Daniel Lacalle: No tendrás nada y serás feliz, una trampa peligrosa

11 de mayo de 2025
Daniel Lacalle
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En un mundo donde nos venden que no tener nada es la felicidad y que el Estado nos salvará de nosotros mismos, Daniel Lacalle saca la artillería pesada con su libro, “El nuevo orden económico mundial. EE.UU., China, Europa y el descontento global” (Planeta, 2025). Conversamos con este agudo analista para desmontar las trampas del Estado depredador, la inflación que nos empobrece y los aranceles que amenazan con cerrar el grifo de la prosperidad.

¿“No tendrás nada y serás feliz”?

“No tendrás nada y serás feliz” es una frase que se hizo relativamente popular a través de un artículo que apareció en el World Economic Forum y en el que se hablaba de un futuro casi idílico en el que la propiedad estaba eliminada y en el que la tecnología nos iba a proveer de todo lo que necesitábamos. Y por lo tanto, no iba a haber un problema ni laboral ni de acceso a bienes y servicios. Obviamente, la propuesta es más que peligrosa.

Parece que no va a haber nada para cierta gente, pero otros, especialmente burócratas del Estado, cada vez recaudan más, tienen más recursos. ¿Cómo se explica?

La primera y grave consecuencia de todo esto es el hecho de que nos digan que no tendrás nada, porque siempre hay alguien que tiene. En la Unión Soviética decían que los ciudadanos no tenían posesiones privadas y que todo era del Estado. Pero fíjate qué curioso, los líderes de la Unión Soviética tenían unas magníficas dachas, tenían unos coches estupendos, tenían todo tipo de privilegios. Por lo tanto, es muy peligroso decirle a la gente que si rechaza la propiedad privada y entrega su libertad económica y su libertad personal, van a estar mejor.

Este “nuevo orden” que diseccionas no es solo económico, ¿hay mucha ideología detrás?

Hay muchísima ideología. Hay que tener en cuenta que muchas veces cuando escuchamos a personas decir que solamente hablan de economía, son los más ideólogos de todos. Porque lo que están buscando es la preponderancia del Estado dentro del orden económico con respecto al sector privado. Yo creo que es muy peligroso. Porque aquí hay una ideología que es la del estatismo depredador, la de poner al Estado como el elemento clave y único para garantizar el crecimiento económico. Pasar de ser el Estado el proveedor de recursos de último recurso a ser el de primer recurso, y eso es muy peligroso.

Primero… y a veces único cuando se habla de campeones nacionales o de monopolios naturales…

No existe el concepto de monopolio natural. El único monopolio que se da es aquel que impone el Estado. Si el Estado no lo impone, no hay monopolios.

¿Y cómo hemos pasado del estado del bienestar al depredador? ¿Obedece a un plan o simplemente han aprovechado lo que ya existía?

Obedece a un plan que se han encontrado con unas circunstancias en las que, sin darse cuenta, los ciudadanos poco a poco van aceptando esa posición del Estado como el garante de recursos de primer recurso. Y por lo tanto, se crea todo un engranaje de élite que está dispuesto a aprovechar eso para fortalecer su posicionamiento como élite política y económica.

Trump ha llegado a la Casa Blanca, ha dado un golpe en la mesa y ha iniciado una subida de aranceles. ¿Guerra comercial o postureo para negociar? ¿Qué hace el resto del mundo y cómo nos afecta en la UE, que ahora va de liberal pero es muy proteccionista?

Esa es la parte clave. Trump ha funcionado como un despertador con espejo incorporado. Ahora se está hablando de las barreras no arancelarias que pone Japón a las empresas estadounidenses, por fin, después de décadas. En la Unión Europea, Mario Draghi, Letta, empiezan a decir: “Oiga, que los mayores aranceles nos los ponemos nosotros mismos”. Todos esos factores son importantes y claro que son para negociar. Donald Trump es un negociador, pero por supuesto lo que está haciendo es demostrarle al mundo que durante las últimas dos décadas nos hemos acostumbrado a un concepto de libre comercio que era básicamente “yo puedo vender todo lo que quiera a Estados Unidos, pero Estados Unidos a mí no”. Y yo creo que eso es lo que tiene que cambiar. Estados Unidos no tiene que tener superávit comercial, pero no puede tener un déficit comercial y un déficit fiscal del tamaño que tiene ahora mismo, porque eso terminaría por acabar con el dólar como moneda de reserva del mundo.

