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Sobre conservadores y liberales

28 de julio de 2020
liberales
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La más de las veces, los columnistas corremos el riesgo del ensimismamiento. Ocurre, también, que solemos dar por sentadas muchas cosas, lo que provoca que desperdiciemos oportunidades fantásticas para precisar lo que queremos expresar. Los liberales tenemos la funesta manía de creer que los demás saben (soñamos incluso con que acepten) nuestro ideario sin caer en la cuenta de que es un corpus ideológico complejo y que, las más de las veces, da lugar a la irrupción de múltiples matices que terminan derivando en corrientes de pensamiento que no siempre conviven de manera armoniosa entre sí. Como se dice que ocurría en el marxismo, muchos liberales se pasan la vida identificando a sus pares para, de manera inmediata, buscar aquello que les distancia. En nuestro descargo hay que decir que son muchos los que se acercan desde otras posiciones porque aprecian y valoran (o apreciaban y valoraban en otros tiempos, hoy es época de radicalización y maximización de posturas) aquellos principios que el liberalismo brinda. Y, también en defensa propia, desde que Frederich Hayek incluyera su famoso post-scriptum en “Los fundamentos de la libertad” (Unión Editorial, 1998) clarificadoramente titulado “Por qué no soy conservador” dábamos por hecho que no había que profundizar en el asunto, que lo que dijo era la explicación definitiva de las diferencias entre ambos. Sucede, claro, que no es obligado leer ni conocer a Hayek y que en el pensamiento político, nuestros apreciados y nunca bien ponderados millenials, suelen prestar más atención a la actriz de igual apellido que al Premio Nobel. 

Molesta, por tanto y aun siendo comprensible, que en ocasiones seamos considerados miembros de una familia que no es la nuestra. Es cierto que las etiquetas simples sirven para conversaciones vanas y que no están los tiempos para demasiadas exquisiteces en el debate. A fin de cuentas, es en apenas unas caracteres donde su fundamenta toda la discusión política hoy y para los que se acostumbran a ese lodazal, todo lo que no sea fascista excede sus naturales y limitadas entendederas. Aunque, como advirtiera Hayek, los conservadores han ido “asimilando una tras otra todas las ideas socialistas a medida que la propaganda las iba haciendo atractivas”, en España choca que esa capacidad mimética se le reconozca, por ejemplo al PP, partido que jamás ha cuestionado el Estado del Bienestar o que sus políticas de defensa de sectores que consideran estratégicos pueden ser idénticamente defendidas por los socialistas. Es, por decirlo de algún modo amable, más un asunto de grado que de fondo, particularmente en la praxis política y especialmente en el tiempo más próximo pasado, en el que Rajoy ocupó la presidencia del Gobierno sin una sola idea propia genuina. De ahí que su Ministro de Hacienda se dedicara, con notable éxito, a espantar a ese grupo laborioso de españoles que aspiran a ganarse el pan con el sudor de su frente y a que el gobierno los deje en paz. Porque, lo escribió igualmente Hayek, “al conservador, como al socialista, lo que le preocupa es quién gobierna, desentendiéndose del problema relativo a la limitación de las facultades atribuidas al gobernante y, como el marxista, considera natural imponer a los demás sus valoraciones personales”. Se sienten cómodos pensando que “debe haber siempre alguna autoridad que vele por los cambios y las mutaciones se llevan a cabo ordenadamente”, añadía el austriaco. 

Los liberales no aceptamos que los individuos deban ser coaccionados por razones de moral o religión, practicando una “postura de total inhibición ante las conductas que los demás adopten siguiendo sus creencias, siempre y cuando no invadan ajenas esferas de actuación legalmente amparadas” o, dicho en palabras de Alberto Benegas Lynch (Jr.), ofreciendo un “respeto irrestricto a los modos de vida ajenos”. Esta es una publicación económica y cabe conjeturar que una defensa de la sociedad abierta, nuestro compromiso con la difusión de los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables, puede encontrar compañeros de viaje entre las filas conservadoras. Una mirada más detenida a nuestra trayectoria durante los casi cinco años de publicaciones debería también ampliar el número de interesados, con nuestra aproximación a asuntos como la despenalización de las drogas, la gestación subrogada o el matrimonio igualitario, que son asuntos incómodos para esos mismos conservadores. Y es que, aunque suene un poco estruendoso, al estado no se le debe permitir entrar ni en nuestras carteras ni en la bragueta, en célebre expresión de otro gran liberal como Xavier Sala i Martín.