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Elogio de la frugalidad

3 de septiembre de 2020
políticos poco frugales
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La Real Academia de la Lengua Española define frugalidad como “templanza, parquedad en la comida y la bebida” cuyo adjetivo puede extenderse a otros ámbitos de la vida y conecta directamente con la virtud cardinal de la templanza. Y es que más allá de los últimos consejos dietéticos de moda la frugalidad de algunos países europeos ha frenado la voracidad de gasto público al que aspiraban países como España incapaces de poner en orden sus presupuestos públicos.

Como en la fábula de la hormiga y la cigarra, el presidente del gobierno español se presentó como un cicádido haragán ante la colonia de hormigas europeas exigiendo un fondo de recuperación tras la pandemia sin condiciones ni controles. No lo consiguió, los representantes de los Países Bajos, Austria, Suecia, Dinamarca y Finlandia formaron un dique de contención para que se respetara el espíritu del pacto de estabilidad defendiendo la frugalidad frente al derroche en la gestión de las cuentas públicas o, lo que es lo mismo, que las sociedades más ahorradoras no tengan que terminar pagando a las menos previsoras. No es que los españoles no hayamos tenido tiempo de poner nuestra casa en orden tras la crisis de 2007 es que no hemos querido, las reformas han sido superficiales y todavía quedan problemas estructurales por resolver sin que haya un solo diputado de todo el espectro político dispuesto a enfrentarlo con valentía. Al fin y al cabo no los votan para eso y los españoles, elección tras elección, se decantan por los políticos que más promesas hacen. Y luego ya se verá quién paga o, en todo caso, confiaremos en que los frugales, ya sean países europeos o las administraciones locales nos dejen su dinero. 

Frente a la creencia de que el dinero público no es de nadie hay sociedades que valoran cada euro que se gasta en la esfera pública porque tienen muy claro que sale de los bolsillos de los contribuyentes. No es la mentalidad española acostumbrada a grandes banquetes de obra pública y todo tipo de gasto suntuario, administraciones duplicadas y fiestas por todo lo alto. En contraposición los frugales analizan los costes y beneficios, también sociales, no solo económicos, de toda inversión evaluando con más cabeza que sentimiento el gasto público. No es por gastar más sino por gastar mejor lo que diferencia a la frugalidad de la gula de la misma forma que uno puede atiborrarse a comer y terminar con la barriga llena… y grandes deficiencias de nutrientes. Precisamente nuestros próceres apuntalan sus promesas enarbolando como ejemplo a los países frugales sin explicar a sus votantes que un elevado gasto público implica también una cuidada austeridad. En realidad no importa mucho que lo llamemos austeridad o frugalidad, ambas son palabras malditas en nuestro imaginario para denostar a las hormigas que no quieren compartir lo que con tanto esfuerzo les ha costado ahorrar. ¡Qué fácil es culpar al que no quiere compartir! ¡Y cuántos réditos electorales puede acarrear!

Por eso es necesario repetir no solo aquello de que para que las sociedades sean prósperas sus gobiernos deben ser austeros sino que también lo debe ser todo el entramado público. La administración debe adelgazar pero también los sistemas de ayudas y subvenciones cruzadas que favorecen el descontrol y la falta de fiscalización del gasto. Se anuncian millones para paliar esta o aquella crisis pero nunca se llegan a presentar los resultados, ¿cómo de útil fue aquel gasto? No aprendemos, el ahorro se desprecia e incluso el presidente del gobierno español llamó a consumir y nuevas subidas impositivas. La receta, si nos miramos en el espejo de los países nórdicos a los que tanto admiramos debería ser la contraria. Elegir a nuestros representantes por su templanza en lugar de por su histrionismo con promesas de gastar el dinero público con parquedad, como si fuera propio en lugar de como si no fuera de nadie. Gobernantes grises sin apenas carisma que incluso cueste diferenciar entre sí como nos ocurre como muchos primeros ministros de la Unión Europea que son tan parecidos entre ellos que son intercambiables. A ser posible que al escucharles nos aburran y no despierten las pasiones más bajas de los votantes en cada convocatoria electoral y que en su lugar impere la mesura y la racionalidad. Eremitas de las administraciones públicas en lugar de orondos sacerdotes creyentes en la estatolatría. Para ello hay que reivindicar la frugalidad como virtud, ya que si en la vida personal es aconsejable, en la pública debería ser exigible. 

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