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La energía del futuro que lleva tiempo con nosotros

30 de enero de 2019
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La preocupación por conseguir una energía limpia y respetuosa con el medio ambiente es cada vez mayor. La tendencia de las compañías eléctricas y de los propios gobiernos que establecen planes a largo plazo en el marco de la Unión Europea es clara: disminuir el peso de las energías procedentes de fuentes fósiles para irlas sustituyendo paulatinamente por una mayor generación de energías renovables. El sector energético es, además, estratégico en cualquier economía. La energía que utilizan las empresas es un commodity básico para su funcionamiento, todas las industrias necesitan un buen suministro de energía y su coste puede suponer entre un 10% y el 50% de los costes de producción dependiendo del sector. No nos encontramos por tanto ante un tema baladí sino vital para la buena marcha de una economía y el desarrollo de una sociedad.

Es fácil que en el debate energético se cuelen argumentos ideológicos y prejuicios, sin embargo estamos frente a una cuestión de vital importancia que debe ser analizada en profundidad tratando de evitar este tipo de sesgos. Un ideal podría ser que el cien por cien de la energía eléctrica que consumimos fuera producida por fuentes renovables, sin embargo existen limitaciones consustanciales a este tipo de energías que convierten en utópico este objetivo. Las energías renovables -principalmente la hidráulica, solar y eólica- dependen de la meteorología, no pueden por sí mismas garantizar la generación eléctrica para mantener una demanda sostenida. Si bien es cierto que hay formas de compensarlo, como son aumentar las interconexiones de la red incluso con otros países para garantizar la continuidad del suministro o, los avances en el almacenamiento de la energía como pueden ser nuevas baterías. Sin embargo, por muy tupida que sea una red de distribución y complementarias las fuentes de energías renovables entre sí siempre se requerirá un porcentaje de generación eléctrica base o umbral que no dependa de estos factores, de lo contrario todo el sistema podría fallar y economías de países enteros podrían quedarse sin suministro. Las baterías, por su parte, presentan otras incógnitas que todavía deben despejarse como mejorar su capacidad para que sea una realidad posible sin olvidar sus costes de producción, tanto los meramente económicos como los medioambientales ya que las baterías actuales -sean de móviles, automóviles u otras- producen una profunda huella ecológica en su producción y, una vez terminada su vida útil, presentan el problema de su tratamiento como residuos altamente contaminantes y difícilmente reciclables.

Si ponemos cifras a estas palabras nos encontraremos en el año 2016 el consumo de electricidad que provenía de fuentes renovables supuso el 16% del total mientras que el objetivo de cara a 2020 implica aumentarlo hasta el 20% del total de forma que se puede cumplir o superar el objetivo marcado por la Unión Europa del 32% para el año 2030. Se trata de metas realistas que complementan a la Cumbre del Clima de París donde los países firmantes acordaron lograr un modelo energético 100% libre de emisiones en el año 2050. Por tanto, las políticas energéticas a seguir no solo implican aumentar la presencia de renovables en el mix eléctrico sino en conseguir que el total de ese mix tenga como origen fuentes de energía no contaminantes. Solo cabe preguntarse entonces qué otras fuentes de energía pueden cubrir esa función sin contribuir a la emisión de partículas nocivas para el ser humano y el planeta. En este punto los expertos parecen coincidir: la solución podría ser la energía nuclear.

Estos expertos a los que nos referimos no se limitan al Foro Nuclear, una asociación que desde 1962 representa al sector nuclear español, sino que coinciden empresas energéticas como Endesa o emprendedores como el mismísimo Bill Gates, quien destacó en su blog entre todas las cosas que había aprendido en el año 2018, la energía nuclear como “la única fuente de energía escalable y libre de carbono disponible las 24 horas ideal para luchar contra el cambio climático”. El fundador de Microsoft no se ha sacado esta idea de la chistera sino que viene apoyado por los propios informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que considera la energía nuclear como “esencial” para mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 grados. Nos encontramos, por tanto, ante un consenso amplio que trasciende intereses y puntos de vista ideológicos por lo que todo apunta a esta solución para compaginar tanto el suministro eléctrico como el cuidado del planeta.

Sin embargo, esta solución choca de frente con la opinión generalizada sobre la energía nuclear como algo negativo a evitar a toda costa. Las campañas contra la energía nuclear se han sucedido, no solo por vincularse con la carrera armamentística de la Guerra Fría sino por accidentes catastróficos como el de Chernobyl o el más reciente de Fukushima. En España, existe una moratoria nuclear que paralizó la construcción de nuevas centrales nucleares y países como Alemania, cambiaron su política nuclear desde 2011 con planes para cerrar centrales nucleares e ir reduciendo el peso de esta fuente de energía a corto plazo.

Por ello, ahora que los ecologistas también defienden la nuclear como una de las fuentes más limpias parece más necesario que nunca acercarse con detalle a la energía nuclear.

¿Cómo funciona una central nuclear?

