El profesor Carlos Rodríguez Braun tiene nuevo libro. Dicen que la pluma es más afilada que la espada y, en este caso, su libro Greguerías liberales. Ideas afiladas para tópicos blandos (Almuzara, 2025) asesta estocadas que van directas al corazón para desentrañar, en pocas palabras, verdades profundas sobre el poder del Estado, la libertad y el mercado.
¿Qué es una greguería?
No sé si este libro es bueno o no, eso lo decidirá el público, como siempre dice el mercado. Lo que sí es, desde luego, es original. La greguería, según nuestro diccionario, es una composición muy breve, en prosa, creada por el escritor español Ramón Gómez de la Serna, que mediante el humor y la metáfora presenta una visión sorprendente de algún aspecto de la realidad. Eso es una greguería. Lo original es que se me ocurrió hacer greguerías liberales, algo que hasta ahora nadie había hecho. Ese es el libro, de eso se trata.
Pero no vienen solas, también es un libro con ilustraciones.
He invitado a colaborar a un amigo, Rafa Sañudo. Igual no es muy conocido, pero es uno de los grandes ilustradores españoles. Ha diseñado desde los carteles del metro de Madrid hasta portadas de discos, e incluso ha trabajado con los hermanos Coen en cine. Es un gran artista. Su único defecto es que es amigo mío y, el segundo, que le divirtió mucho la idea. Así que tenemos este pequeño libro con mis greguerías y sus dibujos. No sé si es bueno o malo, pero original sí que es.
¿Estas greguerías, con su concepto corto e irónico, pueden ser más poderosas que 50 papers contra el intervencionismo?
Ese es un asunto que analizo en el epílogo. El prólogo, por cierto, es de Rafa Torres, gran periodista de El Mundo y director de La Brújula de la Economía, pero el epílogo es mío y ahí doy cuenta de algunas dificultades. Una de ellas es esa: siempre hemos dicho que los socialistas son simplistas con consignas pequeñas y atractivas, mientras que los liberales no podemos hacer eso porque el liberalismo es complicado. Si alguien dice “me interesa el liberalismo”, le encajamos La acción humana de Mises, con 900 páginas, y decimos: “Esto es el liberalismo”. Por un lado, es cierto que el liberalismo tiene matices y complejidades, pero también se pueden destilar sus esencias en forma de aforismos o greguerías.
Para ilustrarlo, te leo una: “El liberalismo es el estado de derecho. El antiliberalismo es el derecho del estado”. Es breve, pero contiene ideas importantes: el liberalismo considera que el poder debe estar limitado porque los derechos son nuestros, no del poder. Si los derechos son del poder, nuestra libertad está en peligro. Fíjate, estoy hablando mucho de una frase de dos líneas, pero a partir de ellas se puede extraer contenido que encaja con el liberalismo.
Esa profundidad es sorprendente. Uno piensa en greguerías o aforismos como algo que se lee rápido, como haikus, pero no: tienen mucha sustancia.
Te agradezco mucho, pero aunque digas que no se lee rápido, es muy cortito. No tiene ni 80 páginas, te lo lees en una o dos horas. Lo que tiene es la posibilidad de detenerte. Lees una greguería, te divierte o no, y sigues. Por ejemplo, otra: “Fidel Castro dijo que Joseph Stiglitz era más comunista que él, y no era broma”. Puedes leerla y pasar, o detenerte y elaborar un razonamiento: los intelectuales desde universidades capitalistas, como Stiglitz, tienen una enorme influencia al predicar el socialismo. No es una creación de la clase trabajadora. Marx, Engels, Lenin, el Che, Mao, Pol Pot o Fidel Castro no eran proletarios, eran señoritos cuyas ideas vienen de otros señoritos en universidades. Esas ideas recorren itinerarios, se aplican y, al final, 100 millones de trabajadores son asesinados.
Las ideas tienen consecuencias, y no siempre buenas, aunque las intenciones lo sean…
Esa es otra greguería: “El capitalismo siempre es juzgado por sus peores resultados y el socialismo siempre por sus mejores intenciones”. Efectivamente. En esa competencia, el socialismo gana. Los socialistas prometen peces de colores y paz universal, pero luego riegan el planeta con sangre proletaria.
Los peores resultados del liberalismo e incluso los que le atribuyen. Por ejemplo, se refieren al mercado inmobiliario pero… ¿el suelo no está muy regulado?
Sí, y estos días hemos visto a un diputado de Podemos culpar a liberales como Juan Ramón Rallo o el Instituto Mises de que la vivienda sea cara, diciendo que la libertad de mercado es la culpable.
