamientos ideológicos. Incluso, en un ejercicio de ceguera básica, se altera el orden de los factores para sostener que el Estado del Bienestar civilizó al capitalismo, atribuyendo al primero valores como el aumento del nivel de vida, el crecimiento de gasto público, la mejora en las prestaciones sociales y de los ingresos de la población, pleno empleo, una clase media mundial clave para la estabilidad política que sucedió a las dos grandes guerras (L. E. Otero). Lo correcto sería establecer que es el capitalismo de libre mercado el que mejora las condiciones de vida de los ciudadanos y a partir de ahí son éstos los que deciden cómo quieren organizarse y cuáles deben ser las prioridades de la sociedad, como sabe cualquiera que haya estudiado que Suecia en 1850 era un país más pobre que el Congo, solo después de haber acumulado capital y conocimiento pudieron crear y hacer crecer el Estado proveedor que tanto se envidió en nuestro país hasta hace un par de décadas. 

Conclusión

Viendo lo que se enseña y aprenden nuestros jóvenes en los centros de enseñanza se entiende mucho mejor las barbaridades que toca leer en las redes sociales cuando, por ejemplo, Amancio Ortega hace donaciones ejemplares con su dinero para equipamiento sanitario o cultural. Por cada ciudadano dispuesto a considerar el hecho a partir de un relato histórico (una empresa creada de la nada y tras comenzar vendiendo batines hasta convertirse en un ejemplo de innovación  y eficacia que lidera el mundo) hay otros cien dispuestos a pedir -insultos y descalificaciones mediante- que le sea incautada su riqueza, reputada de inmoral o ilegítima. Cuando no acusando de no pagar impuestos y con ellos, presentarse ante la sociedad como un filántropo cuando lo que esconde es a un voraz depredador capitalista. En Estados Unidos su vida se estudiaría en muchas escuelas de negocio y es probable que ya habríamos visto varias películas alegóricas.

Lo ideal, por tanto, sería cambiar el escenario en el que se desenvuelven los más jóvenes, incorporando nuevos métodos de enseñanza que ya se ensayan en centros de medio mundo, más interesados en que los alumnos se diviertan y desaten su curiosidad, prueben el valor de la cooperación y el intercambio, despertando una innata función empresarial que no requiere de grandes medios ni capacidades para ser ejercida, probablemente dos de los aspectos que más detestan nuestro intelectuales y profesores, a fin de cuentas esto ya dio pie a sesudos análisis de Schumpeter, Nozick, De Jouvenel o, más recientemente, Jesús Huerta de Soto. 

Ante lo presentado en este artículo se pueden tomar dos posiciones igualmente legítimas. Una, proponer y hacer un llamamiento a la calma porque no es grave, a fin de cuentas el análisis que le proponemos es tan sesgado como el que pretendemos desnudar. A esa objeción se puede responder como hacen los autores en la introducción de su monografía, que toman como referencia “el funcionamiento de una economía de mercado mixta, en la que confluyan la actividad privada y la intervención pública” para efectuar la crítica, un posicionamiento que nos parece también respetable pero que es mucho mas moderado que el que tradicionalmente defendemos en La Gaveta Económica. La segunda de las posiciones es más reivindicativa, aceptando que los jóvenes deben tener unos conocimientos básicos de economía pero alejados de las trincheras ideológicas que una parte de nuestros profesores se empeñan en seguir cavando, menos teoría ideológica y mucha mayor práctica, con el ejemplo de empresas y empresarios exitosos en el desempeño de su función. Y, por supuesto, unos mínimos conocimientos de finanzas, que les permita incorporarse al mundo real con un mínimo de conocimiento valioso. La enseñanza es demasiado valiosa para dejarla en las exclusivas manos de profesores y burócratas.

Consiga acceso al contenido completo: