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El consenso espurio

4 de enero de 2021
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“Los problemas no se resuelven, solo se subsidian y lo que hacen es aumentar las ayudas al desarrollo que tienen un efecto limitado entre la población pero mayúsculo en la consolidación de dictadores atroces y millonarios”

Peter Bauer fue un extraordinario economista experto en desarrollo que sentenció que las ayudas a los países del tercer mundo son una transferencia de dinero de los pobres en los países ricos a los ricos en los países pobres. Esa política, tan presente todavía hoy en día, remunera las políticas de empobrecimiento porque los dirigentes cleptócratas de esos países las usaran arteramente para mantener su poder. Aunque Lord Bauer falleció en 2002, su discurso mantiene una excitante vigencia. 

Asistimos a unos hechos gravísimos en forma de flujos de población africana que busca una vida mejor en la Europa rica. Un asunto complejo que es despachado desde las vísceras, de un lado, aquellos que con el alma compungida por las incesantes desgracias que acaban con las vidas de muchos de ellos, abogan por acoger e integrar a los que alcanzan las costas. Otros, desprovistos de cualquier emoción, partidarios de que los buques de guerra obliguen a retroceder a esas frágiles embarcaciones en las que navegan. 

Nuestro estado del bienestar constituye un importante efecto llamada. No el español, es el de la Unión Europea, donde se materializa el gasto social más importante del mundo -Merkel dijo que Europa tiene el 7% de la población mundial, el 25% del PIB y destina el 50% a gasto social- y donde los individuos más se han abandonado al cuidado paternal [putativo] del estado. Algunas soluciones que se aportan pasan precisamente por la importancia de las contribuciones que los inmigrantes puedan hacer para su sostenibilidad pero ignorando lo esencial: a saber, ellos mismos son demandantes de servicios públicos, de los que suelen ser usuarios intensivos porque sus condiciones de partida no son tan buenas. Sus trabajos cubren los que los europeos no desean y esos son precisamente los más incómodos y peor pagados, lo que hace que el saldo resulte deficitario. Además, generan derechos a futuro, entre otros, a percibir una pensión por lo que ahora favorece el mantenimiento del sistema se convertirá en un problema adicional en unas décadas. 

Por si fuera poco, la Política Agrícola Común (PAC) mata. Las obscenas subvenciones que reciben nuestros agricultores, básicamente por no competir, suponen un problema para esos países miserables cuya única posibilidad es producir y exportar a los mercados ricos de Europa. Hace años se conocieron casos de mercados en Tanzania en los que era más barato encontrar un litro de leche holandesa que uno de leche local. Cuando se habla de pobreza y miseria en el mundo, usamos métricas de dólares por día y persona que sistemáticamente son superados por las aportaciones que perciben las vacas de los productores europeos. ¿Es normal? Aceptamos acríticamente que podamos pagar fortunas en base a criterios alejados del mercado, tales como la sostenibilidad o la preservación del paisaje, que al tiempo son contraproducentes al impedir que otros productores más eficientes puedan ganarse la vida. Añadamos un problema adicional, hemos creado toda una suerte de barreras no arancelarias imponiendo condiciones de producción o bienestar animal que constituyen otra impúdica limitación a la entrada. Muchos de estos bienintencionados burócratas se han salido con la suya, no quieren productos africanos pero tampoco a los pobres africanos sin futuro. Obviamente, de acuerdo con la lógica funcionarial, los problemas no se resuelven, solo se subsidian y lo que hacen es aumentar las ayudas al desarrollo que tienen un efecto limitado entre la población pero mayúsculo en la consolidación de dictadores atroces y millonarios. 

No hay una maldición divina en África. Tampoco es irremediable que el capricho fronterizo que obvió tradiciones tribales se convierta en algo imperturbable. No son pobres porque sí y su incapacidad para progresar venga dada porque su renta sea tan escasa que apenas si cubre necesidades básicas, sin capacidad para ahorrar o acumular capital que permita el desarrollo. Bauer  recordaba con tino que todos los países han sido pobres en algún momento de su historia, escapando de ella por si mismos, sin ayuda exterior y sin que su pobreza inicial lo impidiese. Si un pescador destina su embarcación, ante la ausencia de productos del mar por una mala asignación de los derechos de propiedad y de la tragedia de los comunes, a trasladar inmigrantes, esto no lo convierte en mafioso, solo muestra su capacidad emprendedora porque entiende perfectamente lo que requieren sus iguales. Nada hace presagiar que no tengan la misma visión para competir apenas se les permita por la sencilla razón de que ya antes sucedió, justo hasta el momento en que los ricos europeos comenzaron a regalar dinero público a cambio de estar en paz con su [mala] conciencia.