La cultura del “pero”

8 de octubre de 2025
c.kirk
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Tenemos la muerte de Charlie Kirk y tenemos las reacciones a la muerte de Charlie Kirk. El joven era valiente y sincero, sus ideas estaban bien definidas y, como pasa con las de cualquier persona, uno estaba de acuerdo con algunas y no con otras. Quizá su último gran servicio a la sociedad sea el de ayudarnos a identificar cretinos, porque las reacciones que ha generado su asesinato están haciendo que descubramos a unos cuantos miserables que pasaban por personas respetables.

Hemos visto con demasiada reiteración una fórmula en labios de algunos comentaristas, la de condenar lo sucedido para, a continuación, matizar el lamento: Nadie merece morir, pero…”. En ese momento pasan a hablar del “agitador”, del “ultraconservador”, del “defensor de la libre portación de armas”, del “fanático religioso”… con lo que generan en los suyos, nada sutilmente, la idea de que a fin de cuentas estamos ante un fascista menos y que, qué quieres que te diga, él se lo buscó.

Kirk era un defensor apasionado del libre mercado, del gobierno limitado y de la libertad individual. También tenía ideas nada abiertas, simplemente conservadoras o hasta muy conservadoras. Como cualquier figura controvertida, despertaba simpatía y rechazo. Pero tras su muerte, lo que podría haber sido la continuación de un debate de ideas se convirtió en muchos casos en una campaña de demonización personal. Se lo redujo a una caricatura de extremista o “radical”, en un proceso de deshumanización que trataba de justificar sibilinamente lo que había pasado.

Si la víctima hubiese sido una figura de izquierdas, ¿acaso Pedro Sánchez no habría lamentado su muerte con un mensaje solemne en Twitter? En este caso, guardó silencio. Ese silencio selectivo revela hasta qué punto la cultura de la cancelación no solo se aplica a los vivos, sino también a los muertos. Bien lo resumió alguien de izquierda, en una excepción que le honra, Bill Maher. Charlie Kirk era un tipo que siempre estaba hablando, y hablé con él muchas veces. Los de derecha, di lo que quieras sobre ellos, pero te hablan. La izquierda de hoy realmente tiene más una actitud de no te hablo, no quiero lidiar contigo, eres deplorable, no puedo compartir el pan contigo. Era un ser humano, no un monstruo.

Fue casi el único, ya que la izquierda actual parece haber olvidado las virtudes del diálogo y levanta un círculo de exclusión en torno a todo aquello que no es digno de su bendición. Es un procedimiento nada novedoso, y los marxistas lo perfeccionaron a través de lo que Herbert Marcuse llamó tolerancia represiva. Según esa teoría, permitir la expresión de discursos reaccionarios no es neutral, sino una forma de perpetuar la opresión. En consecuencia, la censura funciona como una obligación moral. No estás equivocado porque tus argumentos fallen, sino porque eres capitalista. O fascista. O lo que convenga. Este pensamiento sigue vivo en el progresismo actual, que cada vez más prefiere acallar antes que debatir.

Charlie Kirk, al contrario, apostó por lo opuesto: la confrontación de ideas en el espacio público. Su famoso Prove Me Wrong era un desafío a pecho descubierto, una invitación abierta a la refutación intelectual. Creía que la persuasión podía triunfar sobre la coerción y que los argumentos podían prevalecer sobre la descalificación. Su muerte es el resultado de un clima cultural que ha normalizado la censura, la estigmatización y, en casos extremos, la violencia contra quienes piensan diferente. Los peros que siguieron a las condenas, al recordar que era un provocador” o que sus ideas eran peligrosas son un intento de racionalizar lo irracional. Nadie merece morir por sus opiniones. Defender lo contrario es abrir la puerta a un totalitarismo donde solo las ideas correctas tienen derecho a existir.

La libertad no es cómoda ni uniforme y en ella encontramos el derecho a equivocarse, a ofender, a desafiar. El mercado de las ideas funciona precisamente porque las peores ideas pueden ser derrotadas con mejores argumentos, no con balas ni con decretos de silencio. La izquierda, sin embargo, parece cada vez más inclinada a imponer su visión del mundo mediante la coerción social y política. Por eso, defender hoy la libertad individual no es solo honrar a víctimas como Kirk, sino proteger el futuro de una sociedad en la que las ideas puedan competir sin miedo.