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El liberalismo vuelve a ser pecado

30 de octubre de 2020
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El papa Francisco ha emprendido una cruzada contra el capitalismo. Desde el trono de oro del Vaticano ha escrito una encíclica titulada “Fratelli Tutti” en la que hace un llamamiento a la fraternidad y a la amistad social mientras critica y desaprueba el liberalismo económico, sin entender que ambas están relacionadas y son dependientes como ya explicaron diferentes pensadores en el siglo XVIII. No es la primera vez, Bergoglio ya la emprendió contra la libre empresa para ensalzar el ecologismo en otra de sus encíclicas que se alejan de la atemporalidad de la Iglesia para abrazar el pensamiento mayoritario de la época en que vivimos. 

Pensemos en Adam Smith, el escocés no solo fue economista, también fue un brillante filósofo que defendió la libertad como fundamento de una Gran Sociedad capaz de coordinarse a través de intercambios entre individuos libres sin un centro de poder que imponga de forma coactiva una visión ideal ni condicione las aspiraciones personales de cada cual sin tenerles realmente en cuenta. Se necesita una buena dosis de humildad para confiar de esta forma en el prójimo, aunque sus valores y fines difieran de los nuestros, esencialmente la verdadera tolerancia. Una idea muy cercana a la fraternidad que une a toda la Humanidad sin necesidad de someterse a los caprichos de los gobernantes o dirigentes de las iglesias.

La alternativa del papa argentino parece ser una doctrina económica a imagen de la vida parroquial, en la que se puede sobrevivir a base de limosas sustituyendo las relaciones sociales por abrazos con desconocidos mientras de fondo se escucha una guitarra desafinada. Un atajo en el camino de servidumbre que nos lleva al socialismo que también hunde sus raíces en la fatal arrogancia de aquellos que se creen capaces de pontificar -nunca mejor dicho- sobre las vidas ajenas. Pero la Civilización es mucho más que eso y todo lo bello y perdurable que la Humanidad ha creado ha sido a base de esfuerzo, trabajo y acumulación de capital. En cierto modo también ocurre algo similar con la amistad social, se necesita tiempo y confianza para que un conocido anónimo pueda ser considerado amigo e incluso puede llevarse al extremo con la relación más íntima y duradera que es la del matrimonio, la empresa personal más importante que uno puede emprender en su vida. Es importante recordar todo esto porque el liberalismo es un todo y tratar de diferenciar una vertiente económica de otra social es un error que se ha repetido a lo largo de la historia y tan solo ha conseguido debilitar e incluso apagar la llama de la libertad.

Tampoco es la primera vez que desde la Iglesia católica se condena el liberalismo como pecado. Desde una institución que ha gozado del monopolio espiritual durante siglos en muchas naciones, se ha justificado el poder absoluto de los estados y se ha despreciado la importancia de la propiedad privada y la libre competencia como base del progreso y el desarrollo humano. En el siglo XIX el liberalismo fue considerado un pecado contra la fe y al catolicismo oficial se erigió como fuerza reaccionaria hasta el punto de que el sacerdote español Felix Sardá y Salvany escribió un panfleto titulado “El liberalismo es pecado”. Esa tensión ha existido siempre en el seno de la Iglesia pero Bergoglio ha decido emborracharse con la tendencia antiliberal en lugar de beber de las fuentes escolásticas que pusieron en el centro del discurso al hombre en toda su integridad, también en sus relaciones económicas que no dejan de ser un tipo de relaciones sociales.

El liberalismo vuelve a ser pecado, tanto para la Iglesia como para el neopaganismo que practican muchos políticos. Esta doble envolvente es tan peligrosa como lo fue en el pasado cuando el poder terrenal y el espiritual fueron de la mano para caer en el absolutismo, sin dejar margen para la competencia también entre estos poderes. Y es precisamente en estos márgenes donde los hombres pueden llegar a ser libres. La soberbia de los gobernantes -también en la Iglesia- contrasta con las enseñanzas de un Dios cuyo bien más preciado que dio a su creación fue el del libre albedrío, tanto para acertar como para equivocarse. Tal vez la fatal arrogancia que demuestran Bergoglio y tantos otros sea una reminiscencia del pecado original que llevó a la primera pareja humana del relato bíblico a creerse más sabios que el propio creador.