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Plutofobia

2 de julio de 2020
plutofobia
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Hace apenas 30 años una catedrática de ética inventó el término “aporofobia” para describir el miedo y rechazo a la gente pobre que ahora será tipificada como delito por obra y gracia del gobierno. Dada la extensión de los poderes públicos por  regularlo todo ya no nos resulta extraño que una fobia pueda ser perseguida. Esperemos, eso sí, que nuestros gobernantes tengan a bien no tomarlo como costumbre pues las fobias tienen un componente irracional, pensemos en la gente con pánico ante la más inofensiva araña o que incluso le tiene miedo a subirse a un avión.De interpretarlo literalmente no quedaría otra que establecer una policía del pensamiento contra las fobias, esos miedos inconfesables. Nada nuevo, realmente, si nos atenemos a la censura de todo aquello que se salga de lo políticamente correcto.

Con todo, resulta extraño que la primera fobia en ser perseguida por las autoridades públicas sea a la pobreza en lugar de tratar de erradicarla. Entre tanto otras fobias campan a sus anchas como el rechazo al turista, que es un forma particular de xenofobia, o a los ricos. Plutofobía sería el término adecuado para definir este miedo irracional a la riqueza que se ha extendido tanto en nuestras sociedades, paradójicamente, ricas. Todos los males parecen venir de los que más tienen y cuando se menciona la riqueza se hace con una mezcla de envidia y voluntad de erradicación. Nunca tantos habían sido tan ricos ni había habido menos pobreza en el mundo, no solo en los países ricos sino en todo el planeta. Sin embargo para los políticos “los ricos” son vistos como sacos de dinero con los que se pueden llenar las arcas públicas para así ofrecer dádivas a sus votantes sin olvidar que son ellos quienes se enriquecen gestionando políticas públicas. Este es un incentivo malvado que no deberíamos despreciar pues son los legisladores quienes cobran por ello y por tanto se benefician de las regulaciones que establecen.

La plutofobia está más arraigada de lo que parece. Las donaciones de las grandes fortunas se reciben entre sospechas mientras se celebran las ayudas públicas miserables contra la pobreza como el Ingreso Mínimo Vital. Lo vivimos con la crisis del Coronavirus cuando los hoteleros estuvieron bajo la lupa por alojar de forma altruista a personal sanitario o se regalaron equipos costosos para tratar enfermedades oncológicas. La salud pasó a un segundo plano y el debate se centró en los impuestos que deberían pagar los más acaudalados. Un desprecio por la realidad en favor de un debate teórico que denostaba la mejora tangible de las condiciones de vida de mucha gente. Caían así en el vício intelectual del que nos alertó el escritor Paul Johnson de aquellos que se preocupan más por las ideas que por las personas.

El discurso político esconde muchas trampas y este miedo a los ricos tampoco es nuevo, es algo que los filósofos griegos ya alertaron como uno de los peligros que podían terminar corrompiendo la democracia hasta degenerarla en un régimen que bautizaron como demagogia. En ocasiones parece que nos encontramos ya en este segundo escenario en el que los políticos mangonean a placer los presupuestos públicos con el único objetivo de mantenerse en el poder. Permitan que me confiese politocofóbico -si es que el término existe-, desconfiado hacia aquellos que pretenden ser solidarios con el dinero ajeno y, aún pudiendo contribuir voluntariamente a mejorar la vida de los demás, prefieren hacerlo por la vía de la coacción, los impuestos y las regulaciones.  Hubo un tiempo en el que esta desconfianza hacia el poder era la norma y no la excepción, una contrapeso más al poder frente al seguidismo partidista que parece imperar en nuestros días.

Es extraño pero uno pensaría que un buen gobernante es aquel que aspira a erradicar la pobreza a través del enriquecimiento de sus gobernados. La prioridad suele ser la contraria, lejos de admirar a quienes logran enriquecerse pese a todas las trabas que se les imponen, se les señala. Mientras tanto, quienes prosperan son los políticos, muchos de los cuales son los únicos que mejoran su estatus social, patrimonio y cuenta corriente al pasar por puestos de responsabilidad pública. Puede que no sean marqueses pero en la práctica terminan viviendo como marqueses mientras sus votantes… sus votantes no prosperan pero sienten una profunda plutofobia, que no les da de comer pero ofrece certidumbres a su vida. Al fin y al cabo la seguridad es, para algunos, la principal razón de existencia del Estado.