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No mires arriba

27 de marzo de 2022
nomiresarriba
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Ahora se dice que la inflación galopante, los elevados precios de la energía, la mayor tasa de paro en Europa o el insuficiente crecimiento del Producto Interior Bruto son consecuencia de la guerra en Ucrania. Como si el paro no fuera un problema estructural que arrastramos desde hace lustros o que la realidad haya ido desmintiendo indicador a indicador, cada una de las previsiones poco realistas del actual gobierno. Incluso la factura eléctrica que no dejó de subir a lo largo de todo el año 2021 pese al negacionismo de Pedro Sánchez y sus “portavozas” (sic) es culpa de lo que ocurrió a finales de febrero… de 2022. El día menos pensado achacarán también la deuda pública insostenible a las decisiones de Putin en lugar de a la mala gestión de nuestros gobernantes.

No, ninguno de estos problemas tiene su origen en Rusia aunque son debilidades que harán que cualquier crisis global, incluida la de Ucrania, nos afecte más y peor que a otras economías más competitivas de nuestro entorno. Ocurrió con la crisis financiera de 2007, con la pandemia y ahora con un conflicto bélico. Estamos condenados a repetir la historia, a empobrecernos crisis tras crisis en una lenta pero aparentemente inexorable decadencia. La inflación cerró el año pasado al 6,5%, el desempleo dobla al de la media de la UE, la deuda es del 120% del PIB, el barril de petróleo ya estaba a 70 dólares al año pasado cuando en el cuadro macroeconómico del gobierno para 2022 el gobierno aseguraba que rondaría los 60 dólares, desde que modificó los tramos horarios de la factura eléctrica no ha dejado de subir y no hay dato de crecimiento oficial que no haya sido desmentido por organismos institucionales. Las cuentas del gobierno no son creíbles y lo que nos vende son cuentos.

En los últimos tiempos estos mismos (ir)responsables políticos no han dejado de alertarnos del peligro del populismo con el mantra de que proponen soluciones sencillas para problemas complejos cuando la dialéctica política trata precisamente a los votantes como a niños, alertando de problemas irreales o lejanos para tratar de eludir su responsabilidad, mucho más concreta y cercana. Lo comprobamos una y otra vez, ahora es el turno de Ucrania pero hasta hace unas pocas semanas todo era culpa de la pandemia o la desigualdad de género o el cambio climático. En el peor de los casos los gobernantes más hábiles retóricamente -y con menos vergüenza- son capaces de reducir todos los problemas en uno solo y buscar un hilo conductor que los relacione a todos. La sequía, el desempleo, la inflación o los refugiados se explican siempre según un hecho coyuntural y se utiliza para desviar la atención de las causas que los provocan. 

El gobierno socialista confunde a sabiendas causalidad con casualidad. Desde luego nada bueno añade una guerra en el este de Europa pero todos y cada uno de los indicadores económicos vienen siendo malos en España desde mucho antes de que se disparara un solo misil. Las causas son más profundas y antiguas como ya desvelamos en el número de diciembre (La Gaveta Económica nº72) sobre la crisis económica que se avecinaba y la  inflación como efecto de los programas de compra masiva de deuda, pública y privada, por parte de los bancos centrales. Si la Unión Europea es más sensible