La imagen que tenemos de las centrales nucleares es la de grandes fábricas con varias chimeneas colosales por las que dejan salir grandes columnas humo… La realidad, no obstante, es que ese humo blanco que emiten las centrales nucleares no es más que una densa columna blanca de aire húmedo y limpio, sin ningún tipo de partículas nocivas como las que generan otro tipo de centrales. De hecho, el funcionamiento de una central nuclear no es muy diferente al de una térmica, salvo el hecho de que en lugar de calentar el agua quemando combustibles fósiles se lleva a cabo mediante un proceso de fisión de átomos en un reactor. Esta energía calorífica se convierte en mecánica gracias a una turbina que a su vez la transforma en eléctrica por medio de un generador dejando el vapor del agua que es la parte más visible e impactante… aunque totalmente inocuo, tanto para las personas como para el medio ambiente.

Dicho de otro modo, vivir cerca de una central térmica es mucho más perjudicial para nuestra salud que vivir cerca de una nuclear. No obstante no podemos obviar que las centrales nucleares generan otro tipo de residuos que no son inocuos, se trata de los productos radiactivos que permanecen una vez ha terminado el proceso de fisión. Este tipo de residuos pueden tardar hasta 6600 años en desintegrarse como es el caso del plutonio 240. Es por ello que los residuos radiactivos deben gestionarse de forma adecuada y almacenarse en diferentes depósitos siguiendo estrictas medidas de seguridad hasta que pierden esa capacidad radiactiva. De ahí la necesidad de los almacenes de residuos nucleares como el que se ha paralizado por una decisión política en la localidad conquense de Villar de Cañas, una inversión estratégica para permitir el correcto tratamiento de los residuos. Sin duda puede parecer que la supervivencia de estos es de muchos años pero hay que tener en cuenta que los elementos radiactivos se encuentran de forma natural en nuestro planeta y que el tiempo geológico es difícilmente asumible por los seres humanos, los seres vivos que hemos llegado a este planeta en el último día de su calendario.

¿Y si explota?

Otra faceta de preocupación sobre las centrales nucleares son las propias medidas de seguridad, tanto para sus trabajadores como para los vecinos y el conjunto de la población ante un eventual accidente. La protección de las centrales se lleva a cabo a través de un sistema de triple barrera: el del combustible, el circuito cerrado de refrigeración del reactor, y el propio edificio de contención, una estructura de varias capas de hormigón y acero. Estas medidas de seguridad que cumplen todas las centrales nucleares occidentales no tienen nada que ver con la de la central de Chernobyl construida por la Unión Soviética. También tras el tsunami que produjo el accidente de la central de Fukushima en marzo de 2011 se puso en marcha un proyecto de Refuerzo de Seguridad para mejorar la robustez de las instalaciones y garantizar su seguridad en un horizonte a largo plazo, incluso frente a sucesos naturales extremos, como terremotos, incendios o grandes inundaciones.

En España, el Consejo de Seguridad Nuclear ejerce de autoridad independiente para auditar el cumplimiento de todos los protocolos de seguridad a nivel nacional en cuanto al manejo de sustancias radiactivas en tareas de minería, transporte, utilización en procesos industriales (electricidad, industria), medicina, investigación, gestión de residuos y en todos los casos la previsión de accidentes y de su prevención y corrección. Existen conceptos claves como son el tiempo de exposición, el tipo de exposición y la concentración de la exposición y cualquier trabajador en ambientes potencialmente radioactivos lleva siempre un dosímetro que mide los niveles aceptables de radiación, a partir de cierto momento la exposición puede pasar a ser peligrosa y, además, como la radiación resulta perjudicial por acumulación puede llegar un momento en el que estos trabajadores se vean obligados a dejar de trabajar en ambientes radioactivos. Si científicas como Marie Curie hubieran tenido este conocimiento en su momento seguramente no habrían fallecido a causa de la radiación. Afortunadamente, en la actualidad la seguridad nuclear es uno de los principales focos de atención de todos aquellos que de una u otra forma se relacionan con la radioactividad.

Vivimos en un mundo radioactivo

Sin darnos cuenta vivimos rodeados de todo tipo de radiaciones, muchas ellas podrían ser letales para la vida como es el caso de las cósmicas pero por suerte nuestra atmósfera absorbe la mayoría de las radiaciones nocivas para la vida, creando una excepción preciosa en el planeta que es una de las explicaciones por las que se haya podido generar vida. Pero también existen radiaciones que proceden de la propia corteza terrestre como pueden ser las que emiten las capas graníticas que, en España, se encuentran en la sierra de Guadarrama o Gredos, en forma de gas radón y, lo que puede ser más llamativo, del propio cuerpo humano. A estas causas naturales de radiaciones ionizantes con las que convivimos de forma natural y, salvo exposiciones prolongadas en las zonas graníticas mencionadas, hay que sumar las artificiales producidas por el ser humano. De estas, su principal fuente es la de la medicina nuclear, tanto a nivel de diagnóstico como pueden ser las radiografías o en los tratamientos donde, por ejemplo, el 70% de los pacientes oncológicos reciben algún tipo de radioterapia habiéndose conseguido hasta un 80% de respuestas favorables. Enfermedades como el cáncer, tienen en la actualidad tratamiento gracias a estas radiaciones benévolas y otras tantas se evitan gracias a un diagnóstico precoz. Se calcula que hasta 30 millones de personas en todo el mundo se han beneficiado de la medicina nuclear. Convivimos con la radioactividad, y siempre bajo control, puede conllevar más beneficios que perjuicios como en el caso de la medicina. La energía, por tanto, puede no ser una excepción desde este punto de vista si contribuye como energía limpia a disminuir la emisiones de gases de efecto invernadero tal y como apuntan en el informe “Global Warming of 1.5°C” del IPPC.

