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Los narcos y la educación de calidad

25 de febrero de 2024
Escuela
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Cuando Pablo Escobar Gaviria se enteró de que a sus hijos, de uno y siete años, detenidos con su madre, Victoria Eugenia Henao Vallejo​, no les estaban dando de comer en la cárcel, dio la orden de acabar con la vida del responsable de esa prisión colombiana. Al día siguiente, apareció su cuerpo con 150 balazos. Con la familia no se juega y eso lo sabemos de ver tantas películas de gánsteres y mafia.

Tampoco se juega con la familia cuando se trata de darles lo mejor, sea uno quien sea. Así, los Escobar, después de caer en desgracia y haber sido rechazados por 17 países, consiguieron establecerse, con nombres falsos y las necesarias complicidades del gobierno, en Argentina. Allí hicieron su vida todo lo que pudieron y eso incluyó pagar buenos colegios a Juan Pablo Escobar Henao y su hermana Manuela, aquellos que habían pasado algunos días de hambre en una prisión colombiana. Escuelas de cara matrícula y larga tradición en Buenos Aires.

Lo mismo ocurrió este año, cuando fueron detenidos, también en Argentina, pero en la provincia de Córdoba, la mujer y los hijos de Fito Macías, huido de la cárcel y al que se considera uno de los responsables de la actual ola de la violencia que vive Ecuador. Localizados en un barrio cerrado, al momento de ser expulsados del país ya habían tendido sus hilos para tratar de matricular a los hijos de este narco ecuatoriano en uno de los colegios cordobeses más exclusivos. Estos casos nos dicen al menos dos cosas: que los narcos comparten las mismas preocupaciones de cualquier padre y que, puestos a elegir, no dudan y mandan a sus hijos a caros colegios privados.

Los Gaviria o los Macías son, aunque nos cueste reconocerlo, empresarios de éxito. Lo son de un negocio ilegal, pero empresarios al fin. Podríamos decir, además, que su éxito se basa en que sean millones los que quieran intoxicarse. La Lotería Nacional no es menos inmoral, puesto que esta agencia del estado no combate sino que incentiva otro vicio, como es la ludopatía.

¿Estos empresarios de éxito iban a llevar a sus hijos a un colegio donde les inculcasen la religión del estado o más bien a uno donde fueran respetuosos con el espíritu emprendedor que, nos guste o no, tiene quien logra encumbrarse en el mundo del narcotráfico? La respuesta es bastante obvia. Pensemos en cuál es la imagen que de las empresas y los empresarios se proyecta en los programas de educación que rigen el sistema público. Aun más, pensemos en que una modesta proposición de introducir algo de educación financiera en los currículos educativos concita habitualmente una furibunda respuesta negativa por parte de la burocracia y de la mayor parte del profesorado de los institutos públicos, cuando debería ser en realidad algo que se viera como la llave para la independencia personal y la gestión de los planes de vida futuros de los alumnos.

Por otra parte, llevamos décadas reforzando la idea de que el gobierno proporciona una educación “gratuita” para todos, con la consecuencia de que esta escolarización, pública y obligatoria, ha disminuido el valor de esta instrucción en la mente de los alumnos y de la sociedad en general. Sabemos que rara vez se aprecia lo que se obtiene sin esfuerzo, lo que se declara como gratuito (aunque no lo sea). Las familias de narcotraficantes saben esto y por eso mandan a sus hijos a los colegios más caros. No siempre los productos más caros son los mejores, pero el precio es un indicador relativamente fiable.

H. G. Wells, el escritor de La guerra de los mundos y La máquina del tiempo, fue tan imaginativo para sus historias de ficción científica como persistente en sus ideas estatistas. Ansiaba un gobierno mundial, como tantos totalitarios, y era consciente de la importancia del control gubernamental sobre la educación para hacer realidad su utopía. “Los pensamientos y las motivaciones de los hombres serán transformados por la educación”, decía. No sabemos si los narcos leyeron a Wells o conocieron sus posiciones políticas, pero sí sabemos que prefieren enviar a sus hijos a los colegios donde no se llevan a la práctica las ideas del genial escritor inglés. La mayoría de la población no tiene esa suerte y no les queda más remedio que someterse a la educación pública.