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Crisis a la vista

30 de noviembre de 2021
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Lo que parecía un futuro de oportunidades para la reactivación y reconversión económica alimentado por los fondos europeos tras la crisis de la COVID se presenta ahora como un camino lleno de obstáculos e incertidumbre. Las previsiones del gobierno de que la economía española consiga aumentar en un 6,5% su Producto Interior Bruto (PIB) al terminar este año han sido refutadas por la evolución de la economía real y por la unanimidad de diferentes organismos internacionales y analistas que no solo han rebajado estas expectativas sino que han convertido en papel mojado los presupuestos públicos del año que viene. Por si no fuera poco una elevadísima tasa de inflación sumada a una crisis energética y otra de suministros se han conjurado en una tormenta perfecta que se cierne sobre la economía española.

La Fundación de las Cajas de Ahorro (Funcas), el Fondo Monetario Internacional (FMI), CaixaBank Research, Goldman Sachs, BBVA Research, el Consejo General de Economistas, el Banco de España, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) o la Comisión Europea han coincidido en revisar a la baja la estimación de crecimiento de España, que se situaría según el dato de Bruselas en el 5,5% para 2022 frente al 7% que estima con triunfalismo el gobierno. Una unanimidad preocupante por parte de instituciones que suelen pecar de optimismo progubernamental en sus predicciones. Todo después de que el Instituto Nacional de Estadística (INE) revisara a la baja los datos que ya había dado sobre el crecimiento de España durante el segundo trimestre de 2021 que se habría quedado en un 1,1% muy lejos del 2,8% que se había estimado previamente. La economía española no termina de arrancar y, a medida que pasan los meses, parece que encara peor los problemas que se presentan.

 

El latigazo de los cierres

Una de las consecuencias no esperadas de los cierres que se decretaron para tratar de reducir la velocidad de transmisión del virus en marzo de 2020 ha sido la descoordinación de la cadena de suministros que está causando problemas económicos de toda índole. Lejos quedan los análisis naïf en los que se analizaron los confinamientos como una oportunidad para que el planeta y sus recursos se tomaran un respiro. En ese momento no se tuvo en cuenta lo que en economía se conoce como “efecto látigo”, que empezaría a afectar ahora a los consumidores finales como la onda que se transmite por un látigo desde que se inicia el movimiento hasta que termina en un latigazo. De esta forma se habría producido un aumento de demanda una vez reiniciada la actividad económica aventada por el ahorro acumulado que no se pudo gastar durante los confinamientos mientras que la industria todavía no habría recuperado el cien por cien de su capacidad productiva. Si a esto añadimos que también existe un cuello de botella en los principales puertos en los que se concentra el comercio global, se pueden entender tanto los retrasos del final de la cadena como el aumento de precios que está repercutiendo desde los propios contenededores de transporte marítimo pasando por las materias primas hasta el producto final. Al fin y al cabo los precios tan solo son los indicadores con los que oferta y demanda se estarían ajustando en la búsqueda de un nuevo equilibrio. Afortunadamente la mayoría de analistas coinciden en que esta situación es transitoria, en que nos encontraríamos su máximo y que debería ir solucionándose hasta mediados de 2022. Sin embargo, tampoco se puede asegurar que estos desajustes tengan consecuencias más duraderas. Por ejemplo uno de los sectores que más está sufriendo el aumento del coste de las materias primas es el de la construcción con un 22% del incremento del precio de las obras haciéndolas en muchos casos inviables hasta el punto de que cuatro de cada diez empresas han tenido que cancelarlas o paralizarlas según el estudio “Impacto de la subida de las materias primas en la construcción”, que ha contado con la participación de más de 300 compañías, elaborado por la Confederación Nacional de la Construcción (CNC). Un desbarajuste monumental para el sector, aunque no es el único ya que las importaciones y exportaciones de los productos industriales habrían subido un 12,7% y un 15% según los últimos datos del INE. El desabastecimiento tiene una incidencia especial sobre los materiales para fabricar microchips retrasando todos los productos que llevan estos componentes y que, en esta sociedad de la electrónica en la que hasta un cepillo de dientes es ya programable, afecta a prácticamente todos los sectores con especial preocupación ante la campaña navideña de videoconsolas, ordenadores y móviles.

