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La camiseta del Che

1 de julio de 2020
elcheorejas
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Se ha puesto complicado presumir de una de las mejores prendas que se pueden vestir en sociedad, el pensar de manera crítica y fuera de convencionalismos. Una legión de guardianes de las esencias de no se sabe qué se ha erigido en vigilantes de la moral adoptada por las mayorías. Es curioso, tanto tiempo haciendo creer a los más jóvenes que eran la generación mejor preparada de la historia ha terminado por persuadirlos de que así es, añadiendo un nuevo blasón que unir a sus destacadas características: la arrogancia. 

No es preciso insistir en que no lo son, si acaso aquella a la que más dinero hemos dedicado para que completase su formación. Pero mientras que creíamos generosamente que los preparábamos para la vida adulta, lo que hemos hecho es condenarlos a una infancia eterna. En vez de conocimiento, le hemos inculcado sentimientos y, tras establecer lo que es bueno y malo, les parece que es más importante tener una opinión sobre un tema  concreto que una información precisa sobre la que discutir, de ahí la vehemencia con la que se expresan, más enfocada en la forma que en el fondo.

Comprobamos el estallido de emoción por contratiempos menores pero, todavía peor, cuando la causa no es especialmente compleja y resulta sencillo compartirla, buscan la manera de mantener las distancia con sus mayores, a los que ni respetan ni atienden. Ha ocurrido con todo el desagradable asunto de George Floyd, el americano muerto por violencia policial. Ninguna persona de bien se manifestó poniendo paños calientes a lo que había sido un exceso policial con resultado de muerte. Las propias autoridades americanas reaccionaron prontamente y parece que a los autores lo menos que les ocurrirá es que perderán sus trabajos (interesante el punto de vista del Financial Times, los sindicatos tienen tanto poder en la policía que complican la separación de aquellos malos agentes que no merecen seguir ejerciendo). Si estábamos todos de acuerdo, ¿cómo es posible que terminarán con jaleos en medio mundo y grave afectación a personas y bienes que nada tenían que ver con el tema en cuestión? Las redes sociales, ese vertedero de odio, han acostumbrado a simplificar los temas y ya no es preciso contar con un posicionamiento claro sobre algo, solo es necesario indignarse en la dirección correcta. Los jóvenes son buenos en la medida en que mantienen un pensamiento políticamente correcto y muestran sentimientos impecables, muy por encima del comportamiento real que puedan tener en sus vidas particulares.

La mera demostración de preocupación se ha convertido en un fin y en una virtud, constituyéndose en una élite moral capaz de arrodillarse para pedir perdón por algo que ni ellos ni, probablemente, sus antepasados hicieron ni compartieron. Obvian que la culpa es siempre individual y su redención posible sólo ante el destinatario de nuestra ofensa. Pero esta exhibición impúdica, haciendo desaparecer la frontera entre lo público y lo privado es una mera demostración de sentimentalismo, que el gran Theodore Dalrymple denuncia en “Sentimentalismo tóxico” (Alianza editorial, 2016) y remata que la regla básica de la vida moderna es que uno “no debe desperdiciar las lágrimas llorando en privado, debe haber alguien capaz de observarlas”. Ha triunfado la idea de que la víctima es toda aquella que se considera como tal y construyen relatos de ficción muy fáciles de instrumentalizar. Nadie puede mostrar sorpresa por la eficacia con la que prenden estos movimientos, muchas veces violentos, sobre los que es más sencillo saber cómo empiezan que la forma en que terminan.

Algunos grupos populistas, a derechas e izquierdas en sus grados máximos, se aprovechan de ese torrente de ingenuidad y desconocimiento, revisando por causas difíciles de seguir hechos sucedidos en el pasado que no eran reputados de inmorales o innobles en su momento. No en el caso de la esclavitud, prontamente denunciada como inhumana, sino causas generales puestas de moda en las últimas décadas. Manipulación en estado puro, que lleva que sean derribadas esculturas de algunos de los personajes que, aun controvertidos, dedicaron su vida a hacer de este mundo un lugar mejor. Churchill no merece maltrato porque sin él, quizás Hitler lo habría tenido más fácil pero, sobre todo, porque no parece razonable que jóvenes imberbes ataquen su estatua ataviados con la camiseta del Che Guevara, aquel sanguinario terrorista que no hubo dictadura comunista que no siguiera e impulsara. Quizás, de querer seguir mostrándonos su bondad, tienen 100 millones de muertos a los que pedir perdón, aquellos que cayeron por la implacable labor de Stalin, Mao, Lenin, Pol Pot, Ho Chi Min, Fidel y un largo etcétera. Sería menos ridículo.