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Cómo ahuyentar la inversión en cinco pasos

29 de diciembre de 2019
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Aunque los políticos viven hablando de que una de sus principales preocupaciones es combatir el paro, lo cierto es que muchas de las medidas que adoptan cuando llegan al poder llevan a que este crezca o, en el menos malo de los casos, se mantenga siempre por encima de cifras que parecen inasumibles a lo largo del tiempo. Es el caso de Canarias, donde se afirma con frecuencia que existe un “paro estructural” con el que es casi imposible lidiar. Se pregona entonces la necesidad de la formación, las “políticas activas de empleo” para que las capas de la población que no consiguen trabajo puedan aspirar a ganarse la vida dignamente.

Siendo muy cierto que la formación es determinante a la hora de lograr colocarse en el mercado laboral, no es menos cierto que sea el único factor que hace que persistan los vergonzantes números de desempleo. Suele olvidarse que sin inversión y crecimiento de la economía difícil será que aparezcan nuevas ofertas de empleo, por lo que resulta pertinente saber qué es necesario hacer para atraer capitales que cambien la dinámica a mejor. O, más bien, qué es lo que no debe hacerse para lograrlo. Por eso, proponemos humildemente cinco recetas que deberían evitarse si se desea de verdad la llegada de capitales a las Islas.

Primero, subir los impuestos. La decisión del Gobierno de Canarias de tocar al alza el Impuesto de Sucesiones y Donaciones, algunos tramos del IRPF y el IGIC va en ese sentido. Un impuesto indirecto como el IGIC, aunque esté a niveles bajos comparados con el IVA, sí repercute negativamente en el crecimiento de la economía, porque algunas empresas lo trasladarán directamente al precio final, con lo que probablemente vendan menos, y otras lo asumirán, reduciendo el margen sobre ventas. En cualquiera de los dos casos, los beneficios de las empresas serán menores que antes de la subida, tanto por la caída de las ventas o por los márgenes más estrechos. ¿Cuál será la consecuencia negativa? Que las empresas irán cancelando aquellos proyectos que dejen de ser rentables o dejarán de pensar en nuevos negocios que antes sí lo eran.

Segunda medida: amenazar con subir más los impuestos. Es el caso de la tasa turística, que por ahora no se ha aplicado, pero sigue en estudio. Aunque se presente como insignificante por su bajo monto o se la vista de “tasa ecológica”, sus efectos no son neutros, porque tiende a desincentivar la llegada de turistas, que miran el céntimo cada vez que viajan, a través de buscadores online donde se compara, sobre todo, el precio que se va a pagar.

Tercera medida: regular el uso del suelo hasta que no haya disponibilidad. Canarias tiene un largo y triste historial de intervención en esta materia, con complicadísimas legislaciones que se superponen como las capas de la cebolla. Buena parte de los proyectos de inversión están vinculados a la disponibilidad de suelo y con el pretexto de la protección del territorio al final lo que se consigue es encarecerlo o directamente hacerlo desaparecer del mercado. Buena parte de los problemas de vivienda en islas como Lanzarote o Fuerteventura se resolverían liberando suelo y levantando las restricciones urbanísticas actuales, que impiden que se construya para aumentar el parque de viviendas y abaratar su precio.

Cuarta medida: aumentar los empleados públicos y la burocracia. En los últimos diez años, buena parte de ellos bajo el signo de la crisis y la supuesta austeridad, Canarias ha aumentado en un diez por ciento la plantilla de empleados públicos, 5.000 efectivos más. Esto es signo, casi siempre, de un aumento de la burocracia a la que se tiene que someter el que decida invertir en las Islas. Porque, ¿qué va a preferir, enfrentarse una administración ágil y reducida o una lenta y paquidérmica?

Por último, crear barreras de acceso y fomentar la idea de que lo de aquí siempre es lo mejor. El nacionalismo económico es muy peligroso para la salud de una economía, y mucho más aun si se trata de una con los condicionantes de insularidad y lejanía como la canaria. Primar la compra de productos locales, poner barreras arancelarias, imponer cuotas en la contratación de los diversos factores productivos tiene como consecuencia el desaliento de los potenciales inversores, que a la incertidumbre propia de cada negocio con la que siempre han de lidiar deberán sumarle la pesada losa del proteccionismo.