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Quédate en casa

27 de julio de 2020
homeschool
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Es cierto que exponer en público algunas ideas conlleva el riesgo de que a uno lo traten como a un loco, alguien desconectado de la realidad, pero lo peor es que no se las tome en cuenta, que no se consideren en lo más mínimo determinadas propuestas, solo por el hecho de que van en sentido contrario a los discursos dominantes. Si hablamos de “homeschooling”, por ejemplo, es probable que recibamos ese trato desdeñoso en el mejor de los casos o hasta una risotada o insulto en el peor de ellos, porque, al menos en España, a muy pocas personas se le cruza por la cabeza la posibilidad de que sus hijos puedan formarse al margen del sistema educativo, en casa.

Otra cosa es que hablen bien de ese sistema educativo. Que no, no lo hacen. Pero no por ello se toman la molestia de plantearse cómo se podría mejorar o, ya resignados a que no tiene arreglo, cómo evitarlo, escapar de él en busca de algo mejor que lo que hay. Es una materia muy pero muy sensible, a punto tal que son muchos los padres que mienten y hacen diversas trampas para poder enviar a tal o cual colegio a sus hijos, sabedores de lo importante que es lo que se están jugando. Florecen las instituciones privadas o concertadas, mientras en el debate político –siempre al margen de la realidad– se habla maravillas de los colegios públicos y mientras los que dicen defender esa educación pública no envían a sus hijos sino al sistema privado.

Pero nos ha caído encima la pandemia, las cuarentenas por culpa del coronavirus y nos ha abierto los ojos por la fuerza: es posible aprender muchas cosas sin salir de casa.

Así como cierta tendencia al “reunionismo” probablemente se haya acabado, al ser sustituidos los viajes y desplazamientos por videoconferencias, la imposibilidad de ir al colegio ha obligado a los profesores y alumnos a asistir a clase sin que por ello tengan que estar en un aula tradicional, entre cuatro paredes. Las aulas virtuales se convirtieron en poco tiempo en algo habitual en los hogares españoles y, si bien es cierto que la falta de costumbre y el hecho de que se hayan tenido que instrumentar de la noche a la mañana han podido derivar en fallos de funcionamiento, lo cierto es que en mayor o menor medida se ha avanzado en el uso del instrumento informático. Quedan para la anécdota el aprobado general con que se acabó el curso y la falta de compromiso de algunos profesores a la hora de buscar la manera de evaluar a la distancia. Pero se ha ejecutado una prueba a una escala masiva, que nunca antes se había podido hacer y que nos da la pauta de cuánto se puede aprender sin necesidad de acudir a los colegios e institutos.

Este “quédate en casa” con que se nos ametralló desde todas las pantallas debería ser tenido en cuenta como un muy valioso experimento en materia educativa, porque puede haber servido para descubrir todo el potencial que la formación online puede desarrollar. Es cierto que no hay en el proyecto en marcha de ley educativa referencia alguna a la posibilidad de que los padres elijan educar a sus hijos por su cuenta, que de eso se trata. Pero no cabe sorprenderse de ello, puesto que la ministra actual es la que ha dicho que “no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”.

Sí es sorprendente que de las fuerzas políticas de centro y derecha no surjan voces en contra de ese nunca firmado contrato en exclusividad por el que no hay alternativas al sometimiento al sistema educativo que deciden los políticos. O que las pocas que existen no están al alcance de todos los bolsillos, como los colegios extranjeros. El “homeschooling”, que se encuentra en un limbo de alegalidad, puede ser mejor que la formación reglada a través de la escolarización, en un mundo como el actual donde sobran los medios para llevarlo adelante, gracias al desarrollo de internet.

¿Por qué es posible estudiar a distancia una carrera universitaria o un módulo de FP, con titulación del país que deseemos y no es posible tener esa misma libertad en las etapas anteriores? Esa es una pregunta sin respuesta todavía; la otra es hasta cuándo los padres van a ser rehenes del estado y de su forma de educar. Este quizá sea el momento propicio para responder a las dos preguntas.