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Si la derecha fuera como la izquierda

9 de febrero de 2021
izqdcha
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Basta con repasar cualquier día de la semana los titulares de prensa, encender la tele o poner un rato la oreja a las radios generalistas: la totalidad o la casi totalidad de los asuntos que se tratan en el capítulo político son aquellos que han sido puestos en la agenda pública por la izquierda política o cultural. La hegemonía es tan contundente y nos hemos acostumbrado tanto a ella que ya es necesario cierto grado de esfuerzo mental para reconocer este tinte progresista o socialista (no me refiero al PSOE en este caso, ya que hay socialistas en todos los partidos; sí, también en Vox) que lo atraviesa todo. ¿Qué es lo que ha pasado, por qué esta incomparecencia de la derecha, los conservadores, los liberales, como quiera que les llamemos a quienes podrían oponerse a esto?

Si la derecha se comportase como la izquierda, propondría reformas, defendería banderas que sean ideas y no sentimientos, se adelantaría a los hechos con mentalidad de largo plazo. Pero se conforman con fiarlo todo a un turnismo que esperan los beneficie para llegar al poder sin que hayan hecho nada para merecerlo. Conocida es la dificultad de definir qué es la izquierda o qué es la derecha, y que muchos liberales no se identifican con esta última. Es cierto que al rótulo de izquierda y derecha le puede faltar precisión, que algunas posiciones de la izquierda política pueden ser liberales. O viceversa, que la derecha política abrace ideas de tinte socialista. Pero organizar las ideas a través del mapa político de un determinado país no es lo más conveniente si se trata de obtener un mínimo de claridad, ya que por definición esas arenas son confusas, tanto como lo requiera el mercado electoral al que se someten los candidatos.

Concepciones como la defensa del igualitarismo y rechazo a las distinciones, identificación con los países que amenazan la seguridad de las naciones occidentales, sentimiento de culpa por el pasado del país o incluso burla por sus símbolos, hostilidad hacia las empresas, el capitalismo y el mercado, simpatía por todo discurso que hable de liberación y de lucha… todas esas posiciones son las que, aunque parezcan dispersas, forman un nexo coherente y constituyen el corpus izquierdista de hoy. Es algo que llama la atención al autor de esa enumeración, Roger Scruton, quien se sorprendía de que “por primera vez en nuestra historia descubrimos una hegemonía intelectual de la izquierda progresista a escala completa”, justo en el preciso momento en que el proletariado industrial –su electorado natural– ha desaparecido del mundo occidental.

¿Ante todo esto qué propone la derecha? Absolutamente nada, apenas alcanza a balbucear un tímido “no” en unos pocos casos. Pero no sabemos cuál es el tipo de sociedad que desea, hasta dónde está dispuesta a llegar. En España, sobran los liberales que no se sienten identificados por las fuerzas políticas existentes, dado que encuentran autoritario a Vox, inconsistente a Ciudadanos e intrascendente al PP, entre otros defectos. ¿Qué pasaría si alguna de esas fuerzas quisiera romper la baraja y, por ejemplo, proponer la eliminación de organismos que no tienen razón de existir? La lista puede ser muy larga, pero podrían empezar por el Ministerio de Igualdad, en vez de limitarse a criticar que lo hacen mal sus actuales ocupantes. Podrían empezar, también, a poner en duda la utilidad de muchos de los organismos internacionales que hoy son controlados por la izquierda. Podrían dejar de repetir que lo suyo es bajar los impuestos (que no es siquiera cierto) para pasar a decir que lo suyo es bajar el gasto público.

Asimismo, podrían dejar de abrazar las políticas “sociales” para declarar solemnemente que desean que dejen de existir, cuando nadie necesite ese vergonzante asistencialismo. Deberían, en Canarias, ponerse a pensar si de verdad beneficia a sus habitantes que se pongan impuestos a las importaciones de infinidad de artículos solo para proteger a productores locales que a veces ni siquiera producen de veras nada. O subvencionar vuelos que no se vuelven más baratos ni favorecen la entrada de nuevos actores al mercado. Incluso más, deberían hacer como la izquierda en cuanto a plantear cosas mucho más allá de donde realmente quieren llegar, para que el punto realista donde se acabe tras una negociación sea la meta buscada. Solo así se podría empezar a desmontar un consenso de izquierda aparentemente inamovible y en el que se han formado las actuales generaciones de dirigentes y las que vendrán. La pregunta es no si tienen el arrojo necesario para acometer la tarea, sino si al menos son capaces de reconocer la magnitud del problema.