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Hasta las narices de la RSC

5 de febrero de 2022
RSC
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¿Surgirá en España alguien tan valiente como Tobi Lütke? ¿O como David Heinemeier Hansson? Quizá sus nombres no signifiquen mucho para el gran público, pero son dos consejeros delegados de empresas de gran vitalidad y carácter innovador que han dicho “basta” a la marea woke que todo lo inunda, al papel siempre creciente de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y a toda una manera de presentar a las empresas ante el público no por sus habilidades a la hora de producir un bien o un servicio determinado, sino por el grado de sensibilidad que muestran ante las buenas causas.

Tobi Lütke es el creador de Shopify, que ha literalmente explotado como negocio en 2021, al superar los mil millones de euros de facturación en un solo trimestre y acercarse a los 200 millones de usuarios de su app. Y ha enviado recientemente una carta a todo el personal para reforzar el compromiso de la empresa con el espíritu competitivo y a la vez rechazar de plano cualquier rastro de activismo social. “Quiero recordarles a todos que somos un negocio. Y, lo que es más importante, uno enormemente ambicioso”, disparó. Así, insistió al personal que su trabajo es mejorar su modelo, el que los ha hecho prosperar, y ayudar a los vendedores que confían en ellos a vender mucho, pero que no lo hacen por ningún mandato moral. Incluso, fue contra la idea de equiparar la empresa a una familia: “No lo somos, la familia no se elige. Nosotros somos un equipo”, cualidad que a su juicio le permite dejar de contar con aquellos que no lo hacen bien.

Por su parte, David Heinemeier Hansson es, junto con Jason Fried, la cara visible de Basecamp, creadores de una muy exitosa herramienta para gestión de proyectos, y también ha cortado por lo sano en la politización de las empresas, al simplemente prohibir toda conversación sobre cuestiones sociales o ideológicas en el ámbito de la compañía. Lo hace, cabe destacar, en un momento en que las cuestiones raciales o de género parecen ser el centro de buena parte de las discusiones públicas. “Es una gran distracción. Nos consume la energía, nos lleva a lugares incómodos y no nos sirve para nada”, dijo antes de señalar la puerta a aquellos a los que no les gustase la nueva directriz. La tercera parte de los empleados se marcharon, una sangría que no habrán lamentado mucho.

Es posible que hayamos pasado ya el pico de buenismo en las empresas, al menos en las de Estados Unidos, donde junto con estas empiezan a surgir más voces de peso en contra de añadir cometidos presuntamente sociales a su actividad. La mayor responsabilidad social que se puede tener es ofrecer los mejores productos al menor precio posible y esa debe ser la principal misión. Sin embargo, estamos en un tiempo en que los bancos prefieren hablar de cuánto fomentan la inclusión y no de cuánto nos van a cobrar por comisiones.

A la hora de la verdad, a quienes se deben los ejecutivos de las empresas es solo a dos grupos: el de los clientes y el de los accionistas. Todo lo demás es mera campaña de imagen. ¿Acaso se puede ir a una junta general de accionistas con números rojos, pero mostrando a cambio que se ha incluido a más mujeres en el organigrama como compensación o que no importa haber perdido la mitad de los clientes si por otra parte hemos reducido la huella de carbono? Todo este enfoque destruye la manera de medir objetivamente el desempeño de una compañía y nos hace pensar en las proféticas palabras de Milton Friedman, que a comienzos de los años setenta vio venir el fenómeno.

“Las discusiones sobre las responsabilidades sociales de las empresas se caracterizan por su laxitud analítica y su falta de rigor”, dijo el premio Nobel de Economía. La ola de buenismo que invade la empresa española, por otra parte, es un lujo que solo está al alcance de las que están en condiciones de hacer el gasto en publicidad y personal correspondiente. Las modestas que malamente subsisten pese a los impuestos cada vez mayores y las regulaciones cada vez más costosas son, quizá por falta de los recursos necesarios, las que encarnan sin ambages lo mejor del espíritu capitalista, centradas en satisfacer día a día a los clientes dándoles valor. Y no vendiendo buenos sentimientos.

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