A esta fiesta del aumento de precios se ha unido la factura eléctrica, completamente desbocada marcando máximos históricos que también ha contribuido a que algunas industrias paralicen, aunque sea parcialmente, su producción incapaces de asumir sus costes. Del mismo modo, el resto de compañías, desde una lavandería hasta un despacho, sufren un aumento de sus costes que terminarán repercutiendo en sus bienes y servicios. Por su parte el transporte por carretera, que también ha sufrido un aumento del precio en un 30% en lo que va de año, se encarece y está en la base de toda la cadena de producción, desde el transporte de materias primas hasta el de los productos manufacturados.

Una situación de desequilibro económico que podría empeorar debido a factores psicológicos causados por estas señales que envían los mercados tanto en forma de precios como de estanterías vacías. Incluso el rumor de un posible gran apagón contribuye a tomar decisiones a todos los agentes económicos tanto de compra, como de adelanto o retraso de inversiones o gastos, que podrían tener resultados menos coyunturales. El efecto estantería vacía de los rollos de papel de váter que ya vimos durante los confinamientos podría trasladarse a sectores con más peso económico e industrial. 

 

La inflación no es pasajera

El último dato confirmado por el INE asegura que la inflación en España ha llegado ya a un alarmante 5,4%. Como en el resto de cifras macroeconómicas no es que Europa vaya peor (la inflación en la eurozona repunta hasta el 4,1%) pero confirma que también en esto nuestra economía va peor en comparación a la de nuestros socios europeos. No cabe duda de que la suma de la crisis de suministros y energética ha contribuido a esta alza en los precios pero tampoco se puede obviar que la inflación es también producto de las políticas monetarias del Banco Central Europeo (BCE) que acumulan ya más de una década con tipos de interés muy bajo, actualmente en el 0% y una tasa de referencia negativa del -0,5% en la facilidad de depósito. No solo es que el precio del dinero sea bajo sino que el banco central mantiene programas de compra de activos (públicos y privados) desde la crisis financiera que se inició en 2007 que incluso han sido ampliados por la “emergencia pandémica”, con otros 1’85 billones de euros adicionales. El resultado es que el mercado ha sido inundado por euros, depreciando en la práctica su valor sin que a nadie parezca preocuparle ya que las compras masivas de deuda alivian las cuentas públicas y las de muchas grandes empresas estructurales que se sostienen sobre cuentas de resultados irreales que sin esta ayuda pública se encontrarían en situación de quiebra técnica. Es el caso de España, y es la única explicación a que en la actualidad supere el 120% de deuda pública respecto a su PIB. Si no fuera por estos programas de compra masiva de deuda soberana que lleva a cabo Europa basadas únicamente en la confianza que generan sus instituciones, la prima de riesgo no habría dejado de ser noticia.

De hecho uno de los propósitos fundacionales del BCE es mantener a raya la inflación pero el pasado verano esta institución sorprendió elevando su objetivo de controlar que los precios subieran hasta el 2% e incluso “moderadamente por encima”. Un propósito que parece difícil de cumplir a estas alturas y sin que exista margen ni intención por parte de los altos funcionarios europeos en hacer nada ya que consideran que este proceso inflacionario se debe únicamente a factores coyunturales y transitorios. Sin embargo, no parece asegurado que los precios vayan a moderarse una vez que se superen los efectos látigo y cuello de botella pues la política monetaria expansiva que se inauguró hará ya una década no parece que se vaya a modificar sino todo lo contrario, relajando las exigencias de déficit y deuda al tiempo que se continúa acelerando la circulación del dinero en la zona euro.

 

Crecer no es suficiente 

De hecho, los datos descontextualizados de crecimiento del PIB resultan engañosos. Crecer al 4,6%, incluso por debajo de las previsiones gubernamentales, puede parecer un éxito siempre y cuando no se tenga en cuenta que durante 2020 España perdió un 11% de su PIB. Un dato que examinado de forma aislada es positivo pero que al encuadrarse en la serie y analizarse en perspectiva resulta negativo ya que a este ritmo la economía española no se recuperará hasta el segundo trimestre de 2023, por detrás de Alemania, Francia o Italia lo conseguirán antes de que finalice el año 2022.

