Si lo que ocurre o va a ocurrir con los trenes no es la mejor demostración de todas las cosas que mal funcionan en Canarias, nada lo es. Resulta que, dentro de uno de los programas para reconstruir Europea, las autoridades comunitarias quieren que los desplazamientos se hagan de manera más sostenible y para ello, parece, dotarán de ingentes cantidades de recursos a nuestros burócratas para para que puedan poner en marcha proyectos ferroviarios. Las dos islas mayores, Tenerife y Gran Canaria, ya han anunciado que aún no siendo una prioridad, dado que existe el dinero, se invierte porque “caso contrario, no se podría utilizar en nada más”. El tren, por muy sostenible que sea, no es un transporte llamado a resolver ni uno solo de los problemas de los que adolecen las islas capitalinas. Las dinámicas y preferencias en el transporte han ido cambiando y más que lo harán en el futuro, donde la tecnología jugará un papel central, que permitirá no solo contar con vehículos cada vez más eficientes desde un punto de vista ambiental, también circularán menos porque sencillamente las nuevas generaciones renunciarán a comprar coche en propiedad, presumiendo los que saben que existirán flotas que serán alquiladas por uso y tiempo, es decir, que los coches particulares ya no serán una representación de estatus. Es algo que el sector conoce y para lo que trabaja. Obviamente, ni un solo burócrata se tomó la molestia de analizar este asunto, para ellos solo es importante lanzar programas de gasto monstruoso que serán pagados con deuda que deberán honrar generaciones futuras, sí, esas mismas que no utilizarán el medio de transporte que nos quieren colar, “sin que constituya una prioridad para nadie”.
Ítem más, esos proyectos que hay que redactar y poner en marcha, en su proceso inicial apenas si contarán con aportación de las islas, contratando la parte técnica fuera. Sin plantear que haya que mirar el carnet de identidad de nadie, sí es oportuno prevenir esos accesos de demagogia que tendrán que utilizar para explicar la tropelía que están a punto de cometer. Y, por si fuera poco, no hay una sola previsión razonable de que en un plazo inferior a diez o doce años ningún tren esté recorriendo nuestro territorio, previamente machacado porque es conveniente recordar que estas mismas sanguijuelas, cuando destrozan el terreno lo hacen en nombre del medio ambiente, mientras que empresarios que cuentan con licencias y preparan proyectos que recualifican el destino, lo hacen solo persiguiendo el lucro y guiados por la codicia. Todo en orden.
Es difícil de aceptar que la UE tenga capacidad para movilizar semejante cantidad de dinero para gastar en nombre de una movilidad más sostenible y que fije unos criterios tan estrictos como una vía férrea. Como se ha hecho anteriormente en muchas ocasiones, se debería iniciar un proceso de negociación para que esa mismo importe (más de 3.000 millones de euros que nos apresuramos a mal invertir) pudiese ser utilizado en mejoras medioambientales de las que sí podamos tener un mejor retorno y que constituya una prioridad real. Todo pasa tan deprisa que hasta que llegó la malhadada pandemia, una de nuestras amenazas como destino era el incipiente movimiento de “vergüenza a volar” que empezaba a consolidarse en algunos mercados emisores de turistas. Personas que, sensibles a lo que dicen que le pasa al planeta, cambian hábitos de conducta y consumo, renunciando a desplazamientos en avión. Al tiempo, nadie en su sano juicio -que no suele ser político- duda de la potencialidad del hidrógeno como fuente de energía e incluso se vislumbra como una alternativa nada desdeñable al eléctrico para otros medios de locomoción.
El consorcio aeroespacial Airbus, utilizando ingentes cantidades de dinero público, tiene prácticamente finalizado su proyecto de avión que utilizará ese combustible y que estará disponible para fecha tan temprana como el año 2035. El único inconveniente que observan desde esa “empresa” es que implantar esta tecnología obliga a cambios en los aeropuertos que la hagan viable. Bien, ¿de verdad que nadie se toma la molestia de estudiar si esa no es una alternativa mejor? ¿Es imposible que la UE considere una alternativa que igualmente encajaría en su propuesta sostenible del transporte aun no siendo proyectos guiados y rígidos como sí son los trenes?
Tenemos problemas reales, del mundo real, que sistemáticamente son obviados por unos parásitos que viven encantados en sus canonjías y sinecuras a los, que pese a sus edades, les permitimos seguir jugando con trenes… y con nuestras vidas y haciendas.