Eso está muy bien. Esas prédicas de comunistas o fascistas, sus primos hermanos, contra la libertad, alegando que nuestros males vienen de un exceso de libertad, en realidad ayudan a los liberales. Es tan absurdo ese diagnóstico. La gente sabe que comprar un piso implica impuestos, costes, regulaciones, privilegios y favoritismo político por todos lados. Si alguien dice que la culpa es de la libertad, te falta tiempo para decir: “Cállate, so bobo”.
Hay una contradicción con la realidad. Lo vemos también con los bancos, las cajas de ahorro o una opa de un banco sobre otro, supervisada por el Estado, que incluso hará una encuesta o un referéndum.
Sí, lo de las encuestas es maravilloso. Revela cómo los estados no funcionan como la sociedad civil. Cuando enfrentan dilemas, trasladan la responsabilidad a la sociedad diciendo: “Que decida el pueblo”. Así eluden su responsabilidad. Esto explica por qué el Estado siempre vocea las ventajas del gasto público –ayudas, gafas, sanidad– sin mencionar cómo recauda el dinero. Si lo menciona, dice: “Se lo quito al rico asqueroso”. Pero ya la gente sabe que eso es mentira, que el dinero sale de ellos mismos.
¿Y a dónde va ese gasto público? Últimamente hemos visto que no va a sanidad ni educación. Quizá a la vivienda… de personas con relaciones dudosas con políticos.
Eso es muy interesante y da para mucho debate. Primero, la idea de que el Estado es el bien común está abierta a cuestionamientos, porque tiene sus propios intereses y lógica política. Segundo, cuidado con lo que pedimos, no vaya a ser que lo consigamos. Si decimos que el gasto público está bien si se gasta bien, el Estado podría quitarnos todo y, si lo gasta bien, no podríamos objetar. La clave no es que el Estado gaste bien o mal, sino que gasta lo que primero nos quita, y eso está mal.
Por último, la corrupción descarada de la izquierda. Dices: “No se atreverán a hacer esto”. Y lo hacen: juergas, coca, prostitutas. Todo el mundo sabe que está mal, pero hay otra manera de verlo. Te cuento la última greguería del libro: “Lo peor de la política no es la corrupción. ¿Se imagina algo peor que un gobierno opresivo y encima incorruptible?”. El peor gobierno no es el que roba y se gasta el dinero en drogas y prostitutas, sino uno opresivo donde todos fueran San Francisco de Asís y todas la Madre Teresa de Calcuta. Sería terrorífico, porque te quitarían todo y no podrías quejarte.
¿Le gustaría dedicar alguna greguería a un ministro en particular?
Las greguerías valen para todos, pero no hay muchas referencias a personas concretas. La de Fidel Castro y Stiglitz es una excepción. Se centran más en ideas, en pinchar donde duele. Por ejemplo: “Cada vez que anuncian un apocalipsis por la sequía, llueve”. O esta: “Solemos llamar competencia desleal a la de quien compite con nosotros y nos gana”. Duelen, ¿eh? Van por ahí, más que a nombres propios o políticos.
A veces, con la política, caemos en el deporte de despellejar a los políticos, que son inútiles, ladrones, tarados, analfabetos. Pero no son el problema. Cuando despotricamos contra ellos, eludimos el hecho urticante de que están ahí porque los hemos votado. Tenemos alguna responsabilidad. Descargar todo el peso en la política es una treta. El verdadero problema está en nosotros. Si aceptáramos la propiedad privada, la libertad, el mercado, los contratos, y nos negáramos a quitarle el dinero a nuestra vecina –que eso son los impuestos–, otro gallo cantaría.
Otra greguería: “Los socialistas no están en contra de toda la propiedad, solo de la tuya”. ¿Te crees que si entras en la casa de Pablo Iglesias te dejan pasar? No, dice: “Mi casa es mía”. Defienden la propiedad privada, la suya. En El Quijote, Cervantes, con Roque Guinart, explica que los ladrones defienden la propiedad privada, la suya. Si todos defendiéramos toda la propiedad, las cosas serían distintas. Los problemas son de fondo y no se resuelven solo diciendo: “Los políticos son un desastre”. Son un desastre, pero son la consecuencia.
Tal vez no hay libertad sin responsabilidad…
En efecto, no puede haber libertad sin responsabilidad. Es el lema de nuestra querida Universidad Francisco Marroquín, prima hermana de la Universidad de las Hespérides: personas libres y responsables. Son dos caras de la misma moneda.
Además de reflexionar sobre las greguerías seguro que más de un lector las memorizará para soltarlas en una cena y quedar bien.
Si eso sucede y paso a estar en las cenas de amigos, nada me daría más alegría y satisfacción.
Seguro que sí. Le leeremos atentamente, como siempre. Profesor, muchas gracias por su tiempo.