Inmersos en esta vorágine no es descabellado plantear que nos encontramos ante una situación técnica de estanflación, término que acuñó el ministro de finanzas británico Iain Macleod en 1965 al referirse al “peor de los dos mundos” en el que la inflación y el estancamiento no son procesos contrapuestos sino que se dan a la vez acompañados de un alto desempleo. Al fin y al cabo la tasa de crecimiento económico es engañosa ya que no consigue recuperar la pérdida de la anterior crisis y el desempleo continúa superando el 14%, cifra ya que ya de por sí es muy elevada en la que además se enmascaran los cerca de 300 mil trabajadores que todavía se encuentran en el limbo de los ERTE y, a estas alturas, es posible que ya no puedan recuperar su anterior trabajo, al menos en las mismas condiciones, e incluso mucha de estas empresas que todavía no han conseguido reabrir están abocadas al cierre. Es evidente que la recuperación no ha llegado a todos los sectores por igual y el lema que pretendía no dejar a nadie atrás se ha quedado en un eslogan propagandístico que, en poco tiempo, ha envejecido muy mal.

En el peor de los dos mundos las políticas monetarias clásicas tienen repercusiones negativas ya que tradicionalmente inflación y decrecimiento son elementos contradictorios, de forma que si para solucionar uno la contraindicación es fomentar el contrario en este caso que se dan ambos las autoridades no saben qué tecla pulsar para solucionar los problemas. Puede que esto sea una de las razones de la inacción actual del Banco Central Europeo y de los políticos en general ya que aumentar los tipos de interés para tratar de frenar la inflación podría acabar por frenar todavía más el crecimiento económico. No existe una bola de cristal para conocer el futuro económico pero sí que podemos analizar el pasado para encontrar los errores monetarios y regulatorios que nos han traído hasta aquí.

Pese a los mensajes de autocomplacencia que repiten los portavoces gubernamentales y sus satélites mediáticos, crecer no es suficiente, y el empecinamiento del gobierno español por aprobar unos presupuestos basados en unas previsiones de gastos e ingresos irreales tan solo agravará la crisis. Por un lado los ingresos tributarios se encuentran inflados ya que el país generará menos riqueza a lo que hay que sumar unos gastos que se dispararán por el aumento de los costes sociales que supondrán más ayudas públicas. Una forma de afianzar un peldaño más en el camino que desembocará en una crisis de consecuencias imprevisibles. No hay solución fácil y en muchos casos suponen añadir más fuego al problema subyacente -por ejemplo subir los salarios en un escenario de inflación para tratar de contrarrestar la pérdida de poder adquisitivo contribuye a su vez a la escalada de precios- con lo que nada hace pensar que la tormenta vaya a cambiar de rumbo o no descargue con virulencia sobre la economía española.

Cuando decretaron los confinamientos y cierres empresariales nos prometieron una salida de la crisis pandémica en “uve” y la realidad es que podemos encontrarnos a las puertas de una gran crisis sedimentada sobre los principales problemas coyunturales que no se han resuelto  hasta la fecha. Una crisis en la que se darán cita todos los viejos fantasmas de la economía española y que ningún líder parece dispuesto a encarar y solucionar, prefiriendo parchear estos problemas con reformas de poco calado y cortoplacistas para lograr sobrevivir hasta la próxima cita electoral en lugar de pensar a largo plazo y con una visión de Estado más amplia. Al contrario, las medidas del gobierno no hacen más que subir la factura fiscal de ciudadanos y empresas aumentando el gasto hasta niveles nunca antes vistos sin tomar nota de las señales que están enviando los mercados. Entre tanto a los agentes de la economía real tan solo les queda tratar de sobrevivir ante la incertidumbre creciente y un marco regulatorio cada vez más antipático para los negocios en el que las empresas puedan crecer, generando empleo y riqueza.

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