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Hacerlo por dinero

10 de octubre de 2021
waterboy
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El sábado 5 de septiembre pasado, jugaban dos colosos del rugby, Australia versus Nueva Zelanda, en el estadio de Perth, y en un momento en que se detuvo el juego se vio a un hombre corpulento acercando botellas de agua a los jugadores vestidos de negro. El waterboy era Joe Moody, el pilier de los All Blacks, que por encontrarse lesionado no podía ser parte del equipo inicial, pero de todos modos colaboraba con sus compañeros en esa tarea tan simple; minutos más tarde, se lo vio acercando el kicking tee donde su compañero Barrett posaba el balón antes de patear hacia la “H” australiana. La escena fue muy simpática y, haciendo una correlación con deportes más conocidos, era como si un Mbappé lesionado se acercase a Leo Messi para llevarle agua durante un partido del PSG.

Joe Moody gana varios millones de euros al año por jugar al rugby, pero sin embargo mantiene un espíritu deportivo que algunos podrían señalar como amateur después de ver estas actitudes con sus compañeros. Y creo que están equivocados. No se trata de un rasgo de amateurismo, sino que puede ser un rasgo de profesionalismo bien entendido. Sucede que nos hemos acostumbrado a pensar que la irrupción del dinero en ciertas actividades tiende a corromperlas, cuando no tiene por qué ser así. Es, de alguna manera, una manera de desacreditar el trabajo de las personas si a cambio reciben una retribución.

Cuando a Novak Djokovic se le saltan las lágrimas al ver que va a perder la final del Abierto de Estados Unidos, ¿está llorando por los miles de dólares que se le escapan o solo por perder el partido? Sin posibilidad de conocer en profundidad qué pasa por su cabeza, tiendo a pensar que es la última opción, que llora igual que a lo mejor lo hizo cuando era un niño y perdía con su rival en el club de su ciudad. Que no hay en él otra cosa que ansias de superación y frustración por no poder alcanzar la victoria. Sin embargo, no faltará el que en la barra del bar nos diga que todo es simulación porque lo que al serbio le interesa es tener varios ceros en su cuenta bancaria.

Hay una visión de las cosas ampliamente difundida, pero errónea, que nos dice que si hay dinero de por medio todo se envilece. De ahí el prestigio desmedido del que gozan numerosas organizaciones sin fines de lucro, aunque sirvan para que algunos puedan facturar con ellas jugosos (y, por qué no, tal vez merecidos) contratos. Pero el lucro no goza de buena prensa en nuestra sociedad, pese a que muchos de los más importantes avances se han conseguido gracias a que alguien obtuvo una buena recompensa por su trabajo.

Lo vemos constantemente ante ciertas consignas como “la educación no puede ser un negocio” o “están haciendo dinero con la salud de los ciudadanos”, que muestran en todo su esplendor este prejuicio tan arraigado entre nosotros. Por supuesto que la educación puede ser un negocio y mejor sería que así fuera, porque algunos serían premiados con aulas llenas de clientes (alumnos) por hacerlo bien y, otros, castigados con la deserción de estudiantes, por haberlo hecho mal. Lo mismo para la sanidad, que no es sagrada ni debe serlo; no cabe aquí invocar ningún espíritu religioso, sino buscar el mejor servicio al menor precio posible, como sucede en cualquier otra actividad económica. Huelga decir que aquellos que se rasgan las vestiduras y dicen sufrir por los ataques a la sacrosanta sanidad pública no creo que estuvieran dispuestos a trabajar en el hospital gratis más de diez minutos. Quizá algunos de estos fariseos sean de los que con frecuencia protagonizan broncas en los partidos de fútbol base en Canarias, aunque quizá sería suponer demasiado. Lo que sí es cierto es que allí no hay dinero de por medio, pero sí actitudes del todo censurables, que son la cara opuesta a la del superprofesional de los All Blacks.

Muchos de los crónicos males a los que se enfrenta nuestra sociedad se deben a esa actitud de desconfianza hacia el que lo hace por dinero y a esa loa exagerada al voluntariado, al presuntamente desinteresado, al que dice hacer todo de manera altruista. Quizá sea buscando menos héroes de las grandes gestas y más profesionales de las cosas cotidianas que se logre una mejora. Sin desconfiar del que cobra por su trabajo y premiándolo si además lo hace con la alegría y el compañerismo del neozelandés Joe Moody.