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El estado haciendo de las suyas (y no es nada bueno)

29 de marzo de 2021
tortuga2
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Tras una aciaga y desnortada gestión de la pandemia, el gobierno sigue haciendo de las suyas, lo que obviamente no es nada bueno. De un lado, tenemos un plan de vacunación planificado centralizadamente en el que la sanidad privada ni está, ni se la espera. Tampoco resulta admisible que aquellos que deseen anticiparse a las órdenes del Soviet supremo puedan hacerlo por su cuenta, caídos en la carrera del hámster donde los dirigentes son los llamados a darle vueltas a la rueda mientras que nosotros somos los que corremos sin movernos del sitio. ¿Volveremos a los balcones a aplaudir? Carece de sentido el plan concebido por nuestros gobernantes aun no siendo asunto exclusivo de nuestro país, también ocurre lo mismo con todos los que integramos la Unión Europea, sin un acceso claro, transparente o fluido a las vacunas, la única solución que puede permitir pasar página a toda esta pesadilla con su corolario, la recuperación económica.
Parte de nuestra sociedad, de acuerdo con una comprensión limitada de algunos principios básicos, considera que no debe permitirse al mercado operar en campos tan sensibles como la sanidad. Malo cuando lo piensa un periodista, un drama cuando quien así razona es un político con mando. En esta vida todo es escaso y, por tanto, para su obtención tendremos dos vías: una es pacífica, el mercado, donde la gente opera de común acuerdo y no se ve violentada en el supuesto de que no desee un trato; la otra es violenta, es el estado, donde mediante mandatos coactivos se impone una determinada forma de actuar sin que importen las consideraciones particulares. Es la idea en Max Weber sobre la aspiración al monopolio legítimo de la violencia por parte de los gobernantes.

¿Cabe invocar al mercado en un momento tan extraordinario como el actual en el asunto de las vacunas? Viendo lo que está ocurriendo cabría decirse que sí por oposición, resulta tal desastre el plan gubernamental que cualquier alternativa sería plausible. Solo que no cabe apelar exclusivamente a cuestiones utilitaristas, también es posible defender principios que han sido pisoteados en el último año.

Somos muchos los que no esperamos nada -bueno- del estado en sus múltiples envases y presentaciones. No nos abandonamos a nuestra suerte ni esperamos que venga a salvarnos, la más de las veces de tragedias que él mismo ha creado. Ni pedimos subvenciones, ni ayudas ni planteamos nada que no sea que nos deje en paz, que nos permita vivir de acuerdo a nuestro ideal de felicidad, tan cambiante e incluso contradictorio como corresponde a tantos individuos distintos como en el mundo hay. Nuestras preferencias no tienden a ser una foto fija, hoy creemos cosas que mañana no estamos obligados a defender, lo que explica que sea tan extraordinariamente complicado planificar nada, la información es dispersa y está diseminada entre los individuos. No todos actúan igual, siquiera ante una crisis como la actual, tampoco ante la posibilidad de vacunarse para evitar contagios. En ese sentido, en la medida que no hay simultáneamente vacunas para todos, los precios deben operar su magia y reflejar cuan intensas son las preferencias de los individuos. ¿Supone esto que solo se vacunarían los más pudientes? No, claro que no. En primera instancia lo harán aquellos más necesitados de la vacuna, no según el criterio de la burocracia, solo según su particular juicio. Un autónomo que necesita mantenerse sano para seguir activo con su ocupación ordinaria ante la perspectiva de enfermar o perder su trabajo puede valorar mucho más la vacuna que un funcionario que seguirá manteniendo su puesto de trabajo y resto de privilegios ocurra lo que ocurra, incluso aquellos que quieren mantenerse sanos para fingir enfermedad y solicitar baja. En España, a día de hoy, tan solo el 40% de los mayores de 16 años que desean trabajar pueden hacerlo y si el estado no es capaz de atenderlos como merecen, quizás al menos debería permitirles la posibilidad de hacerlo por sí mismos. Sin olvidar, claro está, que el precio de las vacunas será más caro al inicio y conforme vaya ajustándose producción y demanda, descenderá tanto que su precio sería accesible para la mayoría de la población. Y para aquellos que esto no fuera posible, siempre nos quedaría la solución expuesta por el Nobel Richard Thaler, el estado podría encargarse de ellos incluso financiando sus tratamientos con los recursos obtenidos de quienes, no deseando ser atendidos por el estado, estaban dispuestos a pagar más por sus propias vacunas. Claro que, en ese caso, no caerían rendidos ante el altar del estado y suplicado por la solución milagrosa estatal.