Eres un gran experto en cuestiones energéticas y empiezas el libro hablando de cómo EE.UU. ha pasado de ser dependiente del exterior a poder ser autosuficiente. ¿Qué supone para el mundo?

Eso supone todo. El cambio radical en el orden económico mundial empieza cuando Estados Unidos pasa de ser el mayor importador de petróleo del mundo a ser uno de los países que son prácticamente independientes junto con Canadá y México. Y yo creo que eso es un efecto radical en cuanto a la posición de Estados Unidos con respecto a la defensa, con respecto a su posición de policía en Oriente Medio, con respecto también a su posición con la Unión Europea, con la que pasó de tener una relación comercial relativamente estrecha a una relación comercial en la que la Unión Europea no ha hecho nada más que aumentar sus barreras, tanto arancelarias como no arancelarias.

Alguna de esas barreras no arancelarias son las políticas energéticas y verdes con regulaciones que hacen imposible importar algunos bienes del exterior. Pero eso ha ido en perjuicio de la UE, que mientras EE. UU. aumentaba su capacidad energética, nosotros la perdíamos. ¿Hacia donde va Europa?

La perdíamos en el fondo y en la forma. El gran problema de la Unión Europea ha sido estar constantemente utilizando a los sectores productivos como cajeros automáticos. Y eso claramente ha llevado a un enorme problema que ahora empieza a debatirse.

Por debajo de todo, casi siempre hay un problema monetario. Hemos visto sus consecuencias con ese proceso inflacionario del que todavía no hemos salido…

Es uno de las elementos clave. Durante años se nos ha intentado convencer de que el mundo no necesitaba preocuparse por el aumento constante de la cantidad de dinero, por el aumento constante del gasto público, de la deuda, porque siempre iban a estar los bancos centrales imprimiendo dinero. Nos dijeron que se había encontrado prácticamente el bálsamo de Fierabrás. Y de repente nos hemos dado cuenta de que era una falacia y ahora tenemos un problema inflacionario y deuda a la vez.

España y Europa parecen mirar hacia China como alternativa. ¿Buscar protección en la dictadura china del proteccionismo de EE.UU. no es bastante extraño?

Como mínimo extraño. Decir que estás preocupado por el libre comercio, que quieres un mercado libre comercial y a la vez anunciar que te vas a unir a una dictadura que es uno de los mayores proteccionistas en cuanto a barreras al comercio, ya de entrada te demuestra que muchos países no están defendiendo el libre comercio, sino que están intentando perpetuar su nivel de poder actual.

¿Lo que más les atrae de China no es esa parte que ha permitido el gran progreso, sino el control social?

Efectivamente, ese es uno de los grandes problemas. Esa especie de querencia que parecen tener algunos políticos hacia lo que es un sistema que utiliza la moneda y la tecnología para el control social.

En este marasmo geopolítico, España, un pequeño país que parece ir sin rumbo, se abraza al lado equivocado, cada vez más pobres, con instituciones más degradadas y débiles para proteger la propiedad o la justicia.

Eso es uno de los factores más peligrosos de todos. Cuando se abre una batalla comercial o una negociación comercial como la de Trump, uno de los riesgos es que haya países que aprovechen eso no para defender su posición, sino para defender la posición de poder de los gobernantes de turno. Que tomen una posición prácticamente feudal. Eso es un gran peligro en España.

¿Y qué pueden hacer las empresas españolas para protegerse?

Número uno, tienen que negociar. Número dos, tienen que exigir a sus gobernantes que levanten sus barreras comerciales, sean arancelarias o no arancelarias, y así sale todo el mundo beneficiado. Y número tres, se tienen que juntar las asociaciones empresariales y forzar esa negociación doble: por un lado, negociar entre el país y la Unión Europea con Estados Unidos y, a la vez, negociar las empresas con la Unión Europea que levanten la bota del cuello a los productores.