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Úrsula y el lobo

26 de noviembre de 2023
Ursula y el lobo
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En democracia abundan los lugares comunes que no se discuten. Quizás el principal tópico es el que considera este método para seleccionar y controlar a los gobernantes como un fin en sí mismo. Esta identificación entre medio y fin implica el riesgo de legitimar cualquier decisión que se tome por mayoría sin tener en cuenta sus consecuencias ni las garantías de los derechos fundamentales. En un mundo ideal deberían coincidir pero desgraciadamente no siempre es así. Esta idea equivocada es la que lleva en demasiadas ocasiones a presuponer que las políticas públicas se basan en un bien común o el interés general. Ambos conceptos muy difusos en los que cabe cualquier aspiración y abren la puerta a que puedan anteponerse medidas en favor de un bien mayor sobre los intereses particulares de los individuos al tiempo que permiten que estas decisiones políticas no sean cuestionadas e incluso fiscalizadas. La maraña burocrática dificulta la fiscalización con presupuestos públicos incomprensibles, transferencias que nos hacen perder el hilo del dinero y organismos que tardan años en dictaminar si los gastos se realizaron correctamente… diluyendo la responsabilidad política o, directamente, imposibilitándola. 

A diferencia del mercado en el que los precios y la demanda dan información tanto a las empresas como a los clientes de sus productos y servicios para ir adaptándose constantemente a sus necesidades, en la política tanto la frecuencia del voto (normalmente cada cuatro años) o la variedad de motivaciones que dan más peso a las emociones que a las razones (el componente ideológico es más importante que el racional) como los resultados agregados de las elecciones hacen que las decisiones personales se disuelvan en la masa. La consecuencia de este proceso lleva a que los grupos organizados o de presión tengan más influencia en la política que los problemas reales de los individuos. La democracia es una ficción que funciona correctamente cuando todos los actores implicados creen en ella y el Estado de Derecho es suficientemente fuerte como para garantizar un equilibrio institucional en el que existan pesos y contrapesos para controlar al poder.

La complejidad institucional de la Unión Europea ha potenciado hasta un límite insospechado estos defectos democráticos con una élite burocrática que impone regulaciones que afectan a prácticamente todo un continente sin una opinión pública ni medios capaces de ejercer un control efectivo sobre las medidas que toman. La mayoría de las veces es difícil incluso darnos cuenta de cómo una directiva de Bruselas afecta a nuestra vida pero en ocasiones ocurren hechos que descubren todas las miserias del sistema. Es lo que ocurrió cuando un lobo devoró al poni de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen y se puso en duda toda la legislación comunitaria sobre la protección de estos animales salvajes que llevan años amenazando la viabilidad de muchas explotaciones ganaderas en Europa. Como en la fábula de Pedro y el lobo pero a la inversa los burócratas europeos no se han preocupado mientras los ganaderos sufrían las consecuencias de sus políticas y solo han considerado que era un problema cuando uno de ellos ha sufrido personalmente las consecuencias de sus medidas. Los doce animales atacados por este agresivo cánido, que ya era conocido e incluso estaba identificado como el ejemplar GW950m no han importando y solo cuando se ha merendado a Dolly, el poni de Úrsula, se ha permitido su caza y, lo que es más preocupante, un cambio legislativo en cuanto a la protección del lobo. Un cambio de políticas que no nace tras una evaluación sosegada de las políticas públicas ni las demandas sociales que han sido acalladas durante años sino de la dolorosa experiencia personal de un miembro de la élite política. Una muestra de lo que es la política real sin el idealismo que la rodea.

Despojada de este halo de misticismo la cruda realidad es que los políticos tienen sus propios intereses y ponen la maquinaria estatal a su servicio mientras que los ciudadanos actúan únicamente como convidados de piedra confiando en que las buenas intenciones sean reales. Esta es la moraleja de la fábula contemporánea de Úrsula y el lobo, en la que el personaje más peligroso no es el lobo.