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Los buenos sentimientos

30 de agosto de 2020
SApobreza
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Que una organización se presente ante el público de una determinada manera, no quiere decir que necesariamente sea lo que dice que es. Es más, podemos suponer, con cierta malicia, que hay todo un muy rentable mercado para aquellos que se dedican a vender los servicios especializados en enmascarar la imagen pública de alguien o de algo. Llámesele comunicación y marketing, equipos de transparencia o, por supuesto, responsabilidad social corporativa, todos ellos en cierta medida se esmeran en que las cosas se presenten al público mucho mejor de lo que realmente son. Los trapos sucios se lavan en casa y para el resto llamen al gabinete de prensa.

Pero que no se tenga en cuenta si de veras las organizaciones son realmente lo que dicen que son hace que con frecuencia se confundan las cosas. Por ejemplo, ante un problema concreto al que se enfrenta la sociedad suele haber un “colectivo de afectados” que alza la voz y le resuelve a los medios de comunicación un hueco –a veces se hace difícil llenar horas de radio y tv, páginas de periódico…– haciéndolos pasar como una “voz del pueblo”, cuando en realidad no lo son. Aparece un nuevo caso de asesinato de una mujer a manos de su pareja y, además de la foto de rigor de los políticos en un minuto de silencio, los periodistas consultan a alguna organización vinculada al fenómeno, que suele reclamar más fondos para “erradicar” estas prácticas, disimulados muchas veces a través de formación “en valores” y políticas transversales de perspectiva de género. ¿Son realmente portadores de la solución aunque se dediquen a eso estas organizaciones? ¿Han demostrado eficacia en ello? No importará, solo cuentan sus inmejorables intenciones, los buenos sentimientos que en apariencia los inspiran.

Llega una nueva patera a Canarias. O peor, naufraga una patera al salir de la costa sahariana hacia Canarias. Todos mueren. Un drama, sin duda alguna. Llega el momento de que hablen los especialistas y ya el drama se convierte en oportunidad, porque se presentan como posibles soluciones algunas propuestas que es bastante dudoso que lo sean. Sucede que existe una enorme industria internacional de la ayuda, con toda una narrativa de heroicas labores humanitarias que no aportan nunca un remedio efectivo y de fondo, a pesar de lo frecuente que resulta que se los consulte como verdaderos oráculos.

“Es urgente: hay un barco en alta mar, a la deriva en el Mediterráneo, ayuda ya mismo a salvar a esas 80 personas y presiona a tu gobierno para que los rescate”. ¿De veras tenemos que creer que alguien que muestra un aire tan condescendiente hacia estas personas, a las que convierten en sujetos pasivos a la espera de ayuda, es alguien que quiere que todo vaya mejor? Hay una dinámica perversa en todo esto que es parecida a la de la lucha contra las drogas hoy o la lucha contra el alcohol en el pasado: los principales interesados en que exista son los que protagonizan esa guerra. En el caso de la inmigración, se conjuga con una visión paternalista, que exime a cada una de esas personas a las que se quiere cuidar del manejo de su propio destino. Al final, tenemos la sospecha de que muchas de estas iniciativas solo sirven para enriquecer a los presuntos especialistas y a las élites africanas que se quedan con su parte de la mal llamada ayuda al desarrollo.

Bueno es repasar el documental Poverty, Inc., que desnuda cómo es el entramado industrial de la ayuda al tercer mundo, al que se llega a definir como un nuevo colonialismo. Lo cierto es que estas ayudas, estas soluciones aportadas por las ONG, nunca han sacado a un solo país de la pobreza. Tenemos el caso de Haití, donde se cuentan más de 10.000 organizaciones “no gubernamentales” (ejem, aunque muchas en verdad vivan del presupuesto público) de ayuda sin que el país caribeño pueda salir de la pobreza. Es más, toda esta bondad internacional obstaculiza esa salida, al competir en cierta medida con las industrias locales y llevar a un ciclo de dependencia que hace crónica la pobreza.

Ya nadie en su sano juicio debería creer que todas estas iniciativas sirven para algo, pero ¿quién se atreve a desenmascarar la impostura? A fin de cuentas, toda esta farsa monumental resulta funcional a los diferentes gobiernos, que siguiéndoles la corriente hacen de cuenta que están haciendo algo (aquello de “visibilizar”) y consiguen pasar a otro tema o al menos que se los deje de molestar por un rato.