Cinco preguntas incómodas sobre Thomas Cook

27 de octubre de 2019
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La caída de Thomas Cook puede tener unas consecuencias semejantes, salvando las distancias y dentro de su ámbito, a la caída del muro de Berlín con que abrimos en este número de La Gaveta Económica. El shock ha sido considerable, por lo que es natural que la preocupación en las partes implicadas haya sido la que fue, un verdadero pánico que domina la discusión pública. Y la previsible aparición de los responsables políticos a los que se pide de todo sobre todo (y ellos se dejan). Lo peor es que las medidas que se presentan como soluciones rara vez en realidad lo son, pero ¡encuentre usted un político que diga que esto no va con ellos y que su labor se debe limitar solo a los asuntos que directamente le competen!

Es así que a la luz de los acontecimientos, nos hacemos algunas preguntas sobre cómo se ha llevado adelante todo este asunto. Por ejemplo, ¿todos los hoteleros piensan igual? Las patronales del sector tienen la representatividad que les da la institución, qué duda cabe. Otra cosa es que las posiciones sean unánimes. A los periodistas nos cabe la culpa de titular con simplificaciones, ya saben, “Canarias”, “los hoteleros”, “los plataneros”, “los trabajadores”. Pero esto casi nunca es exacto. Hay empresarios hoteleros canarios que se buscaron socios distintos de Thomas Cook y que hoy de alguna manera ven premiada su decisión al quedarse al margen de los efectos de la debacle de esta compañía. Visto desde cierta óptica, se han ganado el derecho a tener una posición mejor que la de sus competidores y no parece lo más sano que venga el presupuesto público a compensar las pérdidas de los que no tomaron las decisiones empresariales más acertadas.

¿Es justo que paguen unos la crisis de otros? De algún modo, si del presupuesto público proceden los fondos para ayudar a los que se habían asociado intensamente a Thomas Cook, podríamos afirmar que los problemas de estos no tienen por qué ser subsanados a través de los impuestos que pagan aquellos que eligieron no trabajar con el turoperador británico, o hacerlo en menor medida. Esto, por supuesto, se extiende a todos los contribuyentes y no solo a los que están en el negocio turístico.

Ante las medidas propuestas por los gobiernos regional y nacional, ¿por qué si son tan buenos los impuestos deciden rebajarlos o permiten un pago diferido en estas circunstancias? Parece una excelente noticia que se reconozcan, indirectamente, los efectos negativos que tienen los impuestos en la economía de las personas y empresas. El hecho de que se adopten estas decisiones, o que se posterguen otras como el impuesto al turismo, pone de manifiesto que su aplicación solo beneficia a uno de los actores, el que recauda por la fuerza, a la vez que debilita al que no le queda más remedio que pagar. Que por tener que pagar, además, se ve obligado a mermar sus expectativas de crecimiento y creación de riqueza, con lo que el conjunto de la sociedad, a fin de cuentas, es el perjudicado.

¿Qué justifica que se preste más atención a los problemas de unos que a otros? Podemos preguntarnos, con esto, cuántas personas habrán tenido que cerrar su negocio cuando vienen mal dadas por no tener un lobby eficiente como el de algunos empresarios hoteleros. Recordemos que la habilidad de un grupo de presión es hacer pasar como asunto de interés general lo que es en realidad un interés particular. “En esto nos va la vida”, “Canarias lo necesita”, “estamos jugando con las cosas de comer” y “debemos atender a nuestra primera industria” son algunas de las clásicas fórmulas que se utilizan en estos casos. Por supuesto que esto no es tan así, pero una vez ganado el espacio de la conversación pública, todo aquel que se oponga corre el albur de ser tildado de insolidario, de mal español o de anticanario.

Y la última y quinta pregunta, ¿alguien se ha puesto a pensar acaso en las consecuencias favorables a largo plazo? Desde que Joseph Schumpeter nos explicó el concepto de destrucción creativa, sabemos que la caída de viejas empresas y modelos de negocios caducos es síntoma de que no se estaban haciendo las cosas bien, pero a la vez abre posibilidades nuevas para aquellos que tenían otra forma –mejor– de llevar el negocio y obliga a quienes iban por el camino equivocado a rectificar y buscar nuevos caminos. Probablemente, esa sea la parte positiva de toda la crisis de Thomas Cook, en la que no hemos reparado lo suficiente y la que nos invita, por qué no, a mirar con optimismo hacia el futuro.