cabecera_new

Lo que podemos aprender de Yuri Andriéevich

3 de junio de 2020
cosacos
Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on linkedin
LinkedIn

Si una obra de arte tiene la capacidad de provocarnos emociones, de forzarnos a reflexionar sobre nuestra propia existencia y de trasladarnos a través del espacio y del tiempo para tener una vida vicaria, esa obra merece la pena. Es lo que sucede con Doctor Zhivago, la novela de Boris Pasternak que le valió el Nobel de Literatura en 1958 y que fue llevada al cine por David Lean siete años más tarde. Ambos alcanzan ya categoría de clásicos, aunque sean obras del siglo XX, y debo a un buen amigo el haber pasado más de tres horas de este encierro obligatorio entretenido con las andanzas de Yuri Andriéevich Zhivago, el personaje que encarna Omar Sharif y que protagoniza la historia de amor que sirve a Pasternak y a Lean para contar cómo fueron cambiando las cosas en Rusia desde la revolución bolchevique.

Yuri es un joven médico y, sobre todo, poeta, que al principio ve con cierta simpatía todo lo que está sucediendo en los últimos años del zarismo, con protestas en las calles de las que es testigo. Pero su destino como médico militar en el frente oriental de la Primera Guerra lo obliga a alejarse varios años de su familia en Moscú. Los suficientes como para volver una vez los revolucionarios se han hecho con el poder. Es entonces donde aparecen algunas de las escenas más estremecedoras de la película, al encontrar la casa familiar ocupada y a su mujer, su hijo y su suegro arrinconados en una habitación sin siquiera leña para calentarse durante la noche.

Su mujer, resignada a la peripecia y tratando de maquillar la nueva realidad ante su marido, le dice que los no deseados inquilinos “por el momento conservan bien las habitaciones; las llaman «superficies habitables»”, uno de los tantos eufemismos que han aparecido en Moscú durante la ausencia de Yuri. Le presenta, simulando cortesía, a los que mandan ahora en su casa, delegados del partido a los que Yuri, con esfuerzo, da la bienvenida. “No, la bienvenida se la damos nosotros a usted”, le contestan.
La información que le da su hermanastro –policía que trabaja para la Checa– de que a las autoridades no les gusta el tipo de poesía “buguesa” que escribe Yuri es el desencadenante para la huida al campo. “Más allá de la ventana se extendía Moscú, oscuro, silencioso y hambriento. Sus tiendas estaban vacías y la gente había olvidado incluso la existencia de cosas como la caza y la vodka”, describe Pasternak, a la hora de la despedida de la capital.

La vida de Yuri pasa a partir de entonces por muchas otras vicisitudes, y a cada paso queda patente que la nueva realidad que vive el país es hostil no solo para su oficio de poeta sino para cualquier espíritu libre: “La vida privada ha muerto en Rusia”, le dice un jerarca. Otra de las grandes escenas es entonces cuando, después de pasar años reclutado a la fuerza por un pelotón revolucionario de la guerrilla, una etapa en la que le vuelven a informar de que sus obras no gustan a las autoridades, se ve a Yuri volviendo a mojar la pluma en el tintero para ponerse a escribir, en un claro acto de rebeldía.

Es imposible para cualquiera que vea hoy esta película sustraerse a lo que nos enseña y no pensar en la posibilidad de que sea algo que pueda repetirse. La pérdida de libertades que denuncia “Doctor Zhivago” ha ocurrido no solo en Rusia y en todos esos otros lugares ha llegado precedida por la popularización de una frase: “Esto aquí no puede pasar”. Hoy en España hay ministros que declaran sin sonrojarse su defensa del comunismo, y aunque prefieren no decirlo, es el mismo que se denuncia en la Rusia que describen Lean y Pasternak. Todas las bromas acerca de lo no necesario de escandalizarse de este gobierno “social comunista” apuntan a lo mismo, a hacernos creer que aquí no puede pasar. Pero acaso, con una mano en el corazón, ¿hay de verdad alguien dispuesto a evitarlo?