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La insoportable levedad de Ana Patricia Botín (y de otros)

29 de septiembre de 2020
Ana Botin
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Los periodistas y los políticos, arrobados, contemplaban el espectáculo. Los más osados llegaron a afirmar que el presidente Sánchez había explicado a los empresarios sus planes para la salida de la crisis. Es mucho decir, primero porque el presidente no explicó nada apreciable, segundo porque es muy complicado que puedan identificarse, sin más, a los empresarios con los directivos de las empresas del IBEX35. Si se contradicen esas dos premisas, veremos cómo de sencillo es entender que a la salida, alguno de esos dizque empresarios se mostraran encantados con la intervención del presidente y su hoja de ruta, a saber, transformación digital, transición ecológica, justicia social y un cambio feminista en las mentalidades. 

La primera objeción está relacionada con la propia conformación del IBEX35. Son, recordémoslo, las mayores empresas por capitalización bursátil, y proceden, siete de los servicios financieros, seis de la energía, cinco de la construcción, nueve dedicadas al consumo, cinco a la tecnología y telecomunicaciones y otras dos al sector inmobiliario. De las dedicadas al consumo, Atresmedia y Mediaset operan con licencias gubernamentales mientras que en AENA la participación mayoritaria es del estado. Las empresas más grandes del país, de las cotizadas, son aquellas que dependen de una gracia, concesión o regulación gubernamental cuando no tienen representantes del gobierno en sus consejos. En puridad, solo Meliá Hoteles, IAG -aunque sus costes sí pueden verse alterados por una decisión del gobierno- Inditex, Grifols y Viscofan pueden desarrollar su actividad lejos de las garras políticas. ¿Sería admisible, por ejemplo, que la Sra. Botín saliera públicamente diciendo que le parece una solemne tontería el plan gubernamental? Por supuesto que no aunque ello no explique su adolescente entusiasmo con Sánchez. De los presentes en la reunión, nadie osó objetar que de nada servirá una transformación digital si no quedan empresas en pie para ser transformadas, algo que resulta obvio para cualquiera que vea como se desmorona la economía o su propia empresa, fruto de toda una vida de trabajo, sin saber cómo detener la hemorragia. El capitalismo de amiguetes tiene estas cosas, también es una explicación de las puertas giratorias que tanto irritan a una parte considerable de la sociedad española, al menos la que no cree a ciegas a la parte morada del gobierno, antaño crítica con su existencia, hogaño colocando a los suyos en Enagás, camino de hacerse con sillones en la fusionada Bankia-Caixabank. 

El otro problema con el IBEX35 tiene que ver con algo que ya preocupaba en su día al mismísimo Adam Smith, como reflejara en “La riqueza de las naciones”. Es lo que conocemos como el problema de agencia, cuando un individuo (el principal) encarga a un segundo (el agente) la realización de una determinada acción. El problema de agencia consiste en resolver la forma en que el principal pueda asegurar que el agente lleva a cabo la actuación de forma óptima para los intereses del principal en vez de los propios. Esto es evidente en las empresas cotizadas, donde por un lado están los accionistas y por el otro, sus ejecutivos que, o bien no tienen acciones del negocio, o bien son propietarios de una fracción minúscula de ellas. Esto genera una asimetría en la información realmente llamativa, entre quienes conocen con detalle el día a día de la empresa y quienes, en el mejor de los casos, aspiran a que se refleje su estado real en la contabilidad. Los consejos de administración rara vez reflejan la realidad del accionariado y, hemos visto, como continuamente entran en ellos personas que son elegidas por su pasado de relaciones políticas, lejos de los intereses del principal.

En empresas como Inditex, el asunto está bien alienado, una parte de la compañía sigue en manos del fundador y su diversificación y escasa relación con las decisiones políticas les mantiene alejados de tan obscenos ágapes y declaraciones sonrojantes. Es la excepción, no la norma. El divorcio entre accionistas y ejecutivos es tal que resulta complicado entender que aquellos avalen comportamientos tan poco edificantes como la contratación de siniestros personajes por minutas millonarias -pagadas, obvio es decirlo, por el principal, jamás con dinero del agente- para el espionaje a adversarios, porque estos tipos, cuando de preservar lo suyo se tratan, no conocen límites. 

No, no hay ningún plan que merezca tal consideración en la retahíla de naderías proclamadas por Sánchez, por más lustre que quiera otorgarle a su auditorio. Los empresarios de verdad deberían ser escuchados, como hacemos nosotros en esta revista, razón por la que sabemos que sus preocupaciones están muy lejos de tanta majadería.