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Precios justos

13 de junio de 2023
Precios Justos
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La izquierda se asemeja cada vez más a una religión. El socialismo -y disculpen la imprecisión porque en este coinciden desde socialdemócratas hasta comunistas- no solo decretó que el liberalismo es pecado como antaño lo hiciera el sacerdote Félix Sardá y Salvany en el siglo XIX sino que una de sus últimas predicadoras, Ione Belarra, ha rescatado la idea de que los bienes tienen un precio justo. No es una idea novedosa pues el estudio de la economía nació, en parte para tratar de resolver esta cuestión allá por el siglo XVI entre las muchas preguntas que se hacían los escolásticos para tratar de entender el mundo que les rodeaba. Una cuestión, sin embargo, que fue superada cuando la economía empezó a ser considerada ciencia dejando de lado las cuestiones morales para centrarse en comprender cuales son los complejos procesos que llevan a la formación de los precios en una economía de mercado. Al fin y al cabo los bienes no tienen un valor intrínseco sino que dependen de las necesidades subjetivas de quienes los aprecian, su oferta, los costes de producción, distribución y un larguísimo etcétera que añaden complejidad a la fijación de precios que viene determinado no por una decisión centralizada como pretenden los planificadores de siempre sino por un proceso dinámico en continúa revisión. A todo ello hay que añadir una complejidad mayor que es el valor del propio dinero y es que puede darse el caso de que sea la moneda que usamos la que pierda valor con lo que los precios nominales de los bienes y servicios se disparen a pesar de que su precio real no haya variado. 

Aunque es fácil culpar a los supermercados y a los empresarios del alza de precios, lo que realmente produce la inflación es la pérdida de valor del dinero que manejamos. Décadas de crédito barato han terminado por empobrecernos. Si invertimos la causa y la consecuencia del problema no seremos capaces de comprenderlo y ponerle remedio. Así, convertir a un grupo de funcionarios en vendedores de  lechugas, por poner un ejemplo, no solo no hará que bajen los precios sino que aumenten porque para pagarles se desviará financiación privada que podría estar produciendo en una actividad no productiva. A la larga se agravará esta situación con un Estado que se entromete cada vez más en un mayor número de actividades que en una economía libre lleva a cabo el mercado sin la necesidad de que los políticos intervengan. Los burócratas sí podrían preocuparse un poco más por el precio justo del dinero, factor que controlan a través de la emisión monetaria y el monopolio del banco central en lugar de fijarse en las consecuencias. Pero si no son capaces de llevar a cabo las tareas qué tienen encomendadas, ¿cómo pretenden encargarse de aquellas en las que no tienen experiencia ni conocimiento?  Lo justo es que toda la cadena que añade valor a un producto, desde que se cultiva en el campo hasta que se trata, empaqueta y distribuye para estar a nuestra disposición cuando lo necesitamos cobre su parte sin que nadie pueda decidir desde un despacho ministerial que el trabajo realizado es innecesario o está sobrevalorado pues esta decisión es la que los clientes juzgan al pagar por un bien o servicio. Lo que todavía está por demostrar es la utilidad de muchos políticos y funcionarios que cobran un sueldo público. Su productividad no se fiscaliza y lo más parecido a los precios que encontramos en el sector público son la tasas, pero no reflejan el precio de mercado por lo que se imposibilita el cálculo económico y, por tanto, dificulta y ensombrece cualquier toma decisión ya que toda esa información compleja que condensan los precios de mercados es inexistente.

Ni el control de precios ni los supermercados de titularidad pública son una solución efectiva a un problema que hunde sus raíces precisamente en la estructura política que controla precios y mantiene administraciones, empresas y fundaciones sobredimensionadas. Lo más justo seria adelgazar el sector público para que no fuera necesario mantener niveles elevados de deuda que obligan a llevar una política monetaria expansiva y mantener artificialmente el precio del dinero por debajo del nivel de mercado. Solo así tendremos una moneda justa y estable que podrá sobreponerse a los vaivenes de estos ciclos económicos que cada vez son frecuentes.