Con este número que tiene entre sus manos celebramos los primeros diez años de vida de La Gaveta Económica. Una década que ha sido, a partes iguales, aventura editorial, empeño y compromiso con Canarias. Nacimos a contracorriente, en un momento en que el papel parecía un vestigio del pasado y lo digital el único futuro posible para los medios. No eran pocos los que auguraban que cualquier intento de lanzar una publicación en kioscos estaba condenado al fracaso. Nosotros decidimos intentarlo, convencidos de que en las islas había espacio para una revista económica diferente, honesta, exigente y con la ambición de situar los debates en un nivel superior al acostumbrado.
Arrancamos con el apoyo inestimable del visionario y genuino emprendedor Lucas Fernández, entonces recién llegado a la propiedad de Diario de Avisos, quien confió en el proyecto y nos tendió la mano con generosidad y visión. Aquella ayuda inicial fue la chispa que encendió el camino. Siempre estaremos agradecidos, porque sin ese gesto tal vez hoy no estaríamos escribiendo estas líneas.
Los primeros cinco años de la revista fueron una prueba de resistencia. Publicamos 52 números consecutivos sin aceptar un solo euro de dinero público en publicidad. Lo proclamábamos con orgullo porque era, en sí mismo, una declaración de principios: si nos habíamos equivocado con la apuesta y tenían razón quienes nos advertían de los riesgos de la aventura, no resultaba justo que el resto de los canarios sostuviera nuestro error vía presupuestos públicos. Esa autonomía financiera fue la base de nuestra libertad editorial. Y no era un simple lema: era la convicción de que la libertad de expresión pierde sentido si se financia a costa de quienes nada han tenido que ver con la decisión de arriesgar.
En marzo de 2020 llegó la pandemia y el mundo cambió de la noche a la mañana. El virus nos encerró en casa, los gobiernos se erigieron en gestores entusiastas de aquella pesadilla colectiva y la publicidad privada desapareció como por arte de magia. En cuestión de días se esfumaron las campañas que sostenían nuestro modelo. No quedó más remedio que acudir a la única publicidad disponible: la pública. Fue un golpe a nuestra identidad, porque significaba romper con una seña que nos definía, pero era eso o desaparecer. No fue una decisión sencilla ni agradable, pero sí inevitable.
Aun así, hubo compañías que, pese a las dificultades, siguieron confiando en nosotros. Empresas que valoraron el esfuerzo, aunque no compartieran íntegramente —lo ponemos difícil— nuestras posiciones editoriales. Aquello nos reafirmó en una idea: la independencia se paga. Seguimos siendo profundamente recelosos del poder político y de su inclinación a financiar medios y campañas de dudosa utilidad. Ojalá no existieran medios públicos ni presupuestos dedicados a sostenerlos. Pero también hemos aprendido a convivir con esta realidad, resignados a aceptar lo que por difusión e impacto nos pueda corresponder mas sin negociar acuerdos específicos y en las sombras.
Y, sin embargo, nos incomoda tanto la publicidad institucional, como la figura del free rider, ese gorrón que presume de participar en la vida pública pero no aporta nada a los medios que la hacen posible. Los que no se sienten concernidos cuando de apoyar se trata, porque siempre hay otros que ya lo hacen, disfrutan de la comodidad de defender determinados ideales sin pagar ningún coste por ello. Si diesen un paso adelante, podría prescindirse de la publicidad procedente de las instituciones públicas. Frente a ellos, agradecemos infinitamente a los empresarios que, incluso siendo llamados al orden cuando publicamos artículos incómodos, han mantenido su respaldo. Especial y agradecido recuerdo a quienes ya participaron en el primer número, sin más referencia que el entusiasmo que destilábamos cuándo hablábamos de lo que queríamos hacer.
Lo cierto es que nunca hemos querido ser complacientes, aunque nos haya costado algún disgusto. Por ejemplo, un reportaje crítico sobre una gran compañía alimentaria bastó para irritarla y para que se tomara muchas molestias. Reconocíamos su contribución a abaratar la cesta de la compra de las familias, pero señalábamos su escasa innovación y su estrategia de llenar lineales con productos que imitaban a otros competidores más creativos. El análisis sosegado no fue bien recibido. Descubrimos entonces algo revelador: mientras presumían de no gastar en publicidad, pagaban a ciertos medios a cambio de silencio. Una práctica arriesgada, que mostraba hasta qué punto se incomodan cuando alguien sale de su radar de control. Algo parecido ocurrió con una cooperativa agrícola molesta por nuestras críticas a las subvenciones, o con la reciente polémica del AIEM, ese arancel difícil de justificar que castiga las importaciones canarias. No iniciamos el debate, pero tampoco permanecimos al margen: ofrecimos datos, argumentos y reflexión a un asunto clave, con la esperanza de que no se cierre sin más.