Independencia energética

Para funcionar las centrales nucleares utilizan pastillas de uranio enriquecido. A diferencia de lo que ocurre con el petróleo, en los suelos españoles sí encontramos reservas de Uranio. En especial en la provincia de Salamanca donde la empresa pública ENUSA explota desde 1972 estos yacimientos. Pero no es la única interesada, la australiana Berkeley quiere también dedicarse a la explotación minera que alberga el subsuelo de nuestro país. 

Pese a la falsa creencia, el uranio que se utiliza en los reactores nucleares no puede ser utilizado en el armamento nuclear, ya que es necesario enriquecerlo, al menos, al 90% mientras que para que sirva como combustible basta con enriquecerlo al 5%. Estos procesos, de minería, enriquecimiento, transporte o el propio tratamiento de los residuos, implica una industria complementaria que comporta también beneficios económicos en zonas poco pobladas de nuestro país y que pueden formar parte de esa reindustrialización pendiente.

La situación en España

Pese a la moratoria, en España están en funcionamiento siete centrales nucleares. Muy pocas en comparación con las 58 que hay en la vecina Francia mientras que en el mundo hay un total de 449 reactores en operación, número que va en aumento pues se están construyendo otros 56. Dado el avance en otras fuentes de energía renovable tal vez no sea necesario construir nuevas centrales nucleares en nuestro país pero sí mantener abiertas las ya existentes. Así lo apuntan desde Endesa, el principal operador nuclear en España, con un 47% de la capacidad total instalada en centrales como las de Ascó, Vandellós o Almaraz. La vida útil de estas centrales no depende tanto de la fecha de su construcción como de su actualización y desde la propia compañía apuestan por la extensión de la operación de las centrales nucleares hasta los 50 o 60 años. En este sentido, el Director General de Nuclear Iberia de Endesa, Juan María Moreno Mellado manifiesta que “por cada 100 euros que se invirtieron en las centrales en su construcción, en los últimos 20 años hemos invertido otros 60. Se ha hecho un enorme esfuerzo de forma continua para mantener las centrales modernizadas y siempre más seguras”.

Por otro lado, dada la creciente interconexión de la red eléctrica europea y la dificultad para discriminar la electricidad utilizada por el usuario final en función de su generación, carece de sentido renunciar a la energía nuclear cuando los países limítrofes generan electricidad en centrales nucleares. Desde un punto de vista de independencia energética, no parece sensato desechar un tipo de energía que terminaremos comprando a nuestros vecinos incidiendo negativamente en la balanza comercial exterior y en los costes de nuestra industria. 

El futuro puede ser nuclear

Dadas las circunstancias cabe preguntarse si a lo largo de estos años hemos desdeñado la importancia de la energía nuclear, una fuente de energía limpia y prácticamente inagotable con riesgos de seguridad asumibles dadas las características españolas, tanto a nivel tecnológico como geológico debido a su baja actividad sísmica. Mientras los caminos del desarrollo nos dirigen hacia una mayor dependencia eléctrica a medida que disminuimos los combustibles fósiles, recuperar y poner en valor la energía nuclear puede ser una de las soluciones. De lo contrario podemos encontrarnos ante el hecho de que pese a aumentar las fuentes de energía renovable también terminen aumentando las emisiones de CO2, al igual que ocurrió en el año 2016 en Alemania según quedó recogido en el reportaje “No es fácil ser verde” publicado por la prestigiosa The Economist. Los reactores nucleares deberían cerrarse solo siguiendo criterios técnicos en lugar de ideológicos devolviendo un poco de cordura al sector energético que en nuestro país ha sufrido vaivenes y alzas de precio debidas a la moratoria nuclear o las primas a las renovables. Tampoco hay que desestimar la capacidad de innovación, no solo ya la mejor en los reactores de fisión sino otras tecnologías que se están investigando como puede ser la fusión nuclear, cuyo principal ejemplo es el Reactor Experimental Termonuclear Internacional (ITER por sus siglas en inglés) que puede abrir la puerta a una fuente todavía mejor de energía. Un futuro movido por energías limpias será posible sí, como apuntan los expertos, no renunciamos a la energía nuclear y la utilizamos para complementar a las renovables. Al fin y al cabo, la nuclear es la energía más elemental, que se encuentra dentro de nosotros pues, tal y como decía Carl Sagan en la mítica serie documental Cosmos, “somos polvo de estrellas”, el vestigio de explosiones estelares de hace millones de años que en algún momento terminó reagrupándose para formar lo que hoy conocemos como vida.

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