Esa es, en realidad, nuestra razón de ser: aportar una voz distinta frente al páramo ideológico que en Canarias ha sido dominante durante décadas. Apostar por la libertad individual frente al intervencionismo que se repite como un mantra desde todas las tribunas. Siempre nos hemos identificado con las ideas del liberalismo clásico y, desde ese espíritu, hemos criticado políticas públicas en España y en Canarias. Incluso recibimos con esperanza la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa, tras la inanidad del gabinete Rajoy, pensando que podía abrirse una etapa de reformas necesarias. Pronto descubrimos que no sería así, pero ni entonces ni ahora dejamos de centrar nuestras críticas en las ideas y no en las personas. Respetamos a quienes piensan distinto, incluso cuando no recibimos el mismo respeto a cambio. Y, más aún, cuando esas críticas proceden de ámbitos universitarios públicos que se refieren a nosotros con un desdén que pasa por alto que pagamos —muchos— impuestos para sostenerlos, sin que su aportación a cambio sea muy considerable si hablamos en términos de bienestar general.
Hacer balance de estos diez años obliga a recordar que Canarias no ha vivido precisamente una década prodigiosa. Más bien ha sido una década perdida en muchos sentidos. Y, sin embargo, nosotros podemos exhibir cifras que hablan de constancia y compromiso: en los 116 números anteriores hemos publicado 1.528 reportajes o entrevistas y 1.328 columnas de opinión. Una producción nada despreciable para quienes nos auguraban apenas cuatro entregas antes de quedarnos sin temas, que curiosamente era también la previsión más comúnmente aceptada en cuanto a nuestra expectativa de vida: apenas un cuatrimestre. Esa diversidad de contenidos, que ha abarcado desde lo puramente económico hasta lo social y cultural, es nuestro mejor aval.
En nuestras páginas han tenido cabida colaboraciones de primer nivel. Desde el primer número, Corporación 5 nos ha facilitado informes de coyuntura que se han convertido en referencia para comprender la economía canaria. También hemos publicado análisis sobre mercados financieros, tendencias globales y debates internacionales, con la esperanza de poder acompañar a nuestros lectores en la mejor toma de decisiones posible. Porque para nosotros la economía no es solo estadística ni un gráfico académico. Es acción humana deliberada, lo que significa que abarca todo: desde la gestación subrogada hasta el impacto económico del Orgullo Gay en el sur de Gran Canaria, pasando por las políticas de cooperación internacional y las críticas a ONGs que funcionan más como Organizaciones Muy Gubernamentales que como agentes de cambio social.
Nuestra vocación de adelantarnos a los temas también nos permitió entrevistar, por primera vez en España, a Javier Milei, cuando aún no había decidido dar el salto a la política. Era un tiempo en que ser liberal no equivalía a ser tachado de extrema derecha. Hoy, en cambio, vivimos un clima en que cualquier disidencia con la corrección política se etiqueta como extremista.
Nuestra posición ha sido siempre clara: el liberalismo reconoce al individuo como centro de la vida social, mientras que el fascismo, como cualquier colectivismo autoritario, exige su sometimiento al grupo y al estado. Pretender equipararlos es un error histórico y, con frecuencia, un recurso deliberado para descalificar sin debatir. Y, por mucho que incomode a algunos, las etiquetas fáciles no cambian la realidad. Es cierto que hemos abierto nuestras páginas a los más destacados liberales del mundo anglosajón e hispano, pero también a economistas canarios que desarrollan su labor en lugares tan lejanos como Reino Unido, Estados Unidos o Australia. Ellos, sin necesidad de comulgar con nuestros ideales, tienen mucho que aportar, y nosotros hemos querido honrar ese esfuerzo. También hemos conversado con canarios que han emprendido en el exterior y encontrado su camino en Cabo Verde, China o Estados Unidos: una muestra de que no tenemos un gen paralizante y de que somos capaces de crear e innovar cuando nos sacudimos las cadenas.
A lo largo de esta década hemos dialogado con todos los consejeros de Economía y Hacienda de la etapa democrática canaria. Algunos dejaron reflexiones memorables, como la apuesta por un modelo inspirado en Singapur. Pocos medios en Canarias han tenido la osadía de abordar esos temas con la profundidad y la libertad con que lo hemos hecho nosotros. También hemos analizado políticas públicas exitosas en Irlanda, Taiwán, Suecia o Nueva Zelanda, siempre con el ánimo de aprender y de inspirar. Y, en un ejercicio inusual, nos atrevimos a coger un lápiz rojo y señalar durante muchos meses dónde recortar el gasto público en Canarias. Un esfuerzo intelectual que nuestra clase política sigue sin atreverse a plantear, pese a lo imperativo que resulta.
En este tiempo también hemos contado las historias de empresas centenarias de Canarias, algunas de las cuales no lograron sobrevivir a la pandemia ni a las políticas derivadas de ella. Hemos acompañado a emprendedores exitosos y también a quienes se atrevieron a hablar de sus fracasos. Y hemos despedido con tristeza a empresarios que levantaron actividad cuando en estas islas estaba todo por hacer: Sergio Alonso, Germán Suárez, Joaquín Galarza, Ángel Ferrera y un largo etcétera que forma parte de la memoria productiva de Canarias.
Nuestra labor no se ha limitado a la palabra escrita. Hace años celebramos nuestro primer foro con Mauricio Rojas, intelectual chileno que contribuyó a la reforma del estado del bienestar sueco y autor de Reinventar el estado del bienestar (Ediciones Gota a Gota, 2008). Aquel encuentro fue toda una declaración de intenciones. Desde entonces hemos organizado muchos otros foros, convencidos de que el debate público necesita espacios de confrontación de ideas, con rigor y sin complacencias.
El proyecto se expandió también a través de Gaveta Ediciones, que ha publicado a autores como Ignacio Ruiz-Jarabo, Miguel Ors, Alfredo Urdaci, Javier Díaz Giménez, José Carlos Francisco, Ignacio Moncada, Juan Manuel Pardellas, Antonio Olivera, David Padrón, José Ramón Arévalo, Verónica Pavés o, de forma inminente, Alexis Amaya. Distintas voces, un mismo propósito: ensanchar el conocimiento y acercar la reflexión económica a la sociedad. Con distribución nacional, las obras han llevado el sello de Canarias a librerías de toda España, demostrando que desde el archipiélago se puede generar pensamiento de alcance general.
No podemos dejar de mencionar el concurso “Qué es el REF para ti”, que ya ha cumplido cinco ediciones y ha iniciado la sexta. Ha sido una fuente de satisfacción inagotable, por el talento del alumnado y la complicidad del profesorado. Surgió mucho antes de que el gobierno se tomara en serio el conocimiento del REF, creando para ello la figura de un comisionado -que está haciendo una grandísima labor-, y hoy sigue siendo ejemplo de cómo acercar nuestro fuero a las nuevas generaciones. Tampoco podemos olvidar el premio Bravo Murillo, que en apenas tres ediciones se ha consolidado como cita anual de referencia para analizar el fuero canario. La última edición, en la que premiamos a Juan Miguel Sanjuán, sirvió además para lanzar la web www.fuerocanario.com, que aspiramos a que se convierta en un repositorio de referencia para cualquier documento vinculado a nuestro régimen económico y fiscal. Y merece un lugar especial el evento con el que conmemoramos el 50 aniversario del REF, concebido como una jornada crítica y constructiva en la que hablamos de pasado, presente y futuro, sin caer en la elegía fácil ni en la complacencia, sino generando un debate informado que otros intentaron imitar después, como reacción a nuestra diligencia, sin demasiado éxito.
Todo este recorrido no habría sido posible sin nuestros colaboradores, nuestros anunciantes y nuestros lectores. Ellos nos han dado fuerza en los momentos difíciles, nos han hecho llegar sus coincidencias y sus discrepancias, y nos han recordado que vale la pena mantener un espacio de pensamiento independiente. A todos ellos, gracias.
Hoy, al cumplir diez años, podemos mirar atrás con gratitud y adelante con ambición. Queremos seguir siendo un medio incómodo, exigente y, creemos, necesario. Queremos continuar defendiendo la libertad individual frente al intervencionismo, el análisis frente al dogma, la honestidad frente a la propaganda. Y, si se nos permite pedir, quisiéramos otros diez años para seguir haciendo exactamente lo mismo: aportar, desde Canarias, una voz clara, rigurosa y libre